La crisis del Opus Dei: tres reacciones (y III)
¿Cómo interpretar la Constitución Ad charisma tuendum y la posterior Carta apostólica del 8 de agosto de 2023? ¿Cómo una reforma que, exigida por el paso de la historia, necesita el Opus Dei para –limpiando el polvo acumulado en el camino– ponerse al día y volver a beber en el carisma de sus primeros años? ¿Cómo un reajuste menor, tal y como han sostenido algunos de sus miembros más significativos, al menos en un primer momento? ¿Cómo un cambio revolucionario que, apelando a una vuelta al carisma originario, busca desmontar el poderoso –y no siempre claro– entramado institucional y relacional en el que se ha movido el Opus Dei, tanto en el seno de la Iglesia como en la sociedad? ¿Cómo una inapelable desautorización y, por ello, como una degradación?¿Como el inicio del fin?
Estas son algunas de las preguntas que –acompañadas de las respectivas interpretaciones y valoraciones– se han ido formulando a lo largo del año transcurrido desde la publicación de la Constitución Apostólica del Papa y que algunas de ellas han sido confirmadas o desautorizadas, una vez leída la Carta Apostólica del 8 de agosto de 2023.
Centro la atención, en primer lugar, en las respuestas, interpretaciones o lecturas que, formuladas por los responsables del Opus Dei y personas cercanas a la Obra, me parecen “minimizantes”. En un segundo momento reseño las que –formuladas desde la clave del poder– entienden que la decisión de Francisco y su invitación a revitalizar el carisma comportaría –por su apartamiento de la estructura jerárquica de la Iglesia– una notable pérdida del mismo e, incluso, un alejamiento total. Hay una tercera interpretación según la cual la Prelatura personal estaría siendo sometida a un reajuste –radical y necesario– de tal calibre que, muy probablemente, acabará haciendo peligrar, incluso, la existencia misma del colectivo fundado por Escrivá de Balaguer, al menos en el formato, desmedidamente institucionalizado y esclerotizado, en el que ha cuajado y en el que tan bien se ha venido moviendo hasta el presente.
1. Las lecturas “minimalizantes” del Opus Dei
La primera de las reacciones, minimalizante, la encabeza el Prelado del Opus Dei, mons. Fernando Ocáriz. En la carta, firmada poco después de publicada la Constitución Apostólica de Francisco, comunica aceptar “filialmente” la decisión tomada por el Papa, así como su interés en “fijar la atención en el don que Dios entregó a san Josemaría”. Y, en lo referente a la figura del prelado, señala que “la ordenación episcopal del prelado no era ni es necesaria para la guía del Opus Dei”. Y finaliza acogiendo “el trabajo que el papa Francisco nos ha pedido que realicemos, para adecuar el derecho particular de la Prelatura a las indicaciones del Motu proprio Ad charisma tuendum, manteniéndonos –como él mismo nos dice– fieles al carisma”.
Como se puede apreciar, es una acogida que trata de quitar hierro a la decisión y disolver, de esta manera, lo que pudiera haber de crítica al Opus Dei por parte del papa Francisco.
Pero no es la única reacción, siendo la más importante. Con ella se han dado a conocer otras que, en clave minimalizante, han buscado emitir el mensaje de que las cosas siguen como antes, una vez se efectúen unos pequeños ajustes que, en el mejor de los casos, no pasarían de ser más que cosméticos. Tal es el contenido, entre otros, del comentario realizado al respecto por Larissa I. López (Opus Dei: Todo lo que debes saber sobre Ad charisma tuendum. Análisis completo para entender las claves), quien, después de reconocer que la Constitución Apostólica de Francisco “ha generado dudas y comentarios variados en los últimos meses”, sostiene que ha habido medios que han interpretado la decisión papal “como una “degradación” de la Prelatura por parte del Santo Padre”. Nada de eso.
