Cuidar el trabajo, cuidar la vida
En los últimos años ha cogido fuerza la cultura el cuidado. Una forma de interpretar y organizar la existencia de forma que todas las personas tengan una vida digna en un entorno creacional saludable.
Hemos avanzado mucho en el cuidado de los enfermos y de los mayores. Pero en las relaciones sociales todavía la fiebre posesiva y el individualismo pervierten la economía en crematista: producir más para unos pocos a costa de lo que sea y de quien sea. Esta deformación hace del trabajo humano una mercancía y la vida digna de los trabajadores queda fuera de cuidado.
En la revolución del proletariado se destacó casi exclusivamente la tensión entre capital y trabajo asalariado. Por supuesto hay que defender el derecho de la persona trabajadora a un salario justo. Pero solo con un salario razonable no se garantiza ya la dignidad de trabajo y el cuidado de la vida. ¿No hay peligro de que los trabajadores y las trabajadoras reduzcamos el cuidado de nosotros mismos a recibir un alto salario y una jubilación acomodada? ¿esa reducción no puede llevarnos a una falta de sentido y cuando estamos trabajando y, sobre todo, en la misma jubilación?
La persona humana necesita disponer de recursos económicos para sobrevivir. No debe ser utilizada ni dejarse utilizar como un robot que responde sin más a lo programado. Aunque tenga un trabajo bien remunerado no queda satisfecha. En su intimidad hay un reclamo de ser ella misma, libre y autónoma. En su corazón pujan la divina manía del amor, la necesidad de sentirse útil y el deseo de relación amistosa con los otros. Cuidar la vida conlleva cultivar estas dimensiones. Y en esta perspectiva se debe interpretar el cuidado de un trabajo digno. Que no se mide solo por el salario que proporciona, sino porque nos hace cocreadores en nuestra vida comprometida en el crecimiento de más humanidad.
Cuidar la vida humana y cuidar el trabajo digno son dos imperativos inseparables. •
Teólogo