Trabajar sin descanso

Trabajar sin descanso
Nunca he comprendido muy bien por qué cuando alguien quiere enfatizar su dedicación y entrega a una labor o responsabilidad, a una tarea u obligación, insiste en que va a «trabajar sin descanso».

Es una expresión de la que se abusa, muy especialmente, en el ámbito de la política y que, sospecho, encierra una tergiversación, cuando no una auténtica perversión, del sentido profundo tanto del trabajo como del descanso.

Trabajar sin descanso no es un gesto loable, sino irresponsable e injusto. Nuestro cuerpo, que es quien trabaja, tiene su ley, sus necesidades, sus ritmos e incluso sus limitaciones. Trabajar sin
descanso es una manera de desconsideración y maltrato a nuestro cuerpo y no manifiesta sino una especie de alienación y enajenación de uno mismo y de la vida. Es consecuencia y causa, a la
vez, de nuestro descentramiento y desconexión.

Trabajar sin descanso es un modo de prostituir y profanar nuestras acciones y tareas. Es el descanso, justo y necesario, el que bendice y honra la labor realizada y el que adecenta y orienta convenientemente, lo que está pendiente de ser ejecutado.

Los trabajos sin descanso nos desvitalizan, nos agotan, nos quiebran y, sobre todo, nos deshumanizan. Es el descanso el que sacraliza o diviniza nuestros quehaceres mundanos. Es el descanso el que transforma cualquier trabajo en servicio consciente y gozoso a la vida.

Trabajar sin descanso no es un gesto de heroísmo, sino de inconsciencia o de prepotencia. Hasta Dios descansó en el séptimo día. Y, como no me canso de decir, no lo hizo porque estuviera cansado, sino para crear el descanso. Fue en ese espacio-tiempo de descanso del sabbat cuando Dios se dedicó a contemplar la bondad y belleza de lo creado. Nuestros descansos están llamados a ser mucho más que momentos de alivio y para reponer fuerzas o un simple poner algo de aire acondicionado y fresco en el infierno laboral que se pueda estar viviendo. El descanso nos saca del infierno cuando nos devuelve al paraíso de lo que «somos».

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Los descansos, que han de acompañar siempre a nuestro trabajo, han de ser esos momentos sagrados en los que poder retomar el sentido y significado, la verdad, bondad y belleza de aquello que hacemos y, sobre todo, tiempos de reconexión con nosotros mismos de reconstrucción de nuestra presencia en la vida.

Sospecho, finalmente, que cuando uno trabaja sin descanso, si descansa algo, termina siendo un pseudodescanso con trabajos y quehaceres, ya sean explícitos o encubiertos.