«¡”Effathá”! ¡Abríos!»

«¡”Effathá”! ¡Abríos!»

Lectura del Evangelio según san Marcos (7, 31-37)

Dejó el territorio de Tiro y se dirigió de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaban que impusiera sobre él la mano. Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:

Effathá (que significa: ábrete).

Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente. Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo proclamaban. Y tremendamente admirada la gente decía:

–Todo lo ha hecho bien. Hace oír a las personas sordas y hablar a las mudas.

Comentario

Jesús aparece como misionero, por regiones fuera de Galilea, por zonas paganas para los judíos y donde había una fuerte cultura griega.

Jesús viene realizando milagros en los capítulos anteriores, este aparece como especial, es un milagro que requiere un esfuerzo mayor, parece magia (lo lleva aparte, le pone saliva en los oídos y la lengua, mira al cielo, dice una palabra rara…) es un milagro que tiene poco que ver con aquello que le dice a la sirofenicia (Mc 7, 24-30) en el versículo inmediatamente anterior al comienzo del texto de este domingo: «Vete, por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». La clave parece encontrarse en el relato posterior, antes de una curación con iguales característica, la del ciego de Betsaida, Jesús reprocha a los discípulos: «¿Siguen con la mente cerrada? Tiene ojos, y no ven, tienen oídos y no oyen» (Mc 8, 17-18). La dificultad de los discípulos para entender a Jesús es la clave de este relato[1].

El no ver, y el no oír de sus discípulos enmarca esta forma original de Marcos de presentar este milagro de Jesús.

La sordera es una metáfora muy utilizada en Israel, por los profetas, para expresar esa frustración de Dios de no sentirse escuchado, «tienen oídos, pero no oyen».

A Jesús le llevan a alguien que no puede oír y, por lo tanto, tampoco hablar; quienes le llevan le suplican al Señor que le cure. Está incomunicado, necesita del grupo, de los demás para muchas cosas. Aquí hay una comunidad que se preocupa por él y que hace lo posible para que salga de esa situación. No se habla del interés del sordo casi mudo, es más el interés de la comunidad. La palabra effathá es una expresión que nos habla de la falta de fe del propio afectado, ¡ábrete! No olvidemos que no es tanto un problema de salud como un problema religioso.

A veces vivimos en el aislamiento, en un aislamiento donde hay una sordera para escuchar y dar respuestas a preguntas existenciales que nos aparecen constantemente: ¿qué pinto en este mundo?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿y esta historia tiene sentido?… y tantas preguntas que pueden asaltarnos a la mente y que necesitan escuchar respuestas que no salgan de nosotros mismos. Hay cierta tendencia a no contestar, a que el agobio diario, lo inmediato, lo urgente, lo superficial, lo entretenido, lo divertido… apague la posibilidad de escuchar una respuesta de sentido.

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Y otras preguntas no tan existenciales, sino más cotidianas, pero muy importantes, y que la «apertura» es más difícil: cuando creemos que ya hemos llegado, cuando creemos que somos buenas personas creyentes, comprometidas, militantes, y la conversión deja de ser una llamada permanente y renovadora; las puertas que «abrimos» son las de siempre; estamos en lo de siempre, y envejecidos en la fe. Ya la Palabra de Dios nos resbala sin darnos cuenta. Hemos decidido ya no ser personas sabias (llenas del Espíritu) sino viejas.

¡Qué importante el grupo, el equipo, la comunidad para no dejarnos atrapar y «cerrar» nuestra vida a la palabra innovadora y transformadora de Jesús! Qué importante es para que la sordera, la ceguera, la mudez no nos paralicen y se conviertan en un caparazón que evita la actividad del Espíritu de Dios.

Necesitamos también estar a solas con Él, dejarnos tocar, y escuchar: ¡Effathá!, en suplica con, en y para mí, para nosotros y nosotras; su mirada al cielo es una invitación a danzar con la Trinidad transformadora para hacer de toda nuestra vida apertura al Reino. Y necesitamos recordar que, también, somos parte de esa comunidad en la que importa aquellas personas ciegas, sordas, mudas… que necesitan del empuje y de la comunión de vida, bienes, acción. Estamos en los dos lugares.

Santiago nos invita a la fe comprometida con aquellas personas que son las importantes para Dios y lo tiene que ser para la Iglesia y no dejar de preguntarnos nunca qué papel juegan en nuestro compromiso y en nuestra comunidad. Y, por otra parte, el relato de Jesús hoy nos invita a la mística, a la oración, al encuentro personal para dar sentido a la vida, pera encontrar nuevos caminos en su seguimiento. Y volver a la comunidad para enriquecernos en ella con la comunicación y en la fraternidad.

Y el relato sigue en la línea típica de Marcos, el secreto mesiánico… «no digan nada», pero el estruendo de los hechos hace imposible el silencio y a su alrededor hay un eco de alabanza ante aquel que facilita el que otras y otros se abran, se integren en la comunidad… hay eco del Génesis «y vio Dios que todo era bueno» y todos se admiraban: «todo lo hacía bien»… Para el pueblo no había magia, se abre con Jesús el tiempo mesiánico.

Dios sigue con su pueblo, Dios está… y en la línea de Isaías sigue actuando, le seguimos importado. No tengamos miedo, solo hay que abrirse y acercarse a Dios y a la comunidad. Abrirnos a la escucha porque la buena noticia está buscando buena tierra.

[1] Merece la pena leer todo el contexto: Mc 7, 24-8, 26.

 

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