Una humanidad nueva

Una humanidad nueva
ILUSTRACIÓN | Icon ade (vecteezy)

«Los débiles y los fracasados deben perecer; esta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer. ¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacía todos los fracasados y los débiles: el cristianismo» (Anticristo. Maldición sobre el cristianismo, Friederich Nietzsche, 1895).

Siempre me impresionó que alguien pudiera decir esta frase sin arrugarse, sin pizca de pudor, con total convicción y sentir el orgullo de poder publicarla, pero no era un problema para Nietzsche. Por suerte unos cincuenta años después, en 1948, se firma la declaración de los Derechos Humanos. Así «rezaba» el artículo 1: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».

Nietzsche se revolvería en la tumba, era todo lo contrario a su propuesta y base filosófica para quien la irracionalidad y el egoísmo era la base de su pensamiento y de su concepción del (super) hombre.

Hoy, poco a poco, vamos viendo como sin pudor el pensamiento ultraderechista suelta frases que rompen el ideal de los derechos humanos, migrantes, mujeres, gente con diversidad de género, gente marginal que viven en las calles, gente excluida del sistema… ¿tienen que tener miedo?

«Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios» (Lc 6, 20b).

Dos mil años hace que un hombre bueno, que recorrió los caminos polvorientos de Galilea, hablaba con una autoridad incuestionable de un Dios que proponía instaurar un reino, el Reino; la fraternidad era su pasión y, para que fuera posible, nos enseñó a llamarle Padre. No era un proyecto de futuro, la fraternidad humana era necesaria instaurarla ya. Necesitaba que el Reino ya se viera, había que hacer ya el sueño y que se fuera haciendo en pequeños lugares como luz y como sal. Lugares donde mirar y decir: allí hay Reino, «vengan y vean» aquí también.

El amor es la ley fundamental y la «con-pasión», las personas empobrecidas se convertían en presencia real de ese Dios que propone una humanidad nueva. Un Dios que se hace marginal para que no estemos perdidos buscándole entre custodias e incienso. La dignidad de los últimos es devuelta por un Dios que se reconoce en ellos y nos invita a no dispersar la mirada: «Tuve hambre y me dieron de comer…» (Mt 25).

Podemos decir que el artículo primero de los derechos humanos forma parte de la corriente cultural con la que el cristianismo ha impregnado el mundo. Y tenemos la responsabilidad de hacer las experiencias necesarias para decir que es posible. Los cristianos no hacemos teoría, sino que creamos la experiencia y en ella, con ella, decimos: es posible el futuro, es posible el sueño de Dios. En la HOAC lo decimos así en la cuarta clave: Nos toca «colaborar en construir y dar visibilidad a experiencias alternativas…».

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Hacer la casa más grande

Señor Jesús sentimos la responsabilidad
de hacerte creíble,
tu propuesta nos apasiona.
«¡El Reino de Dios está aquí!», gritabas
y nosotros queremos sentirnos contagiados de tu grito,
intentamos gritar ¡está aquí y es posible!
Queremos contagiar esa pasión
que nos has transmitido por tu palabra,
y hacemos esfuerzos desde
nuestro poner en común la vida, los bienes y la acción.
Nuestros equipos son lugares donde
el esfuerzo, el amor, el cuidado,
el ánimo, la comunión se hacen presentes,
hay entrega y hay perseverancia,
mucha gente nos mira y nos admira
y nos damos cuenta de cuán importante es
lo que hacemos,
aunque nos sentimos pequeños.
Y buscamos que la casa sea más grande,
y ampliar la familia para que tu Reino sea más visible.
Una casa abierta donde todo el mundo
se sienta acogido, cuidado, respetado,
reconocido, amado…
Una casa donde las personas
que se sienten descartadas
experimenten que son importantes para ti
y para nosotras y nosotros.
Queremos mostrar al mundo
que reconocer la dignidad de las personas
es crear fraternidad.

Dios Padre/Madre de esta humanidad,
a la que amas y en la que te has complicado
tanto que te has hecho vulnerable,
te has hecho historia nuestra
para enseñarnos a seguir siendo creadores,
trabajadoras y trabajadores de tu creación.
Ayúdanos a valorar el gran don que es la vida humana
toda vida humana,
hemos sido hechos a tu imagen,
y cada uno, cada una,
somos barro de la tierra que amas
aliento tuyo que nos invade.
Reconocerte en todo ser humano
es mi tarea cotidiana.

¡Que tu Reino venga cada día!

Pero tu Hijo, Jesús, el Señor
nos lanza un reto más audaz
que nos complica la vida cada día:
reconocerle en las personas más empobrecidas,
y su rostro se multiplica cada mañana que salgo de mi casa,
me invaden nombres y rostros
surcados por incertidumbre cotidiana.
Y me invita a ser feliz solidariamente
si los demás lo son,
si los demás son libres,
si los demás viven con dignidad,
si los demás son tratados con justicia y equidad,
si los demás tienen lo necesario para vivir…
Y no quiero dejar de ser feliz
«fijos los ojos en Jesús,
autor y perfeccionador de la fe»
cada día es una lucha por mi dignidad,
cada día es un día para humanizar.
¡Que tu Reino venga cada día!
Amén.

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