El valor de la palabra
Desconozco el hecho de si la próxima presidenta de Extremadura habrá podido dormir bien en la última semana. Los problemas de sueño son uno de los males que nos acechan en estos tiempos convulsos. El cuerpo es sabio y no entiende de atenuantes que valgan. Podemos estimularlo con productos que alguna vez funcionaron o tratar de sedarlo con relajantes varios, pero a las emociones no hay quien las detenga, ni en el mejor control dispuesto por la Benemérita. No hay quien les dé el alto sin que nuestro organismo sufra algún desajuste.
De ahí que María Guardiola, que así se llama la política extremeña, no sé si habrá podido conciliar el sueño después del espectáculo que ofreció tras jurar y perjurar que no dejaría entrar en su gobierno a quienes niegan la violencia de género o deshumanizan a los inmigrantes. Argumentos que repitió desde ese instante, y días más tarde, en su periplo por programas de televisión y entrevistas en radio y periódicos. Solo ella sabe lo que habrá tenido que vivir hasta llegar al momento de la firma del acuerdo con los hasta entonces malos malísimos de Vox y afirmar que su palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños. Madre mía. Por nadie pase.
Falsas seguridades
No entiendo qué demonios recorre el interior de determinadas personas que son capaces de afirmar con rotundidad una cosa y, unas horas después, defender lo contrario. Además, impertérritas, con la misma falsa seguridad para aseverar un argumento y su opuesto. ¿Tienen estómago para soportar los mensajes que sus tripas les deben estar enviando a su cerebro en esos momentos? No lo sé, la verdad. Solo me cabe considerar que, o se han sometido a una gastrectomía en toda regla o, cuando menos, a una cirugía bariátrica que en vez de reducir el buche para perder peso sirva para aminorar la vergüenza torera de un sonrojo en toda regla.
Los boomers fuimos educados en el valor de la palabra dada. Muchos recordamos a nuestros padres cuando afirmaban que un apretón de manos, un acuerdo verbal o una mirada directa a los ojos iba a misa y sellaba un pacto o un contrato. Esto es, que esas expresiones tenían igual o más fuerza que una firma en un papel. Es verdad que se le añadía, en ocasiones, una expresión sexista de que eso lo hacían los hombres que se vestían por los pies, pero siempre en el sentido del honor y la dignidad de que los que nos digan que van a cumplir sobre un determinado asunto, lo cumplan. Eso es la palabra dada… salvo causas de fuerza mayor, porque si estas se dieran siempre tratarían de solucionarlo o de hacerlo, cuando las circunstancias se lo permitiesen.
La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones
Ejemplo de lo que hablo, con la agravante de la firma incluida, lo vivimos hace dos años en la Región de Murcia cuando quienes suscribieron con su rúbrica una moción de censura –que se iba a protagonizar en el parlamento regional– se retractaron a las pocas horas. Bueno, algunas de ellas, ni a las pocas horas. Y aquí paz, y después gloria.
La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones. Se le atribuye al profesor Enrique Tierno Galván, histórico dirigente del Partido Socialista Popular –luego integrado en el PSOE–, la frase de que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas. En realidad, lo que el entonces alcalde de Madrid le dijo a su vicealcalde Alonso Puerta –y así lo atestiguó este– es lo siguiente: “Mire usted, Alonso, se dice que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas, pero yo le digo a usted que las que nosotros hicimos las cumpliremos”.
Sentir vergüenza
Por tanto, ya está bien de acogerse a una supuesta bula a la que parecen acudir personajes de esa calaña. No, no nos vale que traten de desprestigiar la política como el terreno en el que todo se permite, en el que se puede decir una cosa y la contraria sin consecuencia alguna. ¿Qué mensajes están transmitiendo con ello al resto de la sociedad? ¿Y a sus hijos? ¿O a los hijos de sus hijos?
Sinceramente, estoy seguro de que usted, como un servidor, si protagonizase situaciones como las que conocemos a diario, con promesas incumplidas, acuerdos no respetados, reiteradas mentiras y afirmaciones grandilocuentes que se desvanecen con los hechos de quienes las pronuncian, su reacción sería la de meterse en casa y no salir. La vergüenza que nos produciría incumplir la palabra dada sería la respuesta normal. Porque la mínima ética nos llevaría a reconocer que la mentira no tiene que ver con nosotros. Pues ahora, póngase a recordar aquellos casos y personas que conoce en los que no se produce esto y piense en sus estómagos.
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La ilustración de Eva van Passel Gambín está basada en el juicio de Osiris. En la mitología egipcia, el alma de los difuntos pasa por un juicio antes de entrar al paraíso: su corazón, que representa sus buenas acciones, será pesado contra la pluma de la verdad, que representa los malos actos de la persona. Si la pluma pesa más que el corazón, implica que el difunto realizó más acciones inmorales que morales. Si, por el contrario, el corazón pesa más, para los egipcios esa persona fue buena en vida. Al parecer, para los egipcios las “malas hazañas” son cosas como mentir, la hipocresía o la incoherencia, más que ser “malo” en el sentido de hacer daño. El dios Anubis es el que tiene la cabeza de chacal, y Tot, el dios de la sabiduría (entre otras), el de la cabeza de ave.
Periodista | Pasión por la política y la literatura