Y apoyándose en un mensaje anterior del prelado del Opus Dei al reseñado más arriba, sostiene que “no se modifica en nada la sustancia de la Prelatura del Opus Dei”. Y por si eso no pareciera suficiente, aporta que en un artículo publicado en la página web oficial de la Prelatura se sostiene que el cambio “no introduce directamente modificaciones en el régimen de la Prelatura”. Por todo ello, concluye, “la llegada de Ad charisma tuendum no supone un cambio en la “sustancia” del Opus Dei ni en la vida diaria de sus miembros y continúa intacta su finalidad de “contribuir a la misión evangelizadora de la Iglesia” difundiendo “una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y del valor santificador del trabajo ordinario”.
Pero, por si tal interpretación no fuera suficientemente clarificadora, sostiene, seguidamente, que “a pesar del énfasis” que el papa Francisco pone “en el aspecto carismático de la Obra, el prelado del Opus Dei, nombrado por Su Santidad, seguirá siendo un sacerdote y, por tanto, no deja de pertenecer a la jerarquía eclesiástica, ya que como se recoge en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) el sacerdocio ministerial o jerárquico es de los obispos y presbíteros”.
He aquí otro ejemplo, particularmente clarificador, de una interpretación y acogida minimalizante de la Constitución Apostólica según la cual, el carisma fundacional –a pesar de los años transcurridos– sigue estando igual de fresco y joven que en los primeros tiempos porque sigue perteneciendo a la estructura jerárquica de la Iglesia. Solo hace falta desempolvarlo un poco e insuflarle otro poco de aire. Para que ello sea posible, es conveniente pararse, mirarse en el espejo del fundador y, sacudiéndose el polvo del camino, ponerse al día y seguir adelante con renovadas fuerzas.
Sin embargo, esta es una lectura que la Carta Apostólica del 8 de agosto de 2023 ha ayudado a poner en su sitio. La Prelatura personal, se dice en dicha Carta Apostólica, es una asociación clerical para la “distribución adecuada” de sacerdotes o para “obras pastorales o misioneras especiales”. Hasta el día de hoy, se ha debatido entre los canonistas el estatus legal preciso de una Prelatura personal. Mientras que algunos sostenían que pertenecía al derecho constitucional y, por tanto, era algo constitutivo del ser de la Iglesia, otros la colocaban en el derecho de asociación, es decir, en el marco legal en el que se incluyen grupos posibles, pero no necesarios, en la estructura de la Iglesia. Con este Motu proprio el Papa determina y aclara que las prelaturas personales quedan inscritas en el derecho eclesiástico de asociación, siendo, por tanto, opcionales y no constitutivas en la arquitectura jerárquica de la Iglesia.
Creo que ha llegado la hora de aparcar esta lectura minimalizante y emplearse a fondo en la revisión de los Estatutos del Opus Dei que ha pedido Francisco. Y más, cuando, a partir de ahora, el Opus Dei pasa a ser una asociación pública de clérigos, perdiendo su estatus exclusivo. Y que lo es con la Comunidad del Emanuele; la Fraternidad de Sacerdotes Obreros Diocesanos del Sagrado Corazón de Jesús; la Fraternidad Misionera de Santo Egidio; la Fraternidad Saint Martin; la sociedad Jean-Marie Vianney, la Opera di Gesù Sommo Sacerdote o la Asociación de Sacerdotes del Prado de España.
Entiendo que lo es, como todas la citadas, en conformidad con lo que, al respecto, propone el Vaticano II cuando invita a que se promuevan “aquellas asociaciones que, con estatutos reconocidos por la competente autoridad eclesiástica, fomenten la santidad de los sacerdotes en el ejercicio del ministerio por medio de una adecuada ordenación de la vida, convenientemente aprobada, y por la fraternal ayuda, y de este modo intentan prestar un servicio a todo el orden de los presbíteros” (Presbyterorum ordinis, 8).
