A propósito de la sinodalidad. De la difícil sinodalidad a la sinodalidad difícil
Aunque es de todos conocido que la sinodalidad es una institución eclesial muy antigua, también sabemos que en su versión más reciente es una institución de san Pablo VI quien, tras el Concilio Vaticano II y recogiendo la propuesta de muchos Padres Conciliares deseosos de mantener viva la experiencia conciliar, instituyó el 15 de septiembre de 1965 lo que desde entonces conocemos como Sínodo de Obispos.
Concebido como una “asamblea de obispos escogidos de las distintas regiones del mundo que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión entre el Romano Pontífice y el Colegio Episcopal”, tiene por misión asesorar al Papa en las cuestiones propuestas en cada sínodo.
A diferencia de los concilios, que pueden ser decisorios en sus conclusiones, los sínodos son de carácter consultivo y tienen la misión de asesorar al Papa en el tema propuesto para cada uno de ellos.
Normalmente, a la finalización de cada sínodo son entregadas al Papa las actas del mismo y los Padres Sinodales suelen elaborar un “Mensaje al Pueblo de Dios” y una “Lista final de propuestas”, que se entrega al Papa, quien habitualmente redacta una exhortación apostólica postsinodal.
Esta ha sido la manera habitual de funcionar el sínodo desde 1965 hasta la sorpresiva e ilusionante llegada del papa Francisco quien, tras haber presidido en su pontificado cinco asambleas sinodales, ha querido a través del sexto sínodo de su pontificado que no sólo sean los obispos y él quienes se involucren en la tarea sinodal, sino que sea todo el Pueblo de Dios quien se sienta llamado a participar en un sínodo que, a diferencia de los precedentes, en vez de centrarse en un tema concreto (a modo ilustrativo diremos que los últimos han ido destinados a la transmisión de la fe; los desafíos pastorales de la familia; los jóvenes; y la Amazonía…) se dedique estudiar qué es la sinodalidad y, principalmente, qué implicaciones tiene para todo el Pueblo de Dios ponerse en lo que podríamos definir como “sintonía sinodal”.
Si tenemos en cuenta que, etimológicamente, la palabra sínodo quiere decir “caminar juntos”, es fácil deducir la importancia del momento presente de la Iglesia, ya que Francisco ha querido involucrar en las tareas sinodales no sólo a los obispos, sino a todo el Pueblo de Dios.
Y no sólo es importante por el momento presente del sínodo recién acabado, sino porque habiendo dicho que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la iglesia en el tercer milenio”, nos está invitando –por no decir que nos está exigiendo– a que desde ahora en adelante caminemos sinodalmente, es decir caminemos juntos.
Y aquí viene la primera parte del subtítulo de esta reflexión. La difícil sinodalidad.
Difícil sinodalidad porque caminar juntos obliga tanto al Ministerio Pastoral (con el clero y los religiosos) como a los laicos a cambiar usos, hábitos y costumbres. Y aquí tropezamos con dos vicios o hábitos perniciosos que, por muy contarios que sean el uno respecto al otro, se retroalimentan.
Nos referimos, por una parte al clericalismo. Desde muy antiguo, nuestra Iglesia está ordenada en torno a la figura del obispo y los sacerdotes –más en estos que en aquel, porque son quienes más contacto diario tienen con los fieles– y está clara dependencia provoca una permanente minoría de edad, a veces infantilismo, en el laicado.
Y por otra, derivado del anterior, nos encontramos con lo que podríamos definir como pasividad laical. Consecuencia de ello, nos encontramos con un laicado poco participativo, excesivamente dependiente de lo que diga o proponga el clero y muy alejado de cualquier protagonismo al interior de la Iglesia. ¡Ni qué hablar de su presencia pública en la sociedad motivada por su fe!
Como decíamos antes, estos dos vicios o hábitos perniciosos se retroalimentan. Y para vencerlos, hará falta una doble acción conjunta que, simultáneamente, vaya obligando al clero a soltar lastre y motivando al laicado a asumir sus propias responsabilidades, no como una concesión graciosa sino como una derivación de nuestro bautismo.
Así pues, tenemos una difícil sinodalidad si no cambiamos, clero y laicos, nuestros hábitos, usos y costumbres tan arraigados por el paso del tiempo.
Pero, además de la difícil sinodalidad, también tenemos una sinodalidad difícil y querría explicar esto que parece un juego de palabras.
Cuando Francisco empezó a hablar de sinodalidad y comenzamos a entender, desde la etimología de la palabra, lo que el Papa quería para la Iglesia –que camináramos todos juntos– empezamos a estudiar posibles ejemplos de Iglesia sinodal. Los expertos en teología, en pastoral y en patrística, enseguida nos ilustraron con ejemplos de las iglesias primitivas donde, antes de llegar a la situación actual, todos juntos –clero y laicos– se reunían para estudiar los problemas que surgían y tomar decisiones al respecto. La sinodalidad había sido una realidad en tiempos remotos.
