Sexualidad y moral cristiana
Acabo de leer la catequesis del obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se está celebrando en Lisboa: refiriéndose a las personas trans, ha afirmado que “Dios nos ha creado bien, Dios no se equivoca, nadie nace en un cuerpo equivocado”. Y, adentrándose en lo que ha denominado una “ecología integral”, ha denunciado el ecologismo que “denuncia los transgénicos, pero al mismo tiempo” apoya “el transgénero, que uno pueda cambiar de repente de ser hombre a ser mujer”. Es una catequesis impartida unas pocas horas antes de que el papa Francisco proclamara, durante su primer baño de masas con los jóvenes, que “en la Iglesia hay sitio para todos, repitan conmigo, para todos, todos, todos”. Y también poco antes de que un grupo de diez personas invadiera –blandiendo crucifijos– la parroquia de Nossa Senhora da Encarnação, en Ameixoeira, con la intención de boicotear la celebración de una Eucaristía con católicos LGBT.
A la luz de estos tres hechos, es evidente que en el pontificado del papa Francisco se ha abierto el melón de la moral sexual en el mundo católico. E, igualmente, que, más allá de las filias y fobias al uso, es posible adentrarse en esta revisión de la moral sexual con la sensatez y consistencia (racional y teológica) que no percibo, por ejemplo, en el obispo de Orihuela-Alicante y que, afortunadamente, sí aprecio en el Camino Sinodal alemán (caminar juntos) que han emprendido obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas, pendiente de un nuevo encuentro el año 2026.
Esta Iglesia se adentró –como consecuencia del correspondiente Informe independiente sobre la pederastia eclesial desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el año 2014– en una revisión a fondo de la moral sexual. Retengo, de uno de los diferentes textos aprobados al respecto el pasado mes de marzo, estas tres consideraciones, teológico-morales y científicas.
Según la primera de ellas, los católicos alemanes sostienen que, “por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, todo ser humano tiene una dignidad inalienable que sitúa a todas las personas en pie de igualdad, independientemente de su identidad sexual o de género, de su edad o de su situación sentimental”. Por ello, afirman, ha llegado la hora de pasar página y empezar a vivir y entender la sexualidad como lo que realmente es: como un don y una fuerza vital dada por Dios que –“sustancialmente positiva” y “esencial” en “el proyecto de vida de cada individuo”– se ha de “gestionar y planificar” “responsablemente”, es decir, de manera, a la vez, libre y consentida.
Según la segunda de las consideraciones, la Iglesia alemana entiende que la moral sexual ha de estar presidida por la singularidad del amor cristiano, vivido y entendido como ágape, eros y philía. Gracias al ágape (el amor desinteresado al prójimo), la persona se dedica enteramente al bien del otro. Gracias al eros (el deseo) la persona que ama busca su propia plenitud y felicidad. Y gracias a la philía el amor es una relación presidida por el diálogo, el acuerdo, el encuentro y la comunión. Cuando ágape, eros y philía se articulan, la relación o el encuentro sexual es un chispazo de eternidad que, precisamente, por serlo, puede ser vivido e interpretado como una experiencia de anticipación o murmullo del Dios, porque “Dios es amor”.
Y, según la tercera de las consideraciones, la sexualidad ha de ser vivida y comprendida no solo a la luz de lo mejor de la tradición judeocristiana, sino también teniendo presente los datos científicos. Adentrándose en este terreno, recuerdan la existencia no solo de la heterosexualidad, sino tambien de la homosexualidad, la bisexualidad y la asexualidad. “Son el resultado de un complejo proceso de desarrollo en el que actúan factores somáticos, biopsíquicos y socioculturales”. “Los hallazgos científicos en humanos apuntan a la existencia de otras variantes: las personas se consideran intersexuales si sus características sexuales biológicas (…) no permiten una asignación claramente binaria a ninguno de los dos: masculino o femenino. Se considera que una persona es transgénero (e incluso, transidentitaria) si su desarrollo biopsicosocial ha llevado a un profundo sentido de pertenencia a un género que no se corresponde (o al menos no predominantemente) al sexo asignado al nacer, generalmente sobre la base de los órganos genitales externos. Por su parte, las personas, ya sean intersexuales o transgénero, también muestran una gran variedad de características individuales”.
La conclusión no se deja esperar: “como Iglesia, debemos respetar la forma en que cada uno concibe su identidad de género como parte inviolable de su ser imagen de Dios de una manera individualmente única”. Y habida cuenta de que “la doctrina de la Iglesia y su ley, dada la definición de binariedad bajo la ley natural, no atienden a estas identidades en absoluto”, deben cambiar porque “no corresponden ni a la autocomprensión reseñada de tales personas ni al estado de las ciencias humanas”.
Monseñor Munilla, blanco y en botella…
Sacerdote diocesano de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria).
Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ediciones HOAC, 2021)