La riqueza del compartir

La riqueza del compartir

Hablamos mucho de las migraciones, de las personas migrantes. En muchas ocasiones, se nos presenta como como un problema. Problema…, ¿para quién?

¿Conocemos realmente sus vidas, la situación en la que viven muchos migrantes cerca de nosotros? ¡Cuántos tópicos debemos desterrar!

Tengo la suerte de acercarme un poco a algunas de esas duras historias de mujeres y hombres migrantes, desde la Asociación Puente de Esperanza, creada por un grupo de mujeres de diferentes congregaciones religiosas, donde doy clase de español.

La asociación ubicada en el barrio madrileño de Tetuán lleva 20 años prestando un servicio de acogida a las personas migrantes, ofreciendo orientación y cursos formativos que puedan ayudarles en la búsqueda de empleo. La mayoría de quienes se acercan al centro están recién llegados a España y no tienen papeles.

La primera ayuda que necesitan es el aprendizaje del idioma.

Mi experiencia en esta tarea es de una riqueza inmensa que no sé expresar bien. Van a aprender, pero la que de verdad aprendo soy yo. ¡Qué ejemplo de fortaleza, capacidad de resistencia y superación!

El trato asiduo hace que se vayan creando entre nosotros unas relaciones de cercanía, confianza y amistad.

Me encuentro con personas de muchas nacionalidades, cada una con su historia particular, con sus carencias, no tienen nada, algunos lo único que tienen es una cama con un número en el albergue que les acoge y una gran incertidumbre cuando se les acaba el contrato de estancia temporal y no tienen a dónde ir.

Otros viven el dolor de no ver y abrazar a sus hijos e hijas durante mucho tiempo. Madres y padres que han dejado a sus menores al cuidado de la abuela, esperando que corra el tiempo rápido para poder regularizar su situación, poder trabajar y poder ayudar a sus familias.

Una experiencia

Ante la ausencia prolongada de un alumno a clase, me preocupé y llegué a interesarme por su situación. Descubrí que llevaba viviendo dos meses en la calle.

Trato de acoger estas historias, poniéndoles rostro, desde el respeto, el silencio y el corazón. Siento como Moisés una voz que me llama: “Descálzate, el terreno en el que pisas es tierra sagrada”

Qué impotencia y a la vez qué alegría poder compartir un poquito de sus vidas que llenan de sentido la mía e interpelan mi acogida ya que éstos son los hijos y hermanos preferidos de nuestro Padre Dios.

¡Cómo no conmoverse ante estas vidas aparentemente “vacías”, pero llenas de sueños y esperanza!