Otros, que no somos tan expertos, tratamos de descubrir ejemplos de prácticas sinodales en nuestra Iglesia actual. Yo mismo, saqué pecho en alguna ocasión cuando en reuniones eclesiales me atreví a afirmar, no sin temor y temblor pensando que era un atrevimiento por mi parte, que en la HOAC desde sus inicios venimos practicando la sinodalidad ya que entre todos y todas decidimos lo que hemos de hacer y cómo y cuándo lo hemos de hacer. Poco después de aquel atrevimiento mío, me tranquilizó y confirmó en mis convicciones saber que nuestro consiliario de aquel momento, Fernando, en alguna charla o publicación puso a la HOAC como ejemplo de práctica sinodal.
Pero el problema de la sinodalidad difícil es otro, y trataré de explicarme. Decidir entre todos qué hacer y cómo y cuándo es relativamente fácil una vez puestos en situación sinodal. Y eso es así porque vivimos la sinodalidad entre próximos, cercanos y de ideas o sentimientos coincidentes. La sinodalidad entre militantes de la HOAC –o entre los kikos o los de Comunión y Liberación por citar a otros– es muy fácil, pese a las palizas que nos pegamos en Asambleas para aprobar documentos o una planificación. La sinodalidad difícil nos exige “salir de nosotros mismos para ir al encuentro con los otros”.
Recuerdo que cuando en febrero de 2020, muy poco antes de que nos confinaran como consecuencia de la COVID-19, celebrábamos el Congreso de Laicos, el segundo día se dedicó casi en su integridad a celebrar, además de plenos parciales, reuniones de trabajo por temáticas variadas. Los que asistimos a aquel acontecimiento eclesial recordamos que esas reuniones de trabajo y experiencias se articularon alrededor de cuatro itinerarios: Primer anuncio; acompañamiento; procesos formativos; y presencia en la vida pública. Cada uno de esos itinerarios se subdividían en 10 líneas temáticas que no detallaremos por no hacer excesivamente larga la reflexión.
Sin embargo, sí quiero formular una pregunta de fácil respuesta: ¿qué itinerarios escogimos los militantes de la HOAC, de la JOC, de la ACO? Fácil, ¿verdad?
Pues sí, la inmensa mayoría, y no digo todos por no exagerar, elegimos los procesos formativos y la presencia pública. Es cierto que no todos fuimos dentro de esos itinerarios a las mismas líneas temáticas pero, si indico que entre estas se encontraban la formación en Doctrina Social de la Iglesia y el compromiso en la política y en el mundo del trabajo y los sindicatos, seguro que cualquiera que no asistió al Congreso adivina con facilidad donde nos insertamos la inmensa mayoría de los militantes de los movimientos antes citados. Y eso que entre la línea temática de procesos formativos también existía la posibilidad de escoger formación para la oración o formación para la vida familiar, y que en el itinerario de la presencia pública se ofertaban el compromiso con la familia y la vida o el compromiso con la educación o en los medios de comunicación, por no citar los itinerarios del primer anuncio o el acompañamiento con sus correspondientes líneas temáticas respectivas. Nosotros, a lo nuestro.
Y esto no lo digo como crítica, sino como una constatación que nos lleva a reconocer que si difícil es ponernos en situación sinodal (difícil sinodalidad por el cambio de hábitos y costumbres que eso exige, mucho más difícil es abrirnos a la sinodalidad con los distintos (sinodalidad difícil .
Recuerdo que, al final del segundo día del referido Congreso de Laicos, algunos militantes comentábamos que, para conocernos mejor, quizás los de la formación en DSI y los del compromiso político y sindical deberíamos de haber participado, al menos algunos, en los itinerarios del primer anuncio o el acompañamiento.
Para llegar a la difícil sinodalidad, quizás nos vendría bien recordar lo que san Pablo VI nos decía en el punto 50 de su Carta apostólica Octogesima adveniens, publicada para conmemorar los ochenta años de la Rerum novarum. Es cierto que en el punto de referencia, titulado “pluralismo en la acción”, se refería prioritariamente a la acción y el compromiso político, pero sirve para lo que se pretende en esta reflexión.
Decía san Pablo VI que “en las situaciones concretas, y habida cuenta de las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes”.
Es evidente que la cita que comentamos hacía referencia al compromiso político, pero no menos cierto es que es perfectamente aplicable a la variedad de solidaridades, opciones y compromisos en el seno de la comunidad eclesial.
Pues bien, siguiendo con la cita de referencia, debemos considerar que “a los cristianos que a primera vista parecen oponerse partiendo de opciones diversas, pide la Iglesia un esfuerzo de recíproca comprensión benévola de las posiciones y los motivos de los demás”.
Más claro no puede estar. Por ello, y para acabar esta reflexión –hecha para animarnos a vivir sinodalmente con toda la Iglesia– debemos considerar que, según la misma cita que venimos utilizando, los cristianos, por muy distintos y distantes que sean nuestros compromisos y opciones, hemos de considerar que “lo que nos une, en efecto, a los fieles es más fuerte que lo que nos separa”.
Militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de Orihuela-Alicante