Mujeres migradas en el ámbito de los cuidados
En España, como en muchos otros países, la migración nos ha mostrado una cruda realidad en la que tantas mujeres son quienes se llevan la peor parte.
Cada día nos enfrentamos a políticas públicas que no responden a las necesidades de cuidados –en cualquier etapa de la vida– y ante la falta de recursos las familias resuelven con contrataciones de mujeres, sin asumir responsablemente todo lo que conlleva tener una trabajadora de hogar. A muchos se les olvida que esa persona siente y padece, que se mueve cerca de nosotros llevando un mundo de emociones que la consumen y apenas la sostienen y, aun así, asumen la larga lista de tareas que estas familias terminan delegando, aun cuando muchas de estas corresponden a los vínculos socioafectivos que como familiares deberían proporcionarle a quien demanda cuidados.
Los cuidados cruzan dos contextos importantes: por un lado, la soledad que viven muchas personas que necesitan de atención y, por otro, las cárceles en las que se convierten estos empleos en donde la discriminación y vulneración de derechos fundamentales están tan normalizadas.
Todo empieza por cómo y cuánto debemos implicarnos dentro de nuestras familias, dentro de las comunidades a las que pertenecemos y la responsabilidad que tenemos para exigir leyes que promuevan una vida y condiciones de trabajo dignas para todas las personas. Los de aquí y los que han llegado a ser parte de nuestro día a día.
Mucho es lo que podemos hacer para generar
un cambio en la estructura de los cuidados y
en la calidad de vida de estas mujeres
que dejan de cuidar a los suyos y
pasan a cuidar lo que se supone es lo
más importante en nuestras familias
Es increíble que en estos tiempos el trabajo de hogar y cuidados siga marcado por brechas históricas como es el sexo, la clase social, el poder adquisitivo, pero lo más triste que nuestra capacidad humana no nos lleve a desarrollar el valor de la justicia, la solidaridad y, sobre todo, la habilidad de ponernos en el lugar de otros. ¿Cuánto tiempo podría cuidar yo en esas condiciones en que lo hacen tantas mujeres? ¿Cuáles de esas humillaciones y vejaciones podría haber soportado en su lugar?
¿Cuántas distancias y renuncias afectivas sería capaz de resistir? ¿Cuánto podría llorar a los seres queridos que se marchan sin poder darles el último adiós? Ellas tampoco lo sabían, hasta que les tocó vivirlo.
Basta con mirar nuestro entorno, hacer una lectura rápida de esos rostros que, por naturaleza, son distintos a los nuestros, pero que trasladan tantos valores, tanta ternura y fortaleza al mismo tiempo, valores que nosotros mismos hemos aparcado por dejarnos envolver por nuestros propios privilegios. Dejémonos incomodar y permitamos que nos atraviese parte de esa realidad de mujeres que no pueden vivir sus vidas, porque están a expensas de sostener otras vidas.
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Artículo publicado originalmente en la revista Migraciones núm. 10 del Departamento de Migraciones de la CEE
Equipo de la Delegación de Migraciones de Bilbao