Alemania en su laberinto. Cuando la ultraderecha define el tablero político

Alemania en su laberinto. Cuando la ultraderecha define el tablero político
Las elecciones del 1 de septiembre en los Estados alemanes de Turingia y Sajonia constituyeron éxitos significativos para la ultraderecha alemana, la cual podría reforzarse aún más en los próximos comicios regionales en un tercer Estado, el de Brandeburgo.

En Turingia, con casi 3 millones de habitantes, la extrema derechista Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) se convirtió en la primera fuerza con casi el 33% del electorado y 32 de los 88 escaños del parlamento, 10 más que en la actualidad.

Sus nuevos votantes son, fundamentalmente, antiguos electores de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y de la izquierda radical (Die Linke), decepcionados por haber votado en 2019 partidos que no tuvieron la capacidad de ejercer una oposición frontal al Gobierno actual.

En Sajonia, con 4 millones de habitantes, la extrema derecha llegó segunda con casi el 31% de los votos y 40 de las 120 diputaciones regionales, dos más que en la legislatura precedente y apenas una menos que los democratacristianos, que todavía se mantienen como primera fuerza.

Alemania atrapada en sí misma

Para Beat Wehrle, analista político, especialista en temáticas globales y director del Programa Internacional de la Organización No Gubernamental (ONG) Terre des Hommes (Tierra de Humanidad), el hecho de que “la Alternativa para Alemania obtenga ese alto porcentaje es escandaloso, pero no sorprendente”. ¿Por qué lo considera un escándalo? Porque en ambos Estados, la Oficina Federal de Protección Constitucional (Bundesamt für Verfassungsschutz) caracteriza a la AfD como definitivamente de extrema derecha, por sus declaraciones y actitudes claramente neonazis.

Según Wehrle, “Bernd Höcke, candidato de la AfD en Turingia, es el mejor ejemplo y prueba palpable de tal caracterización. Es la figura que cada vez está concentrando más poder dentro de esa fuerza y dirige la tendencia interna más reaccionaria, denominada Der Flügel” (Ala o facción)”. El resultado no es una sorpresa, argumenta Wehrle, ya que muy diversas encuestas lo anticipaban. “Sin embargo, hay que reconocer que los porcentajes son un poco más altos de lo esperado”, lo cual indica un descontento creciente. Particularmente en el este de Alemania, donde el AfD siempre obtuvo sus logros más significativos. Según este analista político, dicho descontento se debe a “la desigualdad histórica entre la Alemania Occidental y la Oriental. Y en tiempos de crisis, ante la falta de perspectivas, se acentúan la frustración y la protesta social. Alemania transita un proceso acelerado de encerramiento en sí misma con el consiguiente retroceso profundo en lo que hace a la solidaridad, tanto a nivel nacional como en su visión internacional”.

Por ejemplo, la primera semana de septiembre, el gigante automovilístico alemán Volkswagen anunció que estudia el cierre de al menos dos de sus fábricas en el país con la correspondiente amenaza sobre varios miles de puestos de trabajo. Nunca sucedió algo así en los 87 años de la historia de la empresa, verdadero emblema de la otrora pujanza de la nación europea.

Cordón político sanitario

A pesar de los últimos resultados electorales, no será automático que la extrema derecha pueda gobernar. La CDU anticipó que buscará de promover un cordón sanitario y construir una alianza contra la AfD.

Tanto en Turingia como en Sajonia, los grandes perdedores de las elecciones del primer domingo de septiembre han sido los partidos de la alianza de gobierno a nivel nacional: el estancado Partido Socialdemócrata del canciller Olaf Scholz; Los Verdes, que desaparecen en Turingia y se mantienen mínimamente en Sajonia, y el Partido Liberal Demócrata (FDP), barrido en ambas regiones.

La señal que Turingia y Sajonia acaban de mandarle a Berlín, sede del gobierno nacional, es clara y desafiante. Y puede reforzarse aun más en las próximas elecciones del 22 de septiembre en el Estado de Brandeburgo, por el momento gobernado por un ministro-presidente socialdemócrata que en 2019 logró imponerse sobre la extrema derecha con menos de 3 puntos porcentuales (26,2% a 23,5%). Brandeburgo, con casi 2.5 millones de habitantes, junto con Turingia y Sajonia y otros dos Estados más, constituyó la antigua República Democrática Alemana hasta la caída del Muro de Berlín y la reunificación de ambas naciones.

El 1 de septiembre las urnas desacreditaron aún más a un gobierno averiado. Y dejaron en claro que el tema del control migratorio es ya un marco referencial del debate político actual del cual nadie puede distanciarse. Ni siquiera el manotazo de ahogado del primer ministro Scholz a fines de agosto quien expulsó del país en medio de un gran show mediático a 28 ciudadanos afganos acusados de diversos delitos sirvió para amortiguar el discurso xenófobo que día a día gana más terreno en Alemania.

Polos distantes y coincidentes

En este escenario que se viene dibujando desde hace varios años, no sorprende que el otro gran vencedor de la contienda electoral de la semana pasada sea un nuevo partido. De reciente conformación y nacido de la extrema izquierda, la Alianza Sahra Wagenknecht – Por la Razón y la Justicia (BSW, su sigla en alemán), asume también como eje programático el control de la inmigración, coincidiendo así parcialmente con la extrema derecha radical. El nuevo partido de Sahra Wagenknecht, que lleva el nombre de la propia dirigente, en una sorprendente expresión de personalismo caudillista, es el resultado de una división de Die Linke (La izquierda), que desde su fundación en 2007 ha expresado críticas de fondo a la socialdemocracia, exigiéndole una profundización progresista de las políticas económico-sociales en ejecución.

