Dios habla en los migrantes

Dios habla en los migrantes
Foto | boy_anupong (vecteezy)
El domingo, 1 de septiembre, salió la noticia: Una mujer embarazada de ocho meses se lanzó al mar y después de varias horas nadando llegó a Ceuta, y comentó: «Me lancé al mar para tener a mi hijo aquí, porque en España hay derechos y cosas buenas para él».

En esa mujer la esperanza pudo más que la desesperación, la ternura más que el egoísmo, el coraje más que el desánimo, la confianza más que el miedo. Si los cristianos creemos que Dios es Presencia de amor en condición humana, ¿no está encarnado en esa mujer y en tantos pobres migrantes que, arriesgando la propia seguridad, buscan una vida mejor?

A última hora de ese mismo día, difundieron una entrevista sobre la migración con tres personas españolas todavía de veraneo. Una señora respondió que eso es cuestión de los políticos. Un joven comentaba: está bien que vengan como mano de obra, pero traen también la delincuencia. Y finalmente apostilló otro: lo que hace falta es controlar bien las fronteras. No sé si esas tres personas son o no son cristianas; pero en el fondo las tres respiraban el desentendimiento de la tragedia y la preocupación por mantener su propia seguridad.

Será lamentable que los aires individualistas del sistema que respiran tantas personas en nuestra sociedad contagien también el corazón, los pulmones y la vida de los verdaderos creyentes cristianos. Creemos que Jesucristo, con su forma de vivir y de morir «derriba los muros que separan a los pueblos».

Viviendo esta fe, ¿podemos quedarnos insensibles y pasivos al ver cómo los pueblos de bienestar levantan muros y trenzan alambradas para que los extranjeros pobres no entren? Sí, la migración necesita urgente y adecuado encauzamiento político, nada fácil dada la ideología individualista del sistema.

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Pero los cristianos debemos vivir e inyectar como sea la buena noticia de la fraternidad. En el anhelo y en la valentía de los migrantes por defender su dignidad, crecer en vida y actuar como personas libres, nos habla encarnado y llama a nuestra puerta el Dios de la misericordia revelado en Jesucristo.