“El movimiento católico”. Un documento asombroso
Tras el impulso de la doctrina política de León XIII, surgió en Italia y el resto de países europeos el conocido, según el profesor Feliciano Montero, como “Movimiento Católico”, que en definición del padre Pere Fullana, en su tesis doctoral El moviment catòlic a Mallorca (1991), podemos considerar como “la lucha y movilización de los católicos en torno al Papa, los obispos, el clero, para hacer frente de una forma sistemática, aunque no siempre unitaria, al sistema liberal. Todas las obra católicas (religiosas, morales, sociales, y políticas) confluyen hacia una única finalidad y necesidad: el despertar de la fe, el sentimiento religioso y el asociacionismo, la defensa de la religión y de la Iglesia en un Estado hipotéticamente laico y hostil. El concepto de ‘Movimiento Católico’ asume y engloba todas las presencias, debates, angustias, compromisos, asociaciones y organizaciones católicas en la sociedad de la Restauración”.
Como se puede observar por la definición del clérigo mallorquín, se trataba de un movimiento controlado por el clero, de tendencia unitaria y bastante a la defensiva, aunque con una decidida apuesta por la acción asociativa, y de presencia no sólo en el campo de la moral y de la religión sino también en el de lo social y lo político.
Aquel movimiento se concretaría con desigual resultado según países –en España fue en general de fracaso, al menos en el campo de lo político–, en lo que se conoció como “la triple unión”: la acción coordinada pero separada de la actividad propagandística (Unión Popular), la acción social (Unión económico-social) y la acción política (Unión político-electoral). No es momento de profundizar en este tema, pero sí conviene resaltar que aquella “triple unión” intentaba abarcar todos los ámbitos de la vida pública: la educación, la economía y la política.
No es gratuita la afirmación anterior de que en España “la triple unión” fue un fracaso, al menos en lo que se refiere al campo de lo político. Durante el curso 2005-2006 fui alumno en el Máster de Doctrina Social de la Iglesia que imparte la Universidad Pontificia de Salamanca, y uno de los profesores de Historia Contemporánea (el fallecido profesor Feliciano Montero) puso en nuestras manos un documento de alto valor que demuestra el interés del papa León XIII por lo que entonces se llamaba la “Acción Católica”. El documento es del año 1896 y, por consiguiente, no se trata de lo que hoy conocemos como Acción Católica –que apareció en 1931– sino de la acción de los católicos de entonces en un sentido genérico que englobaba la acción pública de los católicos como respuesta al liberalismo y al socialismo revolucionario.
El informe, titulado Sobre la Acción Católica en el Orden Público, fue elaborado por la Nunciatura en Madrid para cumplimentar una circular de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, fechada el 23 de enero de 1896, y se justificaba “en la misión de la diplomacia pontificia de coadjuvar a la actuación de la jerarquía eclesiástica ante los gobiernos e impulsar el movimiento religioso, difusor de las ideas cristianas católicas”.
Según el mismo informe, este se realizaba con una triple finalidad: indagar el espíritu de las llamadas clases dirigentes, estudiar las tendencias de los partidos políticos y reseñar las fuerzas católicas para organizarlas y encauzarlas hacia la reivindicación de sus derechos.
El informe se sitúa en la óptica de lo que hemos presentado como “Movimiento Católico”, cuando ya desde su mismo preámbulo incluye bajo el título de “acción o movimiento católico” asociaciones, círculos, sociedades de obreros, casas rurales, entidades de crédito y prensa, obras todas ellas tendentes a “impregnar las instituciones civiles con el espíritu del cristianismo”.
Es interesante resaltar, dado el contexto de enfrentamiento con el liberalismo y el socialismo revolucionario en que se produce, que el informe se sitúa en la línea posibilista, propiciada por el pontificado de León XIII, de aceptación de los cauces que ofrece el Estado liberal para, desde ahí, “impregnar las instituciones civiles con el espíritu del cristianismo”.
Se haría muy larga esta reflexión si tratásemos de hacer un resumen del informe, aunque todo él es un lamento a: la falta de unidad de los católicos; la incongruencia de que la mayoría de los políticos, pese a confesarse públicamente creyentes, no aplicasen en sus políticas los ideales cristianos; y el desinterés de los obispos de la época que, pese al estímulo de León XIII, no acudieron o lo hicieron de mala gana a reuniones específicas destinadas a reavivar la vida cristiana y estimular el “Movimiento Católico”.
