Dimensiones de la fe en la Resurrección de Jesús

Dimensiones de la fe en la Resurrección de Jesús
FOTO | Matt Botsford, vía Unsplash

Algo muy importante en la vida de la Iglesia es la liturgia y todo lo que se celebra para manifestar y cultivar nuestra fe. Al mismo tiempo vemos que no podemos reducir nuestra fe a todo lo que realizamos en las iglesias, santuarios y en todas las manifestaciones religiosas. Por eso hemos de ver todo el alcance de nuestra fe y tratar de cultivarla, vivirla y manifestarla en todas las expresiones de la vida y del desenvolvimiento del mundo en que vivimos.

Podríamos abrir nuestra mente y nuestro corazón y tratar de ver, además de las dimensiones que estamos ya viviendo de la fe en la Resurrección de Jesús, las otras dimensiones que tiene y que encontramos presentes en las Escrituras, en pensamiento y en la historia del cristianismo.

La dimensión económica de fe en la Resurrección

A la vista de todos está que quien domina hoy el mundo es el dinero, los grandes capitales que cada vez son más grandes; y también vemos que el mundo en que vivimos, además de otras cosas que influyen en la vida, está organizado a partir los intereses de las grandes fortunas. Estos capitales están totalmente protegidos por unas estructuras jurídicas que garantizan el derecho a la propiedad de los bienes, por encima de todo, incluida la vida de las personas y de los pueblos. Ellos son los que controlan y dirigen las estructuras políticas que siempre están orientadas, a gusto o a disgusto, a favor de las grandes fortunas. Es el capital quien fomenta y produce la creación de los armamentos más avanzados, que están en la reservan y se utilizan cuando se ve amenazado. Son los intereses económicos, unidos a otros factores, los que declaran las guerras y las mantienen. Y el poder económico ha mentalizado a la sociedad para que crea y acepte que esta forma de vivir es la mejor y la única posible para la existencia de la humanidad en el mundo. Por eso aunque no tengamos dinero, todos somos, o se nos obliga a ser, defensores del dinero y de la organización que este da a la sociedad, todos somos capitalistas.

Los que creyeron en Jesús resucitado, nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, trataron de vivir como una familia y pusieron sus bienes en común, de tal manera que nadie llamaba suyo nada de lo que poseía (Hechos 2, 42-47 y Hechos 4, 22-37). Suprimieron el derecho de propiedad. Podríamos aportar muchos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, sobre la comunión de bienes, de vida y de acción, pero con estos ya es suficiente. La fe en la Resurrección y la vivencia de esta fe, cuando es auténtica, libera a los creyentes de todos los apegos y ataduras a cualquier tipo de bienes que no son necesarios para vivir, incluso les da fuerzas para renunciar a lo que necesitan para conservar su vida, los hace capaces de pasar necesidad por amor a los que carecen de lo necesario para vivir. Está claro que la Resurrección de Jesús tiene una dimensión económica y cuando es vivida a nivel personal y comunitario, orienta a los creyentes a organizar la vida y la sociedad hacia el bien común por encima de todo, a nivel nacional y mundial. Si olvidamos y no vivimos esta dimensión de la fe en la Resurrección, ya no creemos ni vivimos la vida nueva del Resucitado, nuestra fe se centra y absolutiza más en nuestros bienes, en nuestros dinero y el derecho de propiedad que en la comunión que nace de la Resurrección.

Cuando las personas cristianas no vivimos la dimensión económica de la Resurrección, y solo nos centramos en la liturgia y en otras celebraciones religiosas, estamos utilizando un aspecto fundamental y decisivo de la persona del Resucitado en quien creemos, para mantener nuestro estatus y para consolidar la organización de la sociedad. Vemos todos los días que, después de celebrar la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua, todo continúa igual, la economía sigue las orientaciones que le da el mercado, o los intereses de los grandes capitales, y cado uno de los que celebramos estas fiestas conservamos nuestros bienes sin compartirlos, o sin darles una orientación que tenga como base el bien común, y especialmente el de las personas que está en la precariedad, que son casi una tercera parte de nuestra población, en el país donde vivimos, y la mitad de la población a nivel mundial.

