Participación ciudadana en las decisiones locales: ¿de izquierdas o de derechas?
¿Debemos esperar que si cambia el partido político que gobierna cambien también las políticas públicas que se desarrollan? ¿Qué respondería si piensa en los impuestos? ¿Y si se fija en las políticas de memoria democrática o en el trayecto de las líneas de autobús?
Si pensamos en que hemos elegido a ese partido para que desarrolle una serie de ideas, precisamente porque son diferentes a las que defienden sus adversarios, será razonable esperar políticas diferentes. Pero nos parecerá muy extraño si cada vez que hay cambio de gobierno se alteran las líneas ferroviarias o si cambian los programas escolares para enseñar matemáticas.
Todo depende de si miramos las elecciones y la formación de gobierno como herramientas para gestionar el conflicto (que lo son). O, por el contrario, como la elección de los responsables de dirigir unos servicios públicos en los que esperamos cierta continuidad (que también lo son).
La pregunta de si diferentes colores políticos de los gobiernos dan lugar a políticas públicas distintas ha sido muy estudiada para algunas de las políticas más tradicionales. Por ejemplo, para las políticas socioeconómicas o para los impuestos locales.
Pero hay muchas otras políticas de las que no sabemos casi nada. Una de ellas es la de participación ciudadana: ¿le otorgan el mismo protagonismo todos los partidos? ¿La organizan igual? ¿Convocan a las mismas personas para resolver los mismos temas?
De Brasil al Banco Mundial
Si miramos atrás, hay buenas razones para defender cualquier postura. Por un lado, la izquierda ha sido defensora de la participación, al menos desde los años 70. Experiencias muy conocidas como los presupuestos participativos brasileños habían sido ideados y promovidos principalmente por la izquierda.
Pero en los años 90, la derecha descubrió también las bondades de la participación. Esta podía contribuir a un objetivo importante como la eficacia. Instituciones internacionales como el Banco Mundial empezaron a patrocinar la difusión de los presupuestos participativos.
¿Cual es la situación en España? Hemos investigado este tema para los Ayuntamientos de este país. Empezamos con la legislatura anterior al 15-M de 2011 y observamos más similitudes que diferencias. El grado de participación no era idéntico, pero se parecía bastante. Sin embargo, el movimiento que conocemos como 15-M tenía entre sus demandas centrales un papel mayor de la ciudadanía. Y surgieron Podemos y muchas candidaturas municipalistas que pretendían recoger esa demanda. ¿Ha cambiado el panorama hoy en día?
En el año 2020, las políticas de participación ciudadana en ayuntamientos de distinto color político siguen teniendo bastantes semejanzas. Los temas y metodologías que más se utilizan se parecen, gobierne quien gobierne. Pero también hemos observado varias diferencias que se ven más en los ayuntamientos donde gobiernan los partidos a la izquierda del PSOE.
La primera tiene que ver con los objetivos que se persiguen. ¿Qué pretende lograrse con la participación? Como en otros países, la búsqueda de la eficiencia es más importante en los ayuntamientos donde gobierna la derecha. Por el contrario, la izquierda busca en más ocasiones fortalecer la ciudadanía.
Esos objetivos algo distintos no se traducen en estrategias muy diferentes, salvo en un aspecto: en qué medida las propuestas que se hacen se consideran vinculantes. Es decir, no solo como una idea a tener en cuenta, sino como un mandato a respetar. Ese carácter de propuestas decisivas aparece más a menudo en los ayuntamientos donde la concejalía de participación está en manos de partidos a la izquierda del PSOE.
¿Significa este resultado que la ola municipalista no alcanzó sus objetivos y que el panorama participativo no ha cambiado nada? No estamos seguros. Hay varias razones para mirar los resultados con cierta cautela.
En primer lugar, no tenemos datos que recojan el momento álgido del municipalismo, los años 2015-2019. Cuando recabamos nuestra información, muchas de esas candidaturas ya estaban fuera de los gobiernos. Quizás ocurrió, pero los efectos se han desvanecido.
El efecto arrastre
En segundo lugar, no podemos descartar que haya un efecto arrastre. Es decir, que no estaríamos ante las limitaciones participativas de esos nuevos partidos, sino observando cómo sus propuestas han atravesado fronteras ideológicas y se aplican ya por parte de todos ellos.
Pero también podríamos enfrentarnos a limitaciones metodológicas. Por ejemplo, cuando examinamos más en profundidad procesos similares se observan más diferencias entre las políticas participativas de los partidos. Además, sabemos que las políticas públicas cambian lentamente. ¿Y si en lugar de ver quién gobierna hoy miramos más atrás y observamos ayuntamientos gobernados muchos años por un mismo partido? En ello estamos.
De momento, tenemos que quedarnos con ese mensaje de la botella medio llena. Podemos fijarnos en que hay muchas similitudes en las políticas participativas que se desarrollan en los ayuntamientos españoles, gobierne quien gobierne, y será cierto. O elegir fijarnos en las diferencias, que también las hay. Y tienen su importancia.
•••
Artículo publicado originalmente en The Conversation