«El que coma de este pan, vivirá para siempre»

«El que coma de este pan, vivirá para siempre»

Lectura del Evangelio según san Juan (6, 51-58)

Jesús añadió:

–Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.

Esto provocó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban:

–¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Jesús les dijo:

–Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en esa persona. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el que me coma vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron sus antepasados. Ellos murieron; pero el que coma de este pan, vivirá para siempre.

Comentario

Con este párrafo Juan da la última explicación al gesto de la multiplicación de los panes. La clave central es que «Jesús no ha venido a dar “cosas”, sino a darse él mismo a la humanidad».

Jesús sigue afirmando, cada vez con más radicalidad, su papel salvador, su propuesta de vida alternativa y sigue utilizando el lenguaje del Éxodo. Él es pan vivo que viene de Dios y es un pan que da vida para siempre, que llena de sentido a la humanidad[1].

Su principio vital es que se da, que se entrega, que se regala para dar vida. Utiliza el término carne que en griego es sarx y es la traducción de la palabra hebrea basar, que expresa, no solo la parte biológica del ser humano es una expresión que habla de la totalidad del ser humano. La entrega de Jesús es total, es implicación de Dios, con todas las consecuencias en la vida y en la historia de los seres humanos.

Hay rechazo. Dios mejor es que no se meta en nuestros asuntos de la historia, qué de normas, que castigue, que nos resuelva nuestras angustias, que haga de control moral en la vida de los seres humanos, que dé respuesta a los interrogantes del hombre y de la mujer… y no más. Eso de implicarse en la historia, de ser uno más e invitarnos a vivir como él y realizar sus sueños, que se manifestaron en aquella multiplicación de los panes, entrar en comunión con los seres humanos y ser uno de los nuestros, no era nada fácil de entender y asumir para los judíos. Asumir que Dios se hace presente en el ser humano, en Jesús no era fácil de creer.

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Jesús no presenta una doctrina, presenta su vida y pide adhesión a su vida, a su forma de vivir y de relacionarse con Dios y, por lo tanto, una nueva forma de relación entre las personas. Comer su carne y beber su sangre es asimilar su vida, hacerla propia. Su vida que se expresa con el término carne, y beber su sangre es llegar hasta el final, entregar la vida.

Ya nos dice Juan Barreto en su comentario del Evangelio de Juan: «La doble fórmula “comer la carne” y “beber la sangre” distingue entre la realidad histórica de Jesús (carne: hombre mortal) y su entrega hasta el final (sangre: don de su vida). Se subraya así el doble aspecto de la adhesión: significa en primer lugar la adhesión del discípulo con Jesús, el Hombre pleno, y la aspiración a alcanzar la plenitud en una actividad como la suya en favor de los hombres y mujeres. En segundo lugar, y como expresión de identificación interior, no cesar en esa labor, no retroceder ni siquiera ante la prueba extrema»[2].

En esta asimilación de Jesús se da la verdadera vida, si no «no hay vida en ustedes», nos recuerda Jesús.

Este texto sigue cargado de alusiones a la Eucaristía como expresión, viva, sacramental, real de la experiencia de asimilación de Jesús, de toda su vida, comemos su carne, bebemos su sangre asumimos su vida y su proyecto, nos comprometemos con el sueño de Dios, su reinado, su gloria… «que el hombre, el ser humano viva» o como decía Óscar Romero, «que el pobre viva».

Jesús no es un modelo a imitar, es alguien a quien hay que interiorizar y, por lo tanto, transforma al discípulo. Esta es la raíz de la mística cristiana.

Quizás tengamos que reflexionar más cuales son las condiciones para una buena participación en la Eucaristía, para –como se decía antiguamente– una buena comunión… quizás tengamos que pensar más en la disponibilidad en asumir e interiorizar el proyecto de Jesús cada semana en la realidad concreta que nos ha tocado vivir, que en la moralina sobre actos dispersos que nos hablan más de portarnos bien que de vivir apasionados por el reinado de Dios y su justicia.

[1] J. Mateos y J. Barreto. El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. Ed. Cristiandad 1979. Pág. 345.
[2] Cf. Mateos y Barreto. págs. 340 ss.

 

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