Mari Carmen, enfermera: «Supo cómo controlarme desde el primer día»

Mari Carmen, enfermera: «Supo cómo controlarme desde el primer día»
Mari Carmen, enfermera de profesión, tardó muchos años en reconocerse como víctima de malos tratos. Fue en su segundo año en el Centro Mujer 24 Horas, cuando comenzó la terapia de grupo.

«Las primeras sesiones ni hablé, salía de allí tambaleándome interiormente. Escuchando a las otras mujeres, empecé a descubrir que lo que decían, de alguna manera, yo lo había vivido también. En cada sesión nos aplaudíamos, nos abrazábamos, nos besábamos, porque para nosotras era muy fuerte todo lo que estábamos sintiendo».

Muy poco a poco, acompañada por ellas, la psicóloga y la trabajadora social, fue perdiendo el miedo y releyendo su vida. «Empecé a analizar lo que me había pasado, a resituarlo todo, a encajar las piezas del puzle en mi cabeza». Entendió que había vivido como él quería y había hecho lo que él le decía. Su primer objetivo, desde el noviazgo, había sido aislarla de todo y de todos. Dejó las amistades que tenía en la parroquia, «por tu bien», le decía, «confía en mí». Le hacía sentir culpable por todo, estaba yendo a bailes de salón y en dos semanas lo había dejado, también las clases de guitarra.

Cuando se iban a casar, ella le comentó que antes tenían que conocer a sus respectivas familias. «¿Tú con quién te vas a casar? Me increpó y, claro, ya me había enganchado y tenía miedo de que me dejara». Se fueron a vivir a otro pueblo y de esta forma terminó por cortar cualquier vínculo que le quedaba.

Cómo comenzó todo

Llevaban unos cuantos años casados y dos hijos en común. Un día que se suponía que el padre los llevaba a las rebajas, se fue a una comisaría y la denunció por maltrato, «porque decía que lo dejaba dormir en la calle, que a mis hijos no les daba de comer, ni los llevaba al cole aseados, y que quería quitarle todo. Eso fue un sábado, el domingo estuvo como si nada y el lunes por la mañana, que estaba en casa porque no me tocaba trabajar hasta el día siguiente que tenía guardia, vino la policía, me enseñó el atestado, comprobó mis datos y me dijeron que tenía que ir a la UFAM» (Unidad de Atención a la Familia y Mujer).

Sus vecinos, que en ese momento estaban en el jardín, le preguntaron y ella les respondió que seguro que era un error. «Me sorprendí de que ellos no se extrañaran. Al contrario, me dijeron, vamos a llamar a un abogado que conocemos y te vamos a ayudar en lo que podamos. Yo no entendía absolutamente nada».

Su hijo mayor acababa de cumplir los 12 años, edad desde la que un menor puede declarar y, en este caso, ratificó lo que su padre había denunciado. «No me había percatado de sus intenciones. Sabía que ese año se había pasado todas las tardes encerrado en su habitación con el chiquillo para estudiar». A ella no le parecía bien que la hubieran dejado de lado, se quejaba de que el niño había empezado a tratarla mal, pero él le quitaba importancia.

Ese fue solo el principio de un calvario de juicios y de violencia, que ha descubierto que tiene el apellido de vicaria. «Una manipulación de los niños tan sibilina que al principio no te das ni cuenta, porque no piensas que una persona puede querer hacerte tanto daño, y que va creciendo, hasta llegar a enviar a su hijo mayor a amenazarla de muerte, ¿cómo lo denuncio si él está siendo también víctima?». En el juicio la tachó de neurótica y bipolar y pidió que la ingresaran en un centro mental. «Yo justificaba todo lo que él hacía, pensaba que no estaba bien. Pero conforme iba recolocando las piezas del puzle, se me caía un trocito de venda. Su objetivo era destruirme a través de mis hijos».

Yo me he apoyado mucho
en mi fe. Me he metido un poquito
en la piel de María, porque lo que
estás viviendo es un calvario y mejor
que ella, nadie lo sabe

Estuvo mucho tiempo separada de ellos, «ahora el pequeño ya está conmigo, y eso a él le ha sentado fatal. Igual que a mí, ha intentado hacerle daño de muchas maneras. Lo que más te afecta es lo psicológico. Eso se te queda para siempre. Esa cicatriz no te la borra nadie. Cuando te ha cogido del cuello, cuando te ha dado una bofetada diciéndote que eran caricias, eso se te pasa, eso es momentáneo. Pero lo psicológico, nunca lo olvidas. Los primeros años tenía mucho miedo. Un miedo que he visto también en mis hijos».

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La abogada que la llevaba en víctimas del delito, donde fue derivada en un principio por la UFAM, le recomendó no denunciar porque no tenía ningún parte de lesiones y era difícil la parte probatoria. No lo hizo hasta mucho después de salir del Centro Mujer, cuando se sintió fuerte, 12 años después de separarse. «No vengo por mí, ya no tengo miedo de nada, me he dado cuenta de que es tan cobarde que no va de cara, pero mi experiencia es que un maltratador no puede ser un buen padre. Asusta que tus hijos, como han vivido con él, al final sigan esos patrones».

En todo el largo proceso judicial, lo que más le ha dolido ha sido la revictimización y que algunos profesionales dudaran de lo que decía. Sin embargo, en sitios como la Casa de la Mujer de su municipio se ha sentido acompañada. Cuando salió de su primera entrevista con la psicóloga, que duró varias horas, se dijo «aquí me han entendido, no me ven como la mala de la película». De hecho, después, a través de una asociación, ha hecho lo mismo con otras mujeres víctimas de violencia.

«Cuando escuchas otros casos te das cuenta de que ellos siguen patrones parecidos, que hacen daño, más o menos, de la misma manera. Se engrandecen en la medida en que te hacen pequeña a ti. Yo me acuerdo de que, cuando volví a vivir al pueblo, al verme mi tía 15 años después, me dijo que no era la misma, “tus ojos hablan y ahora están tristes”». Para recuperarse se apoyó en su familia y se reencontró muy poquito a poco con amistades de la infancia y con la gente de la parroquia. Y aunque él no ha parado todavía y siempre encuentra alguna excusa para seguir anulándote, hay esperanza. «Las que somos creyentes, tenemos eso favorable. Yo me he apoyado mucho en mi fe. Me he metido un poquito en la piel de María, porque lo que estás viviendo es un calvario y mejor que ella, nadie lo sabe. Por María me he sentido acompañada».

 

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