Pese a la dificultad de valorar este documento sin caer en la tentación de analizarlo desde la perspectiva actual, aparecen claras algunas conclusiones que se desprenden del estudio:
Iglesia y democracia. El documento, como hemos afirmado, está redactado en una clave nítidamente antiliberal, pero insistiendo en el deseo del papa León XIII de que los católicos se valgan de los medios que los nuevos sistemas de gobierno ofrecen. Al mismo tiempo se sitúa claramente en contra de quienes añoran restaurar el Antiguo Régimen y desautoriza a quienes, pese a proclamar los principios católicos –como los carlistas o los integristas–, pretenden monopolizar la causa católica o se oponen a la actitud posibilista de la Santa Sede. Aún faltaban muchos años para que Pacem in terris (PT), Gaudium et spes (GS), Octogesima adveniens (OA) o Centesimus annus (CA) aceptaran con más o menos matices el sistema democrático como el más acorde con la naturaleza humana, el que mejor contribuye al bien común y el que más estimula la participación, pero a la vista del informe que comentamos podemos afirmar que de facto la Iglesia ya estaba aceptando a finales del siglo XIX la democracia. Aunque fuese para contrarrestar el liberalismo, gracias al cual avanzaron las ideas democráticas.
Presencia pública de los católicos. Desde un espiritualismo evasivo o desde una visión sin perspectiva se puede pensar que la Iglesia nunca ha animado a los cristianos al compromiso temporal o, en su defecto, que se trata de algo muy reciente. Todo este documento es un desmentido a quienes defiendan ambas posturas. Ya entonces –finales del siglo XIX– se animaba a los católicos a actuar, a intervenir, a asociarse, a adecuar medios a las nuevas situaciones, e incluso se decía algo tan escandaloso aun hoy en día para oídos piadosos como que ir a misa, rezar el rosario, frecuentar los sacramentos está muy bien, pero esto no basta en los tiempos actuales.
Es cierto que, desde nuestra visión actual, hoy en día entendemos la presencia pública de otra manera, que nos planteamos la actuación a través no solo de la presencia sino de la mediación, que aceptamos que una misma fe puede conducir a compromisos diferentes, pero estas son cuestiones de método. Lo fundamental es que ya entonces la Iglesia invitaba y exhortaba y, lo que es más llamativo en nuestros días, a través del mismo Papa, a la acción pública de los católicos a todos los niveles.
Preocupación por la unidad. Todo el documento es un lamento a la falta de unidad de los católicos, que hace que aun siendo mayoría en España y que cuando casi toda la población, políticos incluidos, se proclama católica, la influencia del programa católico sea mínima cuando no inexistente. Ya en el preámbulo se constata que los católicos se combaten entre sí. A lo largo de los siguientes capítulos se apunta que el integrismo es una escisión del carlismo (cap. 2), que los medios son escasos y acrecentados por la división (cap. 6), que la influencia de los católicos sería mayor si se unieran (cap. 7), que la prensa católica no responde a su misión por las divisiones (cap. 17), que una de las causas de la debilidad de los católicos es la división. Incluso la renuncia a formar un partido y proponer un acuerdo de mínimos en defensa de los intereses sociales y religiosos a través de la acción social es consecuencia de la imposibilidad de unir a los católicos en un partido único (cap. 5).
Acompañamiento eclesial. Ya al tratar el tema de las conferencias episcopales en el capítulo 16 llama mucho la atención, como hemos indicado antes, que el informe apunte el poco interés de los obispos en asistir a esas reuniones, a pesar de los sentimientos de plena adhesión a la Santa Sede y de conocer el interés de esta en promocionarlas como un medio eficaz en el objetivo de reavivar el amor a la vida cristiana.
Igualmente llama la atención que en el capítulo 19, tras manifestar que al clero le corresponde la misión de ponerse a la cabeza del movimiento católico, se resalte que a la hora de bajar a la realidad se ejercitan bastante poco en este menester.
Pero, al hilo de estas afirmaciones bueno es también resaltar el interés del autor del informe en animar al clero a acompañar al laicado, sin temor a que este se organice, para una acción ordenada y concorde. Es un lenguaje un poco alejado del actual pero digno de resaltar, sobre todo porque se produce en el último capítulo donde se apuntan medios para una acción católica más eficaz. Católicos comprometidos, animados y acompañados por sus pastores. ¡En algunas cosas parece que el tiempo no ha pasado!
Creo que todo el documento es un elemento valiosísimo para entender el catolicismo español de finales del siglo XIX y principio del XX. Muy distante de las posturas que hoy se dan en la Iglesia y en los cristianos, pero en otros aspectos muy cercano a nuestra realidad. Como por ejemplo en la necesidad de la presencia pública de los cristianos, la conveniencia de la unidad por encima de diferencias legítimas y el deber de los pastores de animar y acompañar a aquellos en su compromiso público en una sociedad democrática.
¿Tenemos o no una deuda de gratitud con León XIII?
Militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de Orihuela-Alicante