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La Alianza Sahra Wagenknecht acaba de obtener casi el 16% de los votos en Turingia y cerca del 12%, en Sajonia, pasando a ser la primera fuerza en la historia alemana que a solo nueve meses de su fundación logra alcanzar resultados tan altos. La historia de Wagenknecht, que a sus 55 años se convierte en una de las figuras políticas de más peso en el país, es particular. Doctora en Ciencias Económicas y publicista, desde su juventud militó en formaciones de izquierda. Formó parte de la dirección de Die Linke (llegó a ser vicepresidenta) y parlamentaria europea por esa formación entre 2004 y 2009.

Desde años se proyecta como una personalidad de referencia del campo progresista, aunque en el último tiempo expone argumentos polémicos, en particular su crítica a la migración libre y a la política de fronteras abiertas. Wagenknecht propone programas sociales que prioricen a los trabajadores, defiende más justicia en la redistribución de los ingresos para beneficiar a los menos pudientes y, al mismo tiempo, subestima los temas de género y medioambiente, los cuales, según ella, desvían la atención de las prioridades sociales. En política internacional propone distanciarse de la OTAN, frenar el apoyo a Ucrania y lograr una negociación con Rusia para alcanzar la resolución del conflicto.

En tono categórico se distancia de la presencia de misiles estadounidenses de medio alcance en territorio alemán. Su combo retórico antiinmigratorio, pacifista y contra la guerra de Ucrania –aunque insiste en que no es prorrusa– le permitió distanciarse de las desgastadas fuerzas gubernamentales. Al mismo tiempo definió un perfil político propio que se aleja de la izquierda tradicional de la que proviene. Y apuesta a encausar el voto de una parte de los desilusionados con el sistema actual que tampoco se sienten cómodos con la ultraderecha. Como tercera fuerza en las dos elecciones regionales recientes, su Alianza dejó muy por detrás a socialistas, liberales y verdes. Sus importantes porcentuales electorales indican que podría inclinar la balanza tanto hacia la extrema derecha como hacia un gobierno democratacristiano, convirtiéndose así en un factor político con gran poder de negociación con unos y otros.

Para Wagenknecht más allá de lo que se juega hoy en los dos Estados del este de Alemania cuenta, sobre todo, la construcción política nacional de su alianza, para la cual, el ejercicio electoral del 1 de septiembre fue un laboratorio con resultados impactantes.

Encrucijada

Según Beat Wehrle, “Hasta ahora la BSW ha declarado que no entrará en una alianza con la extrema derecha”. Sin embargo, recuerda Wehrle, Katja Wolf, personalidad clave de la BSW en Turingia, ha dicho que tiene “la intención de apoyar propuestas razonables que la extrema derecha impulse en la asamblea legislativa”. Wehrle además coincide con que los resultados exitosos tanto de la extrema derecha como de la BSW expresan “el fuerte descontento actual con los partidos tradicionales”.

Y señala que el rápido crecimiento de la WBS complejiza aún más las negociaciones para formar el gobierno en Sajonia y Turingia: “Puede ser un anticipo de la dificultad para constituir una futura alianza de gobierno el año próximo a nivel nacional luego de las elecciones generales que se celebrarán en septiembre de 2025”. La BSW, insiste Wehrle, “es una clara expresión de la frustración de una parte del electorado con respecto a la actual coalición gobernante”.

La misma se conoce como AMPEL –“semáforo” en alemán– por los colores rojo del Partido Social Demócrata, amarillo del liberal FDP y verde de Los Verdes. Se puede especular desde ya que, luego de las elecciones del año próximo, será muy difícil que se repita esta alianza debido a que el actual gobierno, en palabras de Wehrle, “está lleno de contradicciones, en permanente disputa, con un canciller Olaf Scholz que carece de carisma y autoridad, con los liberales que juegan de forma extremadamente desleal y los Verdes que se muestran incapaces de poner en práctica sus propuestas. Por todo esto, el descontento es amplio y profundo”.

Los ciudadanos que en Turingia y Sajonia votaron a la BSW, según Wehrle “representan un sector que no quiere apoyar al Gobierno nacional, pero que tampoco se identifica con los democratacristianos y mucho menos con la extrema derecha”. Aunque la BSW se presenta con posiciones de izquierda en política económica y social, su postura es muy conservadora en el tema migratorio.

Volviendo al análisis global poselectoral, Wehrle reitera “que los resultados de la AfD son preocupantes para la misma democracia ya que con su discurso fascista, está empujando a todos los partidos de forma significativa hacia la derecha”. Y sostiene que los democratacristianos se han vuelto todavía más conservadores de lo que eran antes y que los socialdemócratas parecen carecer de una brújula y no se apropian ni siquiera de sus posiciones históricas.

La extrema derecha, subraya, ya define e impone hoy el marco del debate político y los contenidos prioritarios del mismo, obligando a toda la clase política a un giro ideológico muy fuerte hacia la derecha. La misma tendencia que estamos viendo en muchos países de Europa e incluso a nivel mundial, concluye.