Trabajadores cristianos de Ciudad Real dedican el retiro de Adviento a la espiritualidad de San Juan de Ávila y su dimensión social

Trabajadores cristianos de Ciudad Real dedican el retiro de Adviento a la espiritualidad de San Juan de Ávila y su dimensión social
Una treintena de personas de la diócesis de Ciudad Real se dieron cita el domingo 15 de diciembre en el Seminario Diocesano en oración sobre “La espiritualidad de San Juan de Ávila y mundo del trabajo”, animadas por Juan Carlos Torres Torres, gran conocedor de su vida y obra y párroco en Almodóvar del Campo, localidad natal del Santo.

La dimensión social y del trabajo formaron parte de la espiritualidad de San Juan de Ávila. A través de la oración personal las personas asistentes fueron invitadas a plantearse cómo dicha espiritualidad puede llamarlas hoy a “Cuidar el trabajo, cuidar la vida”, lema de la actual campaña de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).

Juan Carlos Torres comenzó invitando a las personas asistentes, militantes, simpatizantes y amigos de la HOAC de Ciudad Real, a tomar conciencia del tiempo presente para poder vivir la espiritualidad de la encarnación, núcleo del tiempo de Adviento. Abrirse a lo nuevo, humildarnos como María, al Dios de lo pequeño, rompiendo nuestros esquemas para lo nuevo. Aprovechar esta oportunidad para orar, que no es pensar, rezar, reflexionar… acciones en las que el protagonista soy yo, pues la oración es relacional, ya no soy yo el centro, sino Cristo conmigo, para reprogramarnos sin preconcepciones, abriéndonos a lo inédito, a lo nuevo, fiándonos de Aquel que nos invita a caminar con él, como a Abraham “sal de tus cosas…”, como al pueblo judío a través de Moisés con el Éxodo… Esta disposición a dejarnos acompañar por el Espíritu es una manifestación de nuestra fe.

Tres rasgos de San Juan de Ávila

Precursor de otro tiempo. Fue uno de los santos y santas reformistas del siglo XVI, que atendieron simultáneamente a la voz del Espíritu, transformaron sus vidas y la Iglesia y sociedad de su tiempo. Sembraron y otros cosecharon. Su epitafio reza: “Fui sembrador”. Esto debe reconfortarnos si no vemos frutos inmediatos. No buscaban ser protagonistas de nada, sino colaboradores del Espíritu, solidarios con la gente de su tiempo, hombres y mujeres profundamente orantes cuyo fuego interior mejoró su sociedad, tras largos procesos de oración y conversión personal.

Tras abandonar la carrera de Derecho, Juan retornó a su casa para descubrir qué hacer con su vida, y pasó tres años entre la cueva de su casa y el Sagrario de la parroquia, en tres fases: vía purgativa; proceso iluminativo (experiencia del perdón convertida en luminosidad); y comunión con Jesús: la persona está muy purificada y conoce el sentido de su vida. Juan se entregó al sacerdocio. La Iglesia Católica con Benedicto XVI al frente consideró que su experiencia mística está en la cumbre del pensamiento cristiano de todos los tiempos, y se le reconoce Doctor de la Iglesia, junto con San Isidoro de Sevilla, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, en España.

Fue preso por envidias, por la Inquisición…, creyó morir en la cárcel de Sevilla, donde escribió el “Tratado del amor de Dios”, mostrando su gran fidelidad a la Iglesia y a la gente más sencilla. Reformó la Iglesia desde dentro, sin romper con ella, como los demás santos reformistas de su tiempo, porque si hay amor no hay ruptura. No hicieron juicio personal contra nadie, vivieron el Evangelio como una interpelación personal muy grande, abriendo nuevos caminos en la Iglesia Católica.

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Vivió el Renacimiento, pero su experiencia fue la de Jesucristo, muy real. Él le suscitaba los caminos. Oró mucho, cuatro horas diarias, para conocerlo más, amarlo más y seguirlo más, mostrándonos el camino para cualquier cristiano, pues el pueblo de Dios ha de ser sacerdotal, no solo los sacerdotes. Jesús quiere compartir nuestro problema, no es solucionador, sino escuchante, acompañante, y de ahí surgen soluciones en la persona acompañada: la situación de conflicto se convierte en oportunidad de esperanza, esto es la salvación, la Resurrección.

Vivir en comunión con Dios

Escribió mucho: sermones, catequesis, tratados… Fundó 16 colegios, la Universidad de Baeza,…para promover la formación a los niños pobres (en aquel tiempo no había seminarios, y pidió al Concilio de Trento su creación para que pudieran estudiar todos sin distinción de origen; esto fue una revolución en su tiempo). Intercedió ante al Rey para abrir el Hospital de Mineros de Almadén, como respuesta a las malas condiciones de salubridad del trabajo en la mina de mercurio. Inventó máquinas para llevar regadío al campo y combatir la sequía.

Para San Juan de Ávila es fundamental la educación, la catequesis y la promoción de las personas y familias pobres, no dejar la formación y la educación solamente a las familias, pues muy pocas podían permitirse educar a sus hijos. Los niños pobres son también hijos del Rey celestial y tienen el mismo derecho a la educación que los hijos del rey. Para darles educación, Evangelio y oficio utilizada los domingos por la tarde (el único momento de descanso que el trabajo por la supervivencia les permitía). Se desvivía por formar al campesinado para que no se embruteciese. Por otra parte, estaba convencido de que había que evangelizar a los niños de familias ricas para que gobernasen humanamente la sociedad.

San Juan de Ávila afirma que los obispos deben ser los “padres de los pobres”. Fue maestro de varios santos, como Santo Tomás de Villanueva. Creía que la Iglesia debe enseñar a las personas a orar para tener experiencia de Dios y así no desesperar ante las adversidades.

Tras la oración personal, la celebración de la Eucaristía dio ocasión para compartir comunitariamente las llamadas recibidas durante el retiro, en sus momentos de petición de perdón, oración de los fieles y acción de gracias.

La comida compartida en el comedor del seminario puso fin a esta jornada de encuentro interior con Jesucristo y entre hermanos y hermanas hijos de Dios.