Y si, además, los laicos que pertenecen al Opus Dei “pueden dedicarse a las obras apostólicas de la prelatura personal”, pero conscientes de que “la forma de esta cooperación orgánica y de los principales deberes y derechos relacionados con ella se determinarán convenientemente en los Estatutos”, a la Prelatura no le queda más remedio que olvidarse de la recepción minimalizante que he reseñado y emplearse a fondo en dicha revisión, sabiendo que –a partir de dicha Carta Apostólica– tales laicos están bajo el cuidado pastoral de los respectivos obispos y párrocos del lugar en el que residan
2. Las lecturas en clave crítica sobre el poder secular y eclesial
Una parte de la prensa española –y, con ella un numeroso grupo de católicos y ciudadanos– ha interpretado esta decisión de Francisco en clave de apartamiento del poder eclesial y, por tanto, como una pérdida notable de relevancia en el seno de la institución eclesial y, particularmente, en el Vaticano.
Tal fue, en primer lugar, el titular que se pudo leer en el diario El País el 3 agosto de 2022: “El Opus Dei pierde poder dentro de la Iglesia”. Según este diario, se trataría de unos cambios que llevarían, después de cuarenta años, a una refundación del Opus Dei, visto que sus miembros dejarían de formar parte de la estructura jerárquica de la Iglesia y, por ello, pasarían a ser controlados, por el Dicasterio del Clero. En coherencia con su nuevo estatuto eclesial, la Prelatura tendría que presentar a dicho Dicasterio, como otras organizaciones, “un informe sobre el estado de la Prelatura y sobre el desarrollo de su labor apostólica”.
En definitiva, remarcaba Julio Núñez al día siguiente y en el mismo diario, la nueva Constitución Apostólica restaba poder e independencia a la institución dentro de la Iglesia habida cuenta de que el prelado del Opus Dei ya no tendría el rango de obispo, sino el de “Protonotario apostólico supernumerario”, es decir, sería un sacerdote con rango de “Monseñor”, no un obispo, sucesor de los apóstoles. Por su parte, los miembros del Opus Dei –al perder la Prelatura el título de “diócesis universal”– volverían a estar subordinados a los obispos locales.
Pero hay, en segundo lugar, otra lectura, coincidente en el fondo con la que acabo de reseñar: la que ofreció Carmelo Pérez en el diario El Mundo el 8 de agosto de aquel año. Para este periodista, el cambio decretado por Francisco vendría ser como “un castigo” al “inmovilismo” del Opus Dei. Concretamente, el Papa, les habría urgido a “insistir menos” en que forman parte de la estructura jerárquica de la Iglesia –con “una autonomía considerable” dentro del territorio de cualquier diócesis local– y a “preocuparse más del carisma”. Y, además, sostuvo, Francisco estaría criticando, “veladamente”, su excesiva jerarquización y, por ello, la desmedida dependencia de los laicos y laicas de sus sacerdotes y obispos.
Por eso, estaría indicando la necesidad de “promover la adopción de responsabilidades por parte de sus miembros laicos, hombres y mujeres” y, a la vez, decretando que “las disposiciones del obispo de cada zona les afectarán ahora por igual a los miembros del Opus, que pueden ser requeridos para una tarea concreta y han de ajustarse a los criterios de trabajo de esa diócesis”. Los miembros de la Obra “ya no gozan de la misma consideración que si fueran cualquier otra diócesis”. “Se les rebaja el nivel de autogestión del que gozaban, que era de una excepcionalidad difícilmente justificable”.
Seguidamente, se preguntó, el Papa “¿les ‘rebaja’ de consideración como castigo”. No, fue su respuesta, no es un castigo, sino un correctivo al “excesivo peso de la jerarquía del Opus” con la intención de evitar que “la desmesurada actuación de sacerdotes y obispos” ahoguen “la función para la que nació el Opus”. Por tanto, nada de castigo, “pero sí un golpe sobre la mesa para cambiar el rumbo”. “Podría decirse que esta nueva realidad para el Opus Dei es sólo un capítulo más, ni siquiera el más revolucionario, de la transformación que encabeza el “obispo llegado del fin del mundo”. Y más, cuando todos somos conscientes de que hay pocas instituciones en la Iglesia católica con miembros tan influyentes en la vida política y económica en los distintos países donde la Obra se halla presente.
