Pedro Fuentes: “La precariedad comienza a ser la norma”

Pedro Fuentes: “La precariedad comienza a ser la norma”
Foto | Rocío Peláez (Cáritas Española)
Pedro Fuentes, licenciado en Sociología y antiguo militante de la JOC, pertenece al equipo de estudios de Cáritas. Es el encargado, junto a Fernando Rocha, de la Escuela del Trabajo de CCOO, de abrir la primera sesión de la jornada de profundización y diálogo de los Cursos de Verano de la HOAC sobre el “El compromiso en las situaciones de precariedad laboral”, que se celebran del 24 al 26 de julio.

¿Cuál es la trampa del trabajo en la que nuestras sociedades han caído?

El trabajo es una de las dimensiones que nos definen como humanos, sin él no se entiende la persona, pero solo con él tampoco. Por otra parte, una cosa es el trabajo y otra el empleo, y hay muchos trabajos que no son empleo, y que nos cuesta reconocer como tales.

Se trata entonces de una doble reducción, por una parte, reduce lo humano hasta hacer que vivamos para trabajar, y por otra, solo reconoce y valora a una pequeña parte como socialmente relevante.

A grandes rasgos, ¿cuáles son los principales problemas de las relaciones laborales de nuestro país?

Tenemos un realidad primero dualizada, es decir dividida en dos grandes grupos de trabajos, unos valorados y que permiten la integración social y el acceso efectivo a derechos, y otros despreciados cuando no invisibilizados que condenan a la precariedad vital.

Y al interno de cada uno de estos grupos, pero especialmente en el segundo, un altísimo grado de fragmentación en múltiples realidades, que hacen muy difícil su identificación como un único colectivo, y su organización como sujetos de cambio.

¿Qué colectivos tienen más dificultades para acceder al mercado de trabajo normalizado y por qué?

Terminaríamos antes diciendo quienes no, porque el problema esta en que ya estamos llegado al punto en el que lo normalizado es lo anormal. La precariedad comienza a ser la norma, el acceso tardío, la rotación central y la expulsión temprana definen cada vez más las trayectorias laborales, los salarios descendientes…

¿Qué debe tener el trabajo y el sistema de protección social para que el empleo sea realmente humano y no una condena que despersonaliza ni una aduana que excluye?

Debemos empezar a pensar en cómo desvincular el acceso a los derechos y la integración social del tener o no tener un empleo. Debemos empezar a pensar en unos sistemas de protección social no basados en lo contributivo como modelo de financiación y reparto.

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¿En el modelo actual es posible y deseable el pleno empleo?

El empleo no es más que la forma en que el capitalismo ha organizado una pequeña parte del trabajo humano. En cierta medida es el heredero de la esclavitud de los imperios o del siervo medieval. Así, el pleno empleo nunca ha existido, salvo que digamos, que, por ejemplo, la mujer no cuenta.

La vuelta a los niveles de empleo falsamente denominados como pleno, tampoco es viable, el sistema no la necesita, para seguir creciendo sostenidamente Y si la “empleara” los niveles de insostenibilidad ambiental se dispararían mucho más allá de los ya intolerables niveles actuales.

Sinceramente no se me ocurren motivos que hagan deseable el pleno empleo. Probablemente hay trabajos que no quede más remedio que organizarlos al modo “empleo”, que deberán repartirse. Otros podrán regirse por un sistema mixto, y otro muchos nunca serán empleo, pero no por ello podemos permitirnos el lujo de perder lo que aportan a la sociedad y a las personas

En una sociedad del bien común, sostenible, inclusiva y solidaría, ¿cómo tendrían que ser las relaciones laborales y las relaciones económicas?

Nunca ha existido una sociedad “sin” mercado, pero la sociedad “de” mercado está poniendo en riesgo el mismísimo hecho social. “Esta economía mata”, como nos recuerda Francisco.

Esa sociedad por la que me preguntas, debe recuperar el valor del trabajo, despojándolo de adherencias reductoras. Un trabajo que permita el desarrollo pleno de su dimensión subjetiva, y que gestione con equidad la objetiva.

Debe de poner la persona, cada persona y todas las personas y su dignidad en el centro de la vida social y política.

Ha de reinterpretar su concepción de las necesidades humanas, dejar de confundirlas con los deseos creados desde intereses más o menos espúreos, y dejar de identificar mas con mejor.

Y debe resituarse en su relación con la casa común que comparte con el resto de lo vivo, de la que debe cuidar con mimo. Me dejo muchas cosas y sé que esto suena a sueños…, pero déjame terminar parafraseando a Galeano, que nos recordaba que el derecho a soñar no está en la declaración universal, pero sin él, los demás se quedan sin fuente de la que beber.