La Resurrección, tal y como la vivimos ahora, no transforma nuestra economía, no crea una nueva economía, sino que la empleamos para conservarla como está, corregida y aumentada. Todo lo más que hacemos es dar algún donativo para Cáritas. Y los ayuntamientos ofrecen, con mucha burocracia, y solo para poner paños calientes, los servicios sociales, pero no se afronta el gran problema de la desigualdad, de la vivienda, del paro y otras muchas cosas que afectan de lleno, a millones de personas que forman parte de nuestra sociedad. Está muy claro que la vida nueva de la Resurrección, más que a dar limosnas y pequeños donativos, más que a hacer voluntariado y proyectos humanitarios, que están muy bien y son necesarios, nos orienta y nos pide un compromiso para orientar toda la economía, la privada o particular, y la pública, al bien común, y acabar con todas las desigualdades a nivel nacional y mundial. Los donativos, limosnas, voluntariados, servicios sociales y Cáritas, no han de servir para justificarnos de que “somos buenos y solidarios”, sino para llegar al final de la comunión de bienes, vida y acción.

Cuando olvidamos la dimensión económica de la Resurrección olvidamos aquello que le dijo Jesús a los especialistas de la religión de su tiempo, en Marcos 7, 6-7: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí…” Lo mismo que Jesús dijo a aquellas personas nos lo puede decir hoy a nosotros. No se trata, ni se pueden hacer las cosas de la noche a la mañana, pero que se vea que nos ponemos en camino para organizar la economía a partir de la vida nueva de la Resurrección. Hoy la economía está muerta, ha de resucitar.

La dimensión política de la fe en la Resurrección

No es fácil hablar de la situación de la política a nivel mundial. Son muchas las circunstancias y muchas las fuerzas que actúan a todos los niveles. Solo podemos hablar de los resultados que observamos en el contexto global. Las grandes potencias optan por el dominio, el control y el aumento de poder, no se observan actitudes de colaboración para afrontar y dar respuesta a las necesidades y problemas que tiene actualmente la humanidad. La tendencia es el camino hacia la creación, o consolidación de los imperios. Poco importa la vida digna y promoción de los países subdesarrollados, o la solución de los conflictos a través del diálogo y el compromiso para construir la paz, nada de ética en el ejercicio de la política y en la formación de líderes políticos, con un nivel de humanidad a la altura de las circunstancias y poco, o muy poco la conservación de la naturaleza. El progreso de la humanidad no está suponiendo, ni aportando medios para el mejor desempeño de la política.

Veamos lo que aparece en el Nuevo Testamento en relación con el ejercicio de la política. Comenzamos por reconocer que en la vida política hay pocos testimonios de personas que vivan a partir de la fe en Jesús y que estén comprometidas totalmente en la construcción de reino de Dios que es, entre otras cosas, el bien común integral a nivel mundial. Todo lo más que hay son ideologías, más o menos relacionadas con la religión cristiana, pero que no dejan de ser ideologías que no buscan la coherencia total con la fe.

Los Evangelios y todo el Nuevo Testamento se escribieron después de la Muerte y Resurrección de Jesús. Es decir, que están escritos a la luz de la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús.