Por tanto, según esta segunda interpretación, Francisco, al proponer al Opus Dei la vuelta al carisma de juventud y descolgarlo del aparato jerárquico de la Curia vaticana en el que lo alojó Juan Pablo II, estaría dando por buena la necesidad de alejarlo de dicho aparato. Es posible, que en el fondo, sea una decisión bienintencionada, aunque no falten quienes la lean –como así sucede– en clave regenerativa: su instalación en la estructura jerárquica de la Iglesia no ha aportado el bien que hubiera sido deseable, ni a la Iglesia ni a la sociedad. Francisco habría intentado corregir este error de gobierno de uno de sus predecesores y remitir al carisma primero a los directamente concernidos.
De acuerdo con esta interpretación, la trayectoria histórica del Opus Dei, al menos en la actualidad, no parece muy brillante. Más bien, todo lo contrario. Probablemente, porque cuanto más alto se vuela –en particular, cuando se barajan preferentemente criterios de poder e influencia– más dura suele ser la caída.
3. Las lecturas que anuncian el inicio del fin
Pero también existe una tercera lectura, en las antípodas de la “minimalizante” y de la realizada en clave de crítica a la búsqueda e instalación en el poder y, por ello, de terapéutica regeneración carismática: es la que interpreta la Constitución Apostólica de Francisco y la Carta Apostólica del 8 de agosto de 2023 como el inicio del fin del poder eclesial y social por el que habría porfiado, desde sus primeros pasos, el Opus Dei.
Según esta interpretación, hay dos hechos que, recientemente acontecidos, la avalan y confirman: el primero, la entrega en Nunciatura Apostólica de Madrid, el 27 de junio de 2023, de un paquete de “documentos normativos secretos” en los que se podría comprobar que el Opus Dei, además que haber estado ocultándoselos sistemáticamente a la Santa Sede, habría estado difundiendo una doctrina transmitida de manera “mesiánica” y promoviendo una estructura de grupo “teocrática, vertical y totalitaria”. Y el segundo, el rechazo al nombramiento episcopal del sacerdote diocesano de Barbastro-Monzón, José Mairal, como nuevo rector del santuario de Torreciudad (Huesca), el más importante del Opus Dei, y, hasta el presente, competencia exclusiva de la Obra.
Como he indicado, el primero de los hechos es la denuncia que –entregada ante la Nunciatura de la Santa Sede en Madrid, enviada a más de seiscientos obispos y entregada a los Dicasterios del Clero y Doctrina de la fe -Sección e Abusos (“Denuncia internacional institucional contra el Opus Dei por Fraude Normativo a la Santa Sede y a los propios Miembros”)– contaría con el respaldo de más de 700 documentos. Esta denuncia va firmada por exmiembros de la Obra de diferentes países del mundo. Antonio Moya Somolinos y Carmen del Rosario Pérez San Román han sido los encargados de presentarla ante la Nunciatura en España. Los interesados pueden descargarla de la red.
En la denuncia presentada se aportan “documentos normativos secretos que el Opus Dei habría ocultado sistemáticamente a la Santa Sede” y que los denunciantes consideran “prueba fundamental” de la “deriva sectaria que se advierte en el Opus Dei”. Entienden que la Prelatura es un grupo cohesionado por una doctrina que se transmite de manera “mesiánica” y que va liderada “por una figura carismática que se considera poseedora de la Verdad Absoluta”. Además, prosiguen, cultivan una estructura grupal teocrática, vertical y totalitaria, exigiendo una adhesión total al grupo y promoviendo el distanciamiento de relaciones sociales, de lazos afectivos y de actividades previas. Como resultado de ello, los miembros del Opus Dei acaban viviendo en una comunidad cerrada en la que se aprecia una dependencia psicológica total del grupo y en la que las libertades individuales y la intimidad quedan suprimidas.
También es normal controlar toda la información que puedan recibir los miembros del grupo y emplear técnicas de manipulación y de persuasión coercitiva tales como la meditación o el renacimiento espiritual. Igualmente, se fomenta el rechazo, más o menos fuerte, hacia el resto de la sociedad, considerándolos enemigos o al menos sospechosos.
Finalmente, el proselitismo y la recaudación de dinero son las actividades principales del grupo, obteniendo de los miembros –bajo coacción o presión psicológica– la entrega de su patrimonio personal, así como considerables sumas de dinero.
