Un trabajo que cuida, poniendo en el centro a la persona

Un trabajo que cuida, poniendo en el centro a la persona
Foto | Ecaterina Tolicova (vecteezy)
Cuando en 2001 los investigadores iban reconstruyendo uno de los hallazgos de Atapuerca, en concreto, un cráneo muy fracturado que denominaron «cráneo 14», descubrieron una deformidad que identificaron como craneosinostosis, una enfermedad incompatible con la vida hace medio millón de años.

Sin embargo, aquel cráneo asimétrico era de una preadolescente, que bautizaron como Benjamina. ¿Cómo pudo sobrevivir un individuo así por sus propios medios en un grupo nómada de cazadores recolectores? Benjamina sobrevivió hasta la preadolescencia porque el grupo cuidó de ella: la alimentaron, la trasladaron de un lugar a otro, le ofrecieron cobijo y abrigo, etc. Lo mismo descubrieron en los restos de Miguelón, un homínido que murió alrededor de los 35 años y que padecía una infección dental que le impediría comer a no ser que alguien masticara por él, o Elvis un individuo con una patología degenerativa de cadera que le impediría cazar, andar largas distancias o incluso mantenerse de pie, y que, sorprendentemente, murió anciano hacia los 45 años. Benjamina, Miguelón y Elvis son la evidencia palpable del vínculo compasivo de nuestra naturaleza humana; una muestra de que la interdependencia y el cuidado nos definen como especie.

José Laguna [1], partiendo de esta investigación, y sin caer en la ingenuidad, ni pretender dibujar un paraíso idílico de homínidos compasivos regidos exclusivamente por el principio del cuidado, destaca como el origen de nuestra humanidad se edifica sobre la vulnerabilidad: el primer «contrato social» es un «pacto de cuidados».

Siendo esto así, cuando nos situamos en el actual sistema capitalista, nos encontramos con un sistema objetivamente incompatible con la vida. Un sistema que convierte toda realidad en un recurso de mercado, reduciendo todo valor a la categoría de precio. Nos encontramos también con un relato que justifica sus prácticas financieras y las enmarca como beneficiosas a un sujeto planetario global, ignorando a los individuos concretos que sufren en carne propia los efectos de una economía depredadora. En palabras del papa Francisco: «Este sistema de producción y consumo que se ha instalado y que ha tomado las riendas de la economía está generando una cultura que niega la dignidad del ser humano, que sitúa en el centro al ídolo dinero y no a la persona, que hace difícil el desarrollo de un proyecto de comunión, que nos impide vivir como familia humana, que globaliza la indiferencia» (Evangelii gaudium, 54).

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Ante esta realidad Laguna nos invita a hacernos algunas preguntas: ¿por qué la vulnerabilidad, la interdependencia, la compasión y el cuidado no forman parte de nuestros mitos fundantes?, ¿por qué hemos decidido definirnos como seres autónomos antes que como vulnerables?, ¿por qué la ficción de la autonomía opaca la verdad universal de la vulnerabilidad?, ¿por qué elegimos seguir construyendo nuestras ficciones sociopolíticas sobre necropolíticas defensivas y no sobre biopolíticas de cuidado? Son preguntas que también debemos hacernos cuando hablamos del trabajo, del trabajo humano. Los trabajos de cuidados que rompían con el individualismo, la primacía del más fuertes, el «sálvese quien pueda» y la política de abaratamiento de «costes» de aquellos primeros habitantes en tierras burgalesas, posibilitaron que Benjamina, Miguelón y Elvis pudieran tener calidad de vida y seguir formando parte de aquella comunidad.

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