A quienes nos cuidan

Cuidar quizás sea el verbo que mejor las defina y a su vez se utilice para denigrarlas. En nuestra sociedad, nos cuesta valorar la tarea de cuidados por considerarla de poca importancia, ya que no genera ningún beneficio económico cuidar a personas dependientes que nada aportan al mercado laboral o dedicar tiempo al mantenimiento del hogar pues no conlleva nada productivo que pueda incluirse en una gráfica bursátil.
Estas tareas típicamente feminizadas reflejan con total claridad la desigualdad y la infravaloración de un trabajo imprescindible para la convivencia humana. Socialmente el rol asignado a las mujeres era atender la casa y a quienes en ella habitaban, y ¡gratis! Así que no teníamos ningún derecho a reclamar dignas condiciones laborales ni remuneración alguna, ni tampoco a que se nos reconociera nuestra contribución por mantener la vida humana.
Concibiendo así los cuidados, se entienden las grandes dificultades con las que se han encontrado las empleadas del hogar para que su trabajo fuera reconocido como empleo y tan digno y sujeto a los mismos derechos que cualquier otro; esto va unido a que, mayoritariamente, quienes lo desempeñan son migrantes, con escasos recursos económicos y sin una red familiar que las sostengan.
Muchas de estas mujeres, a pesar de todas estas dificultades y las propias de su trabajo, son capaces de buscarse y conformar comunidades de apoyo, resiliencia y lucha, de encontrarse para compartir la vida que encontraron aquí y que en nada se parece a la que soñaron, pero que se empeñan en pintarla de verde. Ellas han aprendido que juntas son la fuerza y que a su dignidad nadie le puede poner precio. Que solo se pierde lo que no se ha luchado.
Ellas no lo saben, pero son las escogidas para reinventar el mundo con su esperanza.
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Artículo publicado originalmente en la revista ¡Tú!

Militante de la HOAC de Canarias