El segundo de los hechos es el nombramiento del sacerdote de la diócesis de Barbastro-Monzón, José Mairal, como nuevo rector del santuario de Torreciudad (Huesca), el más importante del Opus Dei, y, hasta el presente, competencia exclusiva de la Obra. Es una decisión tomada por el obispo, Ángel Pérez Pueyo, después de que el Opus Dei hiciera caso omiso, por tres veces, a la petición episcopal de proceder a un nombramiento acordado.
La decisión episcopal fue duramente contestada por el Opus Dei y sus grupos afines, induciendo a que ciertos sectores de la Obra amenazaran con recurrir ante los tribunales la decisión tomada y boicotear las próximas fiestas marianas en Torreciudad, ambas presididas por el obispo diocesano: la fiesta de la Virgen de Torreciudad (20 de agosto, última con el actual rector, Ángel Lasheras) y la Jornada Mariana de la Familia (el 16 de septiembre, ya con el nuevo equipo directivo).
Afortunadamente, al poco, acabó imponiéndose la cordura mediante una carta en la que el entonces todavía rector del santuario invitaba a los fieles –a un mes de su salida– a no acudir a “concentraciones, actos o firmas” contra el cambio de rector de Torreciudad.
Estos dos hechos, más la Constitución Apostólica Ad charisma tuendum y, de manera particularmente evidente, la Carta Apostólica del 8 de agosto de 2023, activan la tercera de las interpretaciones, liderada, en esta ocasión, por una persona que, prefiriendo guardar el anonimato, usa el seudónimo de Cozumel. Es una persona perfectamente identificada por los responsables de Religión Digital, la pagina web en la que se puede leer por completo su lectura de la crisis del Opus Dei.
Para esta persona, se estaría asistiendo al inicio del fin del Opus Dei. Y argumenta tal lectura informando que el 98% de los miembros del Opus Dei son bautizados laicos (numerarios, supernumerarios, agregados y las auxiliares), mientras que la orden sacerdotal de la Santa Cruz representa el 2%. La singularidad de la Obra ha sido, gracias a la Constitución Apostólica Ut sit de Juan Pablo II, que tales laicos, a pesar de no pertenecer ni teológica ni dogmáticamente a la estructura jerárquica de la Iglesia, “lo eran por ser Prelatura personal”. Y como consecuencia de ello, estaban “sometidos a la potestad del prelado en todo lo relativo al cumplimiento de los peculiares compromisos –ascéticos, formativos y apostólicos– asumidos en la declaración formal de incorporación a la prelatura”. Por tanto, bautizados laicos y presbíteros pertenecían “igualmente a la Prelatura”.
Con la decisión de Francisco, dicho 98 % de los miembros de la Obra han dejado de ser jerarquía y se ha iniciado un proceso de liquidación de la Prelatura en cuanto tal: solo queda la Asociación sacerdotal de la Santa Cruz y, al resto de los laicos bautizados, disolverse u organizarse como un Instituto de Vida Consagrada o como un Instituto Secular. El argumento que aporta es claro y coherente: “concebir la prelatura como una institución formada solo por sacerdotes contradiría tanto la realidad del Opus Dei como la misma novedad e índole específica de las prelaturas. Es decir, laicos y sacerdotes son miembros de la prelatura por las propias palabras y estatutos del Opus Dei y de la estructura jerárquica de la Iglesia”. Según este argumento, entiende que la invitación papal a recuperar el carisma no pasaría de ser humo.
Y, releyendo esta nueva situación a la luz de la denuncia presentada de ocultación de normas, sostiene que, en el caso, de que quedara demostrada en vía canónica la existencia de tales documentos –no comunicados jamás, pero práctica diaria de los miembros del Opus Dei– habría motivo y argumento para que todos los afectados (miembros, ex miembros, bautizados laicos) “pudieran querellarse y denunciar” (…) “en vía civil, penal, mercantil etc.”.
