Un grito por la dignidad humana y la justicia social: ¡exigimos trabajo decente!
Cada 7 de octubre, la Jornada Mundial por el Trabajo Decente nos brinda una oportunidad de reflexionar sobre la realidad laboral global. Sin embargo, en lugar de celebrar avances, nos encontramos ante un panorama desolador. La crisis del trabajo digno no es un fenómeno aislado; es una realidad que afecta a millones de personas en todo el mundo y que se manifiesta de maneras particularmente dolorosas en España. Lo que debería ser una oportunidad para avanzar hacia un futuro más justo se ha convertido en un recordatorio constante de nuestras equivocaciones.
El trabajo decente como pilar de la dignidad humana
El trabajo decente es un concepto que encapsula mucho más que la simple disponibilidad de empleo. Se refiere a la capacidad de trabajar en condiciones que aseguren la dignidad, la equidad y el respeto de los derechos laborales. Sin embargo, el sistema actual ha distorsionado esta noción fundamental. El papa Francisco ha sido un firme defensor de este ideal, subrayando que el trabajo es una expresión de nuestra dignidad como seres humanos. En su encíclica Laudato si’, nos indica que el trabajo es un lugar de dignidad, un espacio donde las personas pueden contribuir al bien común. Sin embargo, este principio ha sido constantemente traicionado por un modelo económico que prioriza el lucro por encima del bienestar de los trabajadores.
El contexto laboral en España, en particular, es alarmante. Más de 2,5 millones de trabajadoras viven en la pobreza, a pesar de tener un empleo. La precariedad laboral se ha convertido en la norma, y en un mundo cada vez más interconectado, este problema no se limita a nuestras fronteras. Millones de trabajadores en otros países enfrentan condiciones aún más duras, con salarios que no les permiten sobrevivir y sin acceso a derechos básicos. La explotación laboral es un problema global que requiere una respuesta colectiva.
Un sistema económico que abandona a las personas
El sistema neoliberal ha perpetuado un ciclo de injusticia en el que las corporaciones acumulan riqueza a expensas de la dignidad de los trabajadores. Las políticas económicas han sido diseñadas para favorecer a unos pocos, mientras que la mayoría de las personas se ven atrapadas en trabajos precarios y mal remunerados. En este contexto, el trabajo ha dejado de ser un medio de realización personal y se ha convertido en una fuente de sufrimiento.
Las estadísticas son impactantes y reveladoras. En 2023, 762 personas murieron en accidentes laborales en España. Esta cifra es un escándalo que debería despertar nuestra conciencia colectiva. Estos no son solo números; son vidas perdidas, familias destrozadas y comunidades en duelo. La siniestralidad laboral es un claro indicador de la falta de protección y seguridad en el trabajo, un reflejo de un sistema que ha fallado en su deber de proteger a los más vulnerables.
Además, la temporalidad laboral se ha convertido en un mal endémico en nuestro país. Más del 16% de los contratos son temporales, lo que genera una inestabilidad que afecta a la salud mental y física de los trabajadores. La precariedad no es solo una cuestión de condiciones laborales; es una crisis de dignidad. Las personas no pueden vivir con tranquilidad cuando sus empleos son efímeros y sus ingresos inciertos.
Reflexiones desde una perspectiva activista
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) establece que el trabajo decente es esencial para el desarrollo sostenible, la reducción de la pobreza y la promoción de la justicia social. Sin embargo, cada año, vemos cómo las promesas de trabajo decente se desvanecen. En lugar de avanzar hacia una sociedad más justa, nos vemos atrapados en un ciclo de explotación y desigualdad que parece no tener fin.
Ante esta realidad, la Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que no podemos ser cómplices del silencio. La defensa del trabajo decente es una obligación moral. El Papa Francisco ha señalado que “el trabajo es sagrado” y que cualquier forma de trabajo que no respete la dignidad de la persona es una traición a la justicia. Esta llamada a la acción no es solo para los creyentes; es un mandato para todos los ciudadanos que valoran la dignidad humana.
Como activistas, debemos comprometernos a ser la voz de quienes han sido silenciados. No podemos quedarnos en la inacción mientras millones de personas sufren la explotación y la precariedad. Necesitamos crear un movimiento ciudadano que exija cambios estructurales. La historia nos ha enseñado que la acción colectiva es la única manera de generar el cambio real que necesitamos.
Debemos exigir que nuestras leyes laborales pongan la dignidad humana en el centro. Esto implica eliminar los contratos temporales y garantizar un salario que permita a las personas vivir con dignidad. La precariedad no puede ser la norma; necesitamos un marco legal que priorice los derechos de los trabajadores. La regulación de las jornadas laborales es otra medida esencial. No podemos permitir que las personas sacrifiquen su salud y bienestar en nombre de la productividad. La calidad de vida debe ser un derecho, no un lujo.
La regularización de las personas migrantes es otra cuestión crucial. En un contexto global en el que la movilidad humana se ha intensificado, es inaceptable que 475.000 personas trabajen en la ilegalidad en España, despojadas de derechos. Esta situación es una vergüenza moral y debe ser abordada con urgencia.
Un compromiso global por el trabajo decente
No podemos olvidar que la lucha por el trabajo decente es también una lucha global. En muchos países, el trabajo infantil y la explotación laboral son realidades que debemos combatir. La solidaridad internacional es esencial en esta batalla. Las condiciones de trabajo no deben ser un lujo exclusivo de ciertos países; debemos trabajar juntos para construir un mundo donde cada persona tenga acceso a un trabajo digno, independientemente de su origen.
Es hora de que los gobiernos, las empresas y la sociedad civil se unan en una causa común. La protección de los derechos laborales y la promoción de un trabajo decente deben estar en el centro de la agenda política. Necesitamos una transformación radical en la forma en que concebimos el trabajo y su valor en nuestra sociedad.
Este 7 de octubre no es solo un día para recordar; es una llamada urgente a la movilización colectiva. La lucha por el trabajo decente no es una opción, es un imperativo moral. La dignidad de cada ser humano está en juego. Si no actuamos ahora, las futuras generaciones heredarán un mundo en el que la explotación y la desigualdad son la norma.
Como ciudadanos y ciudadanas, activistas, y miembros de la comunidad, debemos asumir la responsabilidad de exigir cambios significativos. No podemos quedarnos en la inacción mientras el sufrimiento y la injusticia persisten. La dignidad humana no se negocia; se exige.
¡Exijamos trabajo decente y dignidad para todas las personas! Este es el momento de actuar. La historia nos juzgará no solo por nuestras palabras, sino por nuestras acciones. La transformación social comienza con cada uno de nosotros. La lucha por un trabajo digno es una lucha por nuestra humanidad compartida y por un futuro en el que todas las personas puedan vivir y trabajar con la dignidad que merecen.