El desafío humanitario en Alcalá de Henares: un llamamiento a la fraternidad

El desafío humanitario en Alcalá de Henares: un llamamiento a la fraternidad

Como el samaritano, nos hemos encontrado en el camino con el hombre malherido, en este caso con más de 1.200 africanos que, después de la peripecia de su travesía por el mar y llegada a Canarias –los que tuvieron esa suerte–, han sido hacinados en el eufemísticamente llamado Centro de Acogida de Emergencia y Derivación (CAED) de Alcalá de Henares, un espacio militar en desuso donde se han instalado unas carpas y servicios precarios –suponemos, porque no nos han dejado verlos nunca– para almacenar a estas personas mientras pasa el tiempo sin que sepan qué hacer con ellos.

En noviembre, cuando llegaron los primeros, en autobuses, la organización Bienvenidos Refugiados de Alcalá nos propuso hacernos presentes para darles la bienvenida, para que sintieran una acogida humana y lo menos fría posible. Así lo hicimos, y desde entonces no hemos podido desviar la mirada de esos jóvenes que vienen huyendo de guerras y persecuciones o simplemente buscando un futuro posible por medio del trabajo, y que no encuentran acogida en nuestra tierra de promisión.

Aunque la opacidad sobre la vida en ese campamento es total, enseguida se detectó las grandes carencias que tenían en cuanto a higiene, sanidad, aprendizaje del español, menores de edad sin un trato como tales, abandono ante los trámites administrativos, ocupación del tiempo. Pues pasan los días y los meses sin hacer nada.

Voluntarios diversos y organizaciones nos pusimos en marcha como plataforma “Alcalá Acoge” para cubrir lagunas como pudiéramos a nivel asistencial (compañía y ayuda a ocupar el tiempo cuando salen en sus horas de paseo, y sobre todo ayudar a aprender nuestra lengua), pero también para defender sus derechos: a no ser expulsados a la calle cuando cumplen el período de estancia estipulado, a poder solicitar asilo internacional, a reclamar la documentación de sus países de origen… En ocasiones ha habido que dar de comer y alojar a jóvenes expulsados sin ningún derecho: desde el derecho al trabajo hasta el de asistencia de emergencia, porque ni siquiera se les permite el empadronamiento por parte del ayuntamiento de esta ciudad.

Así, además de nuestro trabajo como personas, los colectivos que nos hemos implicado –entre ellos la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC)– hemos publicado comunicados, presentado reclamaciones, acompañado en concentraciones, gestionado papeleos, incluso les hemos acompañado al Defensor del Pueblo.

Así seguimos, echando una mano junto con mucha gente, creyentes y no creyentes, como debe ser. Se ha avanzado: han cesado las expulsiones del campamento sin alternativa, se ha mejorado la atención y se está empezando a facilitar gestiones de solicitud de asilo.

Queremos que las instituciones implicadas tengan en el centro el bien común de estas personas, superando la división partidista, y se favorezca la convivencia. Para nosotros no son números, son hermanos nuestros que huyen de la pobreza, la sequía, la guerra y el hambre de sus países.

La militancia de la HOAC diocesana acudimos a nuestro obispo, Antonio Prieto, el cual se implicó de inmediato y sigue en coordinación con nosotros a través del delegado diocesano de migraciones y del director de Cáritas, utilizando su mediación en lo que puede ante las autoridades. También publicó un comunicado muy valiente junto con los otros dos obispos de la provincia eclesiástica de Madrid.

Aunque el problema migratorio no lo resolvamos ni está en nuestras manos, no podemos pasar de largo y mirar para otro lado. Soñamos con un cambio de mentalidad (cabeza, corazón) que nos haga más cercanos para construir unas relaciones de fraternidad como hijos-hermanos de un mismo Padre. Necesitamos el trabajo de todos en esta Iglesia en la que hay que luchar a brazo partido contra la corriente que nos arrastra: la xenofobia, el rechazo, el miedo al diferente y al pobre, avivada por grupos políticos miserables que se dicen cristianos. Desde el púlpito, en los grupos, en las catequesis, necesitamos que se recuerde insistentemente este mensaje de amor y de solidaridad: el que Francisco nos recuerda al actualizar preciosamente la parábola del buen samaritano en su encíclica Fratelli tutti. Dios quiera que lo pongamos en práctica.

 

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