Cozumel concluye su interpretación indicando que “el Papa, de facto, ha intervenido y liquidado al 98% del Opus Dei”. Solo se queda con el 2% de miembros, es decir, con los sacerdotes y miembros de La Santa Cruz. “Los laicos ya no pertenecen a la estructura ni jerárquica ni orgánica de la Iglesia, ni serán prelatura nunca más”.
A partir de ahora, con la nueva Constitución Apostólica, con la Carta Apostólica del 8 de agosto de 2023 y –en el caso de que prospere la denuncia presentada ante la Nunciatura española– “las demandas civiles económicas y querellas penales”, fundadas en la pertenencia de los bautizados laicos a “la estructura jerárquica de la Iglesia”, no afectarán a la Iglesia ni al propio Papa, quienes dejarán de ser “responsables últimos subsidiariamente, tanto civil como penalmente”.
Este es un asunto, apunta Cozumel, de grandísimo calado ya que, como consecuencia de esta decisión, aflorarán, habrá que declarar y desamortizar “los 3.000 millones de euros en manos de laicos en nombre de la Obra de Dios” habida cuenta de que “los laicos no tienen ninguna relación jurídica” con el Opus. Y finaliza de la siguiente manera: “Falcon Crest va a ser un juego de parvularios con la que se avecina ahora”: “afloramiento de ese patrimonio, disputas, abandonos de laicos del Opus Dei, chivatazos, delaciones… Reserven entradas. Es lo terrenal y no lo divino por lo que están peleando”.
4. ¿Es posible nacer de nuevo siendo viejo?
Es innegable que estamos asistiendo a una de las decisiones más valientes –por su radicalidad evangélica– de Francisco. Además, procediendo como lo está haciendo, sabemos que quiere dar pasos firmes y seguros, contando para ello, con el asesoramiento y ayuda de gente que, especializada en Derecho Canónico, sabe lo que se hace.
Pero vistas las primeras reacciones de los responsables del Opus, y a la espera de conocer su nuevo Estatuto, parece que la “reconversión del Opus Dei” está todavía pendiente de estrenarse; y que les va a resultar particularmente dura y complicada. Tienen por delante la tarea –que a algunos les puede parecer imposible– de “nacer de nuevo” habiendo envejecido rápido, demasiadamente rápido.
Es posible que a algunos les resulte aleccionador ver cómo se hace verdad, una vez más, el consejo evangélico de estar siempre atentos y vigilantes para no caer, en este caso, en la tentación del poder y –en expresión de Francisco– en la “mundanidad” de las influencias. Lo vivido estos últimos decenios y semanas muestra no solo la sabiduría que sostiene el refrán castellano con el que empiezan estas líneas (lo que de joven es una virtud o un carisma, de viejo suele acabar siendo, muchas veces, una rareza), sino también la consistencia, espiritual y teológica, de su variante eclesiológica: la historia de la Iglesia está cargada de acontecimientos gracias a los cuales es posible percibir cómo todo carisma, una vez nacido, tiene encima la espada de Damocles que es el riesgo de rutinizarse y, con frecuencia, esclerotizarse.
Nadie discute la necesidad de contar con un saludable reconocimiento institucional. Pero somos muchos los que discutimos que, una vez eclesialmente reconocido (y más, si lo es por motivos y razones tan discutibles como los que están en el caso del Opus Dei), es un inmenso error haber hecho descansar, “de facto”, su originaria consistencia carismática, espiritual y teológica en el poder concedido con el reconocimiento institucional o en el alcanzado política, económica, cultural y socialmente y no haber hecho a tiempo una más que saludable autocrítica. Cuando ello sucede, la virtud o el carisma se rutiniza y sus gestores se convierten en un lobby que no solo pueden hacer más daño que bien, sino que, incluso, es muy probable que acaben imposibilitando –con una buena parte de sus compañeros– la imprescindible y necesaria reconversión. Si ello pasara, el Opus Dei habría tocado fondo y, por ello, llegado al final de su camino.
El tiempo, como casi siempre, lo dirá. Queda, por ello, esperar. Pero no está de más recordar que conviene hacerlo con los ojos bien abiertos.
Sacerdote diocesano de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria).
Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ediciones HOAC, 2021)