Para que estéis donde yo estoy

Para que estéis donde yo estoy
Foto | Daniele Franchi (unsplash)

El 20 de octubre 2022 fallecía Lola, madre de Luis Ortega, militante de Orihuela-Alicante a la edad de 100 años menos doce días. El 25 de octubre, Daciano, padre de Camino, militante de León quien, el 5 de enero, recién estrenado el año, perdía también a Mari Cruz, su madre con 92 años. El 16 de diciembre fallecía Julio Ciges, antiguo consiliario de la HOAC de Valencia. El 7 de enero, José Robles, antiguo consiliario de Sevilla.

El 12 de enero, Marisa, madre de Fátima, militante de Canarias. El 2 de febrero, fallecía Manuel Zapata, padre de Sebastián, militante de Sevilla. El 18 de febrero, Antonio, padre de Mari Carmen Díaz, militante de Getafe.

El 27 de febrero, pasaba al Padre Encarna Ferrer, madre de Grego e Ita Belmonte, militantes de Barcelona-Sant Feliu, y el 28 de febrero, Ramón, padre de Lola Medina, militante