Cuidar nuestro consumo para cuidar el mundo
Quienes nos consideramos personas con valores, buscamos en la medida de nuestra pequeña existencia contribuir a dejar un mundo mejor tras nuestro paso.
Pero, cuando miramos a nuestro alrededor, puede que esta empresa se nos presente demasiado ardua; ¿cómo podemos contribuir a reducir muchas de las brechas que nos separan? ¿por dónde empezar para contrarrestar y mermar el daño del ser humano en el planeta…?
Son muchos los frentes de acción para que nuestras acciones nos permitan dormir bien por las noches. La articulación social en organizaciones que buscan la incidencia política con estos objetivos es una de ellas. Las acciones directas de solidaridad y cooperación organizadas también contribuyen, sin duda, a dar oportunidades a quienes no las tienen. Del mismo modo, tenemos en el consumo un gran poder de acción, censurando aquellas empresas cuyas prácticas no validamos (por sus políticas laborales, sociales o medioambientales) o, todo lo contrario, apoyando con nuestro dinero empresas que con su actividad económica no solo nos proveen de bienes y servicios, sino que además contribuyen al bien común.
Es el caso de las empresas de la economía solidaria, aquellas cuyos valores se alinean con los valores de la Carta de principios de la economía solidaria (ESS) y que apuestan, por tanto, por generar condiciones de empleo digno, por promover la equidad y la igualdad de género o reducir el impacto medioambiental de su actividad.
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