Nuevas pobrezas en España. Reflexiones desde “Laudato si'”

Nuevas pobrezas en España. Reflexiones desde “Laudato si'”

Desde que, en mayo de 2015, el papa Francisco publicara su encíclica Laudato si’, nos hemos concienciado cada vez más sobre la necesidad de proteger nuestra casa común. No solo la tierra que pisamos y el aire que respiramos, sino también los seres que la habitamos. La lucha contra la pobreza es, desde siempre, una de las tareas que tiene el Pueblo de Dios y, por eso, hacemos una opción preferencial por las personas más vulnerables. Mateo es claro: “porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. (Mt. 25, 34-36). 

La compasión samaritana se produce de igual a igual y debe devolver a los colectivos maltratados esa dignidad que nunca les debió ser arrebatada por el sistema. Es de “primero” de justicia del reino. Sin embargo, igual que la sociedad se transforma, cada vez más rápido, las injusticias también lo hacen. La emergencia climática, el sistema económico y otros factores han propiciado la aparición de nuevas formas de pobreza. Por lo tanto, hoy más que nunca debemos estar con la mirada bien abierta a lo que ocurre a nuestro alrededor que, con tanto estímulo constante, cada vez es más difícil. En este sentido, invita Francisco: “La protección del mundo que habitamos implica la vigilancia sobre cada aspecto de la vida humana. Requiere hacer crecer una responsabilidad más compasiva, basada en la convicción de nuestra interconexión con todos los seres vivos” (Laudato si’, 220). 

En las últimas décadas, hemos arrastrado secuelas de la gran crisis financiera del año 2008. Y, aunque en general, se habla de crecimiento económico, la realidad es que las desigualdades en nuestro país, que se hicieron más evidentes con la crisis del covid-19, siguen presentes. La falta de acceso a trabajo decente y seguro, con salarios justos, provoca que cada vez más personas trabajadoras, muchas de ellas jóvenes sobrecualificadas, no puedan acceder a los servicios básicos para una vida digna. De hecho, tener un trabajo no garantiza la salida de la pobreza, debido a la precariedad  laboral, a su inestabilidad y a las bajas retribuciones que no cubren lo necesario para pagar el alquiler y los suministros. Aquí es donde más se aprecian estas pobrezas del siglo XXI, como la pobreza energética, la falta de acceso a la vivienda o la brecha digital, que causan nuevas formas de discriminación y exclusión.

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Cada vez más personas gastan todo el tiempo de su día en la supervivencia, por lo que el agotamiento –físico y mental– no deja cabida al desarrollo personal ni a la participación ciudadana. El modelo de producción sobre el que se sostienen infinidad de trabajos, otorga más relevancia a la máxima ganancia y a la reducción de costos que al impacto ambiental o al cuidado de la salud, sacrificando para ello el respeto debido a millones de personas trabajadoras. Por lo tanto, es insostenible a nivel social y ambiental, es la crisis socioambiental que denuncia Francisco en la encíclica y que nos invita a repensar nuestra relación con el trabajo y el medioambiente. Esto implica promover trabajos decentes que implica salarios justos, estabilidad y condiciones laborales seguras; y buscar modelos de producción y consumo que sean respetuosos con el medio ambiente, y fomenten la economía circular, la eficiencia energética y la reducción de emisiones contaminantes.

Está claro que el cuidado del planeta y el respeto por la dignidad humana van de la mano, y Francisco nos lo recuerda hasta en cada mirada. Tanto a nivel individual como comunitario, la mejor forma de contribuir a mitigar estas desigualdades es, en primer lugar, hacer un uso responsable de nuestro tiempo. Podemos invertirlo en formación y  educación en sostenibilidad, en justicia social, en participación y en compromiso para que cada vez más personas se puedan unir a la construcción del bien común. Es una buena forma de devolverles y devolvernos ese tiempo que nunca nos debió ser arrebatado. Ayudemos a que todo el mundo conozca sus derechos, denunciemos las injusticias y los abusos que se producen a nuestro alrededor, fomentemos un uso responsable de los recursos en lugar de un consumo indiscriminado. 

Dentro de unos días tenemos la oportunidad de participar en las urnas, pero nuestra función no puede quedar ahí, poniendo toda la responsabilidad en los gobiernos. Hay muchas formas de participar activamente en la toma de decisiones y en la construcción de políticas que aborden los desafíos sociales y ambientales. Las asociaciones de barrio, los movimientos ciudadanos, los sindicatos y otras organizaciones nos ayudan a mantener un compromiso activo por el cuidado de las personas y de la casa común, contribuyendo así a un mundo más sostenible y justo para todas.