La aparcacoches

La aparcacoches
Imagen I Andres Ramos (vecteezy)

Cuando la aparcacoches se acercó a ella, le vino a la cabeza un experimento sociológico realizado en un restaurante de París. En una primera fase, el equipo del experimento vestía a una niña con ropa bonita y cara y la peinaba y perfumaba muy bien. Después dejaban sola a la niña en el restaurante, aunque vigilada y grabada en secreto por los adultos responsables del experimento. Casi de inmediato, los comensales se preocupaban por la niña y le preguntaban dónde estaban sus padres, cómo se llamaba, porqué estaba sola. La niña no contestaba a ninguna de las preguntas y finalmente se iba, con la lógica preocupación de los adultos que comían en el restaurante.

Un tiempo prudencial más tarde, tenía lugar la segunda fase del experimento. El equipo vestía a la misma niña con ropa vieja y sucia, le embadurnaba la cara, le ensuciaba el pelo y la dejaba sola, aunque vigilada como en la primera fase. Nada más los comensales vieron a la niña sucia y mal vestida, no la reconocieron y solicitaron a los camareros que la echaran a la calle.

La niña sujeto del experimento tuvo que ser atendida por la psicóloga que participaba en este, a raíz del mal trato recibido por los camareros y comensales del restaurante.

Cuando la aparcacoches se acercó llorando, desaliñada y con acento extranjero mientras ella comía en un restaurante barato, su primera reacción se pareció demasiado a la que tuvieron los comensales del restaurante de París en la segunda fase del experimento.

Se sintió superior a ella,
con el derecho a descalificar
por no tener dinero o no saber
ganarlo, por ser vulnerable y
no tener vergüenza
en mostrar su
vulnerabilidad

Tal vez fuera por eso que le vino a la cabeza la reacción de los comensales parisinos.

Como ellos también juzgó a esa persona sucia y mal vestida que señalando su vientre le pedía que le comprara un bocadillo. Inmediatamente pensó que era una alcohólica o una adicta a las drogas y que fingía un falso embarazo para conseguir algo de dinero para satisfacer sus adicciones. Luego se sintió superior a ella, con el derecho a descalificar por no tener dinero o no saber ganarlo, por ser vulnerable y no tener vergüenza en mostrar su vulnerabilidad, por no encajar en una sociedad en la que la dignidad se consigue exclusivamente a través del lugar de nacimiento, la raza y la clase social. Una sociedad que niega el derecho a la dignidad, un derecho que se adquiere solo por pertenecer a la especie humana, pero que nadie consigue recordarlo.

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Se imaginó a la aparcacoches vestida con un bonito vestido de playa, con el cabello peinado y acariciando su vientre con la mano, mientras hacía cola en aquel restaurante de comida mediterránea rápida situado en el paseo marítimo, se la imaginó solicitando ayuda para llevar la bandeja a su mesa y no tener ningún problema en conseguir esa ayuda. Se la imaginó feliz.

Fue entonces cuando se recordó a sí misma cuando tenía un trabajo y acudir a un restaurante de comida rápida no era un lujo, cuando no era juzgada de vaga por no tener una nómina. Se imaginó también que tal vez fuera Dios quien la había puesto en ese lugar a la misma ahora que se despertó el hambre de la aparcacoches, que tal vez fuera Dios quien le recordó el experimento sociológico de París. Y se sintió en paz cuando vio alejarse a la aparcacoches con la bolsa de papel en la que le pusieron el menú completo, feliz y extrañada por partes iguales.