Hombres y mujeres para los demás

Hombres y mujeres para los demás
FOTO | Pedro Arrupe, sj. Vía Universidad Pontificia de Comillas

50 años del discurso del padre Pedro Arrupe que cambió el sentido de la educación en la Compañía de Jesús en el mundo.

Hace ya medio siglo, el padre Pedro Arrupe SJ, general de la Compañía de Jesús, pronunció un discurso histórico ante los Antiguos Alumnos de los Colegios Jesuitas de Europa.

El X Congreso Europeo de las Asociaciones de Antiguos Alumnos Jesuitas celebrado en Valencia llegaba a su fin. Por la tarde del día 1 de agosto de 1973 se tenía solemnemente la sesión de clausura. Aprobadas las conclusiones, elegidos los nuevos cargos, formuladas algunas comunicaciones y pronunciados algunos discursos, el padre Arrupe tuvo, con la energía y el entusiasmo que le eran habituales y, si cabe, aún más, una conferencia que ha orientado todo el trabajo educativo de la Compañía de Jesús.

Ante un auditorio que abarrotaba el salón de actos de los Jesuitas de Valencia, subía al estrado el padre Pedro Arrupe. Comenzó su discurso declarando que la “educación para la Justicia” se ha convertido en los últimos años en una de las grandes preocupaciones de la Iglesia.

La Iglesia –dijo– ha cobrado nueva conciencia de que la acción en favor de la justicia y la liberación de toda situación opresiva, y consiguientemente la participación en la transformación de este mundo, ya desde ahora, forman parte constitutiva de la misión que el Señor Jesús le confió. Ello le impulsa a educarse (o mejor reeducarse) a sí misma, a sus hijos y a todos los hombres para ello.

“Nuestra meta y objetivo educativo es pues formar hombres que no vivan para sí, sino para Dios y para su Cristo; para Aquél que por nosotros murió y resucitó; hombres para los demás, es decir, que no conciban el amor a Dios sin el amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia. Este amor es además la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa o incluso un ropaje farisaico que oculte nuestro egoísmo. Toda la Escritura nos advierte de esta unión entre el amor a Dios y el amor eficaz al hermano”.

Este texto ha formado parte desde entonces del quehacer educativo de los colegios, los centros de formación profesional y las Universidades de la Compañía, así como de la formación permanente de los Antiguos Alumnos de los jesuitas.

Reconocía Arrupe que no iba a ser tarea fácil, ya que “el sistema educativo vigente en el mundo (en la escuela y en los medios de comunicación) “fomentan un cerrado individualismo”. En vez de concebir la formación como una capacitación para el servicio, se fomenta “una mentalidad que exalta la posesión” y que degrada a la escuela, al colegio y a la universidad a nivel de campo de aprendizaje de técnicas para escalar puestos, ganar dinero y situarse —a veces explotadoramente— sobre los demás. Finalmente —y esto es posiblemente lo más grave— el orden (o el desorden) establecido influyen de tal modo sobre las instituciones educativas y los medios de comunicación social, que éstos, en vez de fomentar “un hombre nuevo”, sólo engendran reproducciones “de un hombre tal cual”, es decir, de un hombre a su imagen” incapaz de ninguna transformación renovadora.

Pero el mismo padre Arrupe quiso hacer una autocrítica: “Apoyado en esa confianza y utilizando esa sinceridad, voy a responder a una pregunta que ya hace rato flota en el aire y que más de uno de vosotros se habrá ya hecho. ¿Os hemos educado para la justicia? ¿Estáis vosotros educados para la justicia? Respondo: Si al término “justicia”, y si a la expresión “educación para la justicia” le damos toda la profundidad de que hoy la ha dotado la Iglesia, creo que tenemos que responder los jesuitas con toda humildad que no; que no os hemos educado para la justicia, tal como hoy Dios lo exige de nosotros. Y creo que puedo pediros también a vosotros la humildad de responder igualmente que no; que no estáis educados para la justicia, y que tenéis que completar la formación recibida. He aquí un aspecto profundo de la formación permanente. Sin embargo, creo que sí puedo aseguraros, que hace tiempo existe una gran preocupación en la Compañía. Más aún, que esa preocupación ha dado ya parcialmente sus frutos y que incluso por ellos hemos ya sido objeto de muchas incomprensiones y de más de una persecución”.

La educación jesuita tiene como referente la figura de Jesús de Nazaret, que pasó por el mundo haciendo el bien. Y concluyó su discurso: “Cristo es además y finalmente el fundamento de ese “magis” tan ignaciano, que nos mueve a no ponerle nunca límites a nuestro amor, a decir siempre “más” y “más”, a buscar siempre la “mayor Gloria de Dios”, que concretamente se realiza en la mayor entrega al hombre y a la causa de la Justicia”.

Medio siglo más tarde, las palabras proféticas de Pedro Arrupe siguen resonando en nuestros oídos y en los tránsitos de los colegios, y en las aulas y en las Asociaciones de Padres y Madres y en las Asociaciones de Antiguos Alumnos. Estamos educados para ser hombres y mujeres no para vivir en el individualismo que “cancela” a los otros, sino que vivimos, sentimos, trabajamos y maduramos para ser hombres y mujeres para los demás.

 

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