Saludo a los participantes en el encuentro por el XXX aniversario del documento “La pastoral obrera de toda la Iglesia”
Querido hermano, Abilio,
Amigos todos:
¡Sed bienvenidos a esta diócesis, que está feliz de acogeros! Celebramos estos días el trigésimo aniversario del documento La pastoral obrera de toda la Iglesia. Se trata del marco básico de actuación propuesto por la Conferencia Episcopal Española en torno al gran tema del trabajo. Con motivo de esta efeméride, quizá sea oportuno plantearse dos preguntas, que sin duda estarán presentes en vuestra reflexión a lo largo de estos días.
Tales cuestiones son, en primer lugar, ¿hasta qué punto se ha asumido realmente la riqueza de este documento en el conjunto de la vida de nuestras comunidades?, y en segundo lugar, ¿qué ha cambiado en estas décadas respecto a la cuestión del trabajo?
Respecto del primer tema, el documento que ahora cumple treinta años comenzaba con una advertencia. Dada la globalización, el avance de la tecnología, la flexibilización del mercado de trabajo y otros diversos factores, «parece como si la realidad obrera se difuminase hasta el punto de perder su propia entidad. Al menos, así piensan algunos» (p. 2). Frente a semejante concepción reduccionista, los Obispos afirmaban que el mundo obrero «continúa siendo la realidad más importante social y numéricamente en nuestra sociedad, aunque esta realidad se encuentre hoy en fuerte proceso de transformación» (ib.).
Este planteamiento inicial se desarrolla coherentemente en el documento cuando recuerda que la pastoral obrera es obra de toda la Iglesia, y que la pastoral específica en este campo tiene un papel importante que desempeñar en la animación de todo el conjunto de la acción apostólica; o cuando plantea como ámbitos primeros de animación e inserción las parroquias, arciprestazgos y vicarías.
Sin embargo, ¿se han conseguido los objetivos propuestos? Tengo la sensación de que la cuestión obrera es una gran ausente en la vida cotidiana de muchas comunidades cristianas. No, ciertamente, porque no haya un empeño y un compromiso admirable de los militantes de movimientos especializados, sino por otros factores, entre los cuales me preocupan especialmente algunos: el avance de una supuesta espiritualidad intimista y sentimentalista, separada de la vida –eso que el Papa llama neognosticismo, en contraposición a la auténtica espiritualidad evangélica–; la comprensión implícita que tienen muchos del trabajo no como una participación en el proyecto de la creación, sino como un mal del que hay que evadirse, lo que conlleva buscar en las actividades pastorales precisamente esa evasión que se desea; y el debilitamiento del sentido comunitario de la existencia, lo cual supone que muchos cristianos no sientan la necesidad de asociarse para realizar adecuadamente la vocación de todo bautizado, que consiste en transformar el mundo según los criterios del Reino de Dios.
Sin duda, vosotros sabréis reconocer esta realidad con la agudeza que concede el Espíritu Santo, e interpretándola desde el Evangelio, podréis elegir acciones adecuadas que nos ayuden a todos los católicos a crecer adecuadamente en estas cuestiones.
En cuanto al cambio que ha acontecido en estas décadas desde la aprobación del documento, el tiempo ha ido clarificando dinamismos culturales que entonces sólo se entreveían. Algunos son de gran importancia. Por ejemplo, la concepción del Estado. Si éste se comprende a favor del bienestar de los individuos en vez de al servicio del bien común, se produce un desplazamiento ético de graves consecuencias, también en la consideración de lo que es el trabajo. Pero como además en nuestros días se confunde bienestar con felicidad, que es la meta última –y, por tanto, trascendente– de todo el ser humano, el Estado que la pretende tiende a arrogarse una pretensión totalizante, excluyendo de su seno cualquier dinamismo que no esté directamente relacionado con el juego de los partidos, en una aplicación muy concreta de la voluntad de poder, que es uno de los grandes temas del pensamiento contemporáneo. Por eso no debemos extrañarnos que la Iglesia, las asociaciones culturales, los sindicatos, las universidades, la prensa y otros actores tradicionalmente relevantes de la vida pública estén siendo cada vez más arrinconados o que se pretenda su asimilación y servidumbre respecto de los postulados ideológicos de los partidos.
Otro punto crucial es que el avance de la tecnología no sólo conlleva una nueva comprensión del trabajo, en la que se cuenta con la ayuda de las máquinas y de la inteligencia artificial, sino que está conduciendo a una nueva comprensión de lo humano, cuyo desarrollo es preciso acompañar de cerca para que de lo trashumano y poshumano no caigamos en lo inhumano, que es un riesgo patente. Estos encuentros, como el que celebráis, son precisamente una manifestación de que el trato interpersonal, la cercanía afectiva, la reflexión común, las ilusiones y proyectos compartidos, son elementos esenciales de nuestra condición, que promueven nuestra dignidad.
Os agradezco que hayáis elegido Ávila como lugar para vuestro encuentro. Contad con nuestro afecto y oración. Que Dios os bendiga.
Obispo de la diócesis de Ávila