Extrema derecha francesa e “inseguridad cultural”
Nada más conocerse el triunfo de la extrema derecha de Marine Le Pen en las elecciones europeas del pasado 9 de junio y la inmediata convocatoria de elecciones legislativas para el 30 de junio y el 7 de julio, el periódico La Croix publicó una encuesta realizada por el Instituto de estudios de Opinión y marketing en Francia (IFOP). Según tal encuesta, el 42% de los católicos practicantes regulares habría votado a favor de las listas de extrema derecha, frente al 18% en 2019. Por su parte, la suma del voto de los católicos más abiertos y progresistas habría tenido dificultades para llegar al 30% en las últimas europeas. Un sorpasso en toda regla. “No hay que olvidar que la tasa de participación en las elecciones de los católicos practicantes está más de 20 puntos por encima de la media nacional”. De ahí la importancia de este voto, apuntó Jérôme Fourquet, director de opinión y estrategia del IFOP.
Tal deslizamiento hacia la extrema derecha ha sido calificado como un terremoto, en particular, cuando se lo considera globalmente, es decir, cuando se atiende no solo a la singularidad del voto católico, sino al comportamiento electoral de toda la sociedad civil francesa. Y lo es –prosiguió J. Fourquet– porque muestra una notable disminución del espíritu de resistencia colectiva a las fuerzas de dicha extrema derecha. A ello habría contribuido, ciertamente, el abandono de la imagen “extremista” que arrastró la extrema derecha durante el tiempo en que la lideró Jean-Marie Le Pen y que su hija, Marine Le Pen, se habría encargado de diluir y suavizar. Pero, sin dejar de reconocer este cambio, no se pueden ignorar –continuó el director del IFOP– las notables diferencias existentes entre la extrema derecha y las fuerzas más progresistas en todo lo referente a la lucha contra el terrorismo, a la inmigración ilegal, a la educación y a lo que algunos sociólogos vienen llamando desde no hace mucho “la inseguridad cultural”.
¿Qué se quiere expresar recurriendo a dicha “inseguridad cultural”? Si no me equivoco, creo que la aparición de un problema, a la vez, social e identitario. Con el empleo de esta expresión se estaría recogiendo la ansiedad y el temor en los que se encuentra sumida una parte de la ciudadanía perteneciente a las clases trabajadoras; en particular quienes –formados en una “referencia cultural” mayoritaria– ven cómo esta –a causa de intensos movimientos migratorios en su zona– se ha ido disolviendo poco a poco, hasta llegar a ser minoritaria. La consecuencia estaría siendo la generación de un miedo colectivo, marcado por la humillación, la desposesión y, en el extremo, por la ira. Pero tampoco se puede olvidar la existencia de colectivos que manifiestan no sentirse reconocidos ni respetados por el hecho de ser musulmanes. Es la otra cara de esta “inseguridad cultural”. Hay que reconocer que Francia tiene un serio problema de convivencia.
Por eso, entiendo que el asunto merece alguna atención. De ello se ha encargado el presidente de la República, Emmanuel Macron, cuando, recientemente, ha llamado la atención sobre el riesgo de una “guerra civil”: “la respuesta de la extrema derecha divide y lleva a una guerra civil porque enfrenta a las personas dependiendo de su religión o de su origen”. Pero no menor es el riesgo que comporta “La Francia Insumisa” (LF), el partido que lidera el Nuevo Frente Popular: “sume a las personas –ha proseguido– en un sectarismo que puede dar resultados electorales, pero que también puede implicar una guerra civil porque enfrenta igualmente a las personas por su pertenencia religiosa o comunitaria”. Dejando aparte el previsible fracaso del partido que lidera Macron y poniendo un poco de sordina a su intimidante diagnóstico, hay que reconocer –lo reitero– que Francia tiene un serio problema de convivencia.
Ante este panorama, sorprende –mientras escribo estas líneas– el silencio de la Conferencia Episcopal Francesa. Supongo que porque no les resulta fácil alcanzar un punto de encuentro entre los obispos partidarios de adoptar una posición inequívoca contra la extrema derecha y los que piensan que no deben intervenir en el debate político. O entre los que son partidarios de defender tanto la “identidad cristiana” de Francia como los “principios innegociables” que protegen la vida y los que entienden que su palabra es innecesaria o irrelevante después del drama de la pederastia eclesial y ante un mundo católico –como el francés– políticamente muy fragmentado.
Siendo esta la situación, creo que no está de más recordar el posicionamiento al respecto de mons. Olivier Leborgne, obispo de Arras: como católico, ha venido a decir, la única verdad y estrategia posible en estos momentos es la que tiene como norte las palabras de Jesús, recogidas en Mateo 25: “cada vez que hicisteis algo en favor de uno de estos más pequeños, a mí me lo habéis hecho”. A la luz de este criterio –ha concluido– invito a la ciudadanía francesa a visitar el Paso de Calais, mirar lo que allí sigue pasando y preguntarse a qué fuerza se ha de votar.
Sacerdote diocesano de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria).
Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ediciones HOAC, 2021)
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