Lo que se escribe de Jesús, se escribe de Él, vivo, muerto y resucitado. Tanto en los evangelios, como en todo el Nuevo Testamento, se ve bien claro cómo se sitúa Jesús ante la vida, ante la humanidad y cómo concibe Él, vivir la vida a nivel personal y comunitario. Las pretensiones de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte, no fueron las de subir, sino de bajar, de ponerse en el último lugar, de ser un pobre entre los pobres. Por eso cuando fue tentado por Satanás, en el desierto, apoyado en la Palabra de Dios, renunció al bienestar, a la fama y al poder (Mateo 4, 1-11). Y cuando sus discípulos se peleaban por ver quién era el más importante de todos, o “los primeros ministros” en reino que Jesús venía instaurar, les dijo que los jefes de las naciones las oprimen y abusan de su autoridad, pero no tenía que ser así en la comunidad que Él estaba iniciando, de manera que, el que pretende ser el primero y gobernar, ha de ser el servidor, algo así como el esclavo de todos, lo mismo que Él que no había venido a este mundo a mandar y tener poder, sino a servir y a dar su vida por la salvación de todos (Marcos 10, 42-45).

Esto que nos dice Jesús, lo vemos hecho realidad cuando, en la noche de la última cena, lava los pies a los discípulos. Este gesto es fundamental en la vida de Jesús, es lo que Él hizo a lo largo de su vida, este gesto va unido a la Eucaristía, en la que estrega su persona a todos y a cada uno de nosotros. El evangelista san Juan no habla de la institución de la Eucaristía, que ya había relatado de forma amplia, en el su capítulo 6, sino que, en la última cena, narra el lavatorio de los pies en 13, 1-4. Jesús fue el Servidor que llega a dar su vida y que elige como trono de su gobierno la pobreza y la cruz (Juan 19, 19-24). Nos dejó claro que Dios no es el que manda, sino el que sirve, no el que controla sino el que ofrece y protege la libertad, el que ofrece su vida por amor, porque Él es Amor.

Queda claro que el ejercicio de la política para un creyente en el Resucitado, ha de ser un ejercicio y una expresión del amor, del servicio y de la entrega de su vida para el bien de la sociedad en la que vive y abierto a la solidaridad con toda la humanidad. Es lo que el papa Francisco, y antes que él sus predecesores, llama la caridad política, como vemos en el número 205 y en todo el capítulo 4 de su exhortación Evangelii gaudium. Esto lleva consigo la renuncia a la lucha por el poder, el dejar a un lado los intereses económicos, ideológicos y de cualquier tipo, el poner en primer lugar la persona, especialmente las personas que carecen de lo necesario para vivir, los marginados, los inmigrantes, la mujer, los países pobres, y a renunciar a la violencia física y verbal para conseguir o conservar el poder. Y como la naturaleza forma parte de la vida, no puede haber auténtica política si no se cuida “la casa común”, el planeta tierra.

Sin desconocer lo positivo que está aportando la administración pública en el mundo, parece ser que, al contemplar lo que está pasando a todos los niveles, vemos que la política está muerta, ha de resucitar.

La dimensión cultural de la fe en la Resurrección

Podríamos hablar mucho sobre la cultura, pero ahora nos vamos a fijar solo en un aspecto: La cultura como lo que se piensa, cultiva y se vive. Sobre este aspecto nos preguntamos qué se piensa, se cultiva y se vive hoy en el mundo en que vivimos. Vemos que estamos en un mundo en el que pesa mucho la ciencia, la técnica, los medios de comunicación, la movilidad, el bienestar, el placer sensible y muchas otras cosas como la religión, las ideologías y las nuevas espiritualidades, pero todo eso no funciona de una manera aséptica o neutral, sino que está gobernado, más o menos, o bastante influenciado, por unos intereses, que son los intereses del capital y de los imperios, o de las naciones que aspiran a ser imperios. No queremos decir que el ambiente del mundo en que vivimos anule y destruya totalmente la conciencia y la libertad del ser humano, pero no podemos negar que la persona se ve muy condicionada y en muchas ocasiones obligada, de forma consciente o inconsciente, a vivir y aceptar situaciones muy contrarias a su dignidad y a lo que su razón y su sano juicio, le dicen que es lo mejor y lo más humano. Esta es la situación, nada nueva, expresada de forma muy simple, en la que actualmente vivimos en el mundo.

Está claro que no podemos separar la cultura de la economía, la política y del momento histórico en que vivimos. Cada realidad o dimensión de la vida influye en las otras y en toda la vida, pero tiene su personalidad, por decirlo de alguna manera, que no se puede confundir con los otros aspectos de la vida. Y también vemos que hay aspectos de la vida que dominan sobre los demás.

Después de haber pensado un poco sobre la cultura en el mundo en que vivimos, nos preguntamos sobre la dimensión cultural de la fe en la Resurrección de Jesús, la relación que tiene la fe en la Resurrección con la manera de pensar, de vivir y de actuar en la vida y en la historia. Veamos lo que significó la fe en la Resurrección para las personas y grupos que creyeron en ella.

Los que creyeron en Jesús y en su Resurrección eran miembros de la religión judía, pero a partir de su fe en Jesús, aunque se sentían continuadores de la Antigua Alianza, dejaron su religión y su forma de ver y de situarse ante la vida, para vivir de una forma nueva. Los que estaban encerrados en una cultura fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio, la buena nueva, a todas las naciones (Marcos 16, 15-18). El Resucitado envió su Espíritu al grupo que Él había formado y los movió a anunciar el Evangelio a personas de todas las naciones y culturas (Hechos 2, 6-12). Ya Jesús, antes de morir y resucitar, había entrado en comunicación con personas de otras culturas y religiones (Lucas 7, 1-10; Marcos 7, 24-30) y, en estos encuentros, valora la fe de estas personas por encima de los creyentes de Israel, como valoró la fe y la acogida de la viuda de Sarepta, de territorio de Sidón, que recibió en su casa a Elías; y de Naamán el sirio curado por Eliseo.

Este es el camino que siguieron todos los seguidores de Jesús, salieron de su país para encontrarse con otras culturas y sembrar en ellas la buena noticia del Evangelio (Hechos 10, 47-48 y Hechos 11, 4-18). Esto significa que la fe en la Resurrección nos abre a todas las culturas y que no infravalora ninguna de ellas, ni la mitifica, promueve la comunión de todas las maneras de pensar y las pone todas al servicio de la vida y la dignidad de la persona, hasta el punto que el apóstol Pablo llegará a decir que “ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer. Pues todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28).

Creer en la Resurrección de Jesús, sin renunciar a la propia identidad cultural, libera al creyente de los esquemas que lo pueden encerrar en su propia forma de vivir y de pensar para abrirse, dialogar y complementarse con otras culturas, otras formas de pensar, otras religiones y construir la fraternidad universal. Creer en Jesús resucitado libera a cualquier cultura de intereses, visiones estrechas, fanatismos y otro tipo de limitaciones y condicionamientos, y la pone al servicio de la dignidad y del crecimiento integral de la persona y de los pueblos. La fe en la Resurrección libera a cualquier cultura del afán de poder, de la tendencia al colonialismo y de cualquier imposición y medida dictatorial, y pone cualquier contenido cultural al servicio de la libertad, el crecimiento integral de la persona y de los pueblos.

No es así como hemos actuado la mayoría de los cristianos a través de la historia, a pesar de que hemos confesado, en las celebraciones litúrgicas, la fe en la Resurrección. Le fe dentro de los templos ha ido por un camino, y la vida, la cultura y las actuaciones históricas han ido por otro muy diferente. No se ha tenido en cuenta ni la dimensión económica, ni la dimensión política, la dimensión cultural de la fe en la Resurrección. Los documentos del Concilio Vaticano II y todos los escritos de los papas posteriores al Concilio, han tratado de orientar la vida de las comunidades cristianas y de todos los creyentes, por el camino estas tres dimensiones y otras muchas que nos ofrece la fe en la Resurrección.

Tenemos ahora una oportunidad de vivir la fe en la Resurrección en todo su alcance, como la han vivido y la están viviendo los auténticos creyentes ha habido y que hoy caminan por el mundo.

La cultura actual tiene un contenido de muerte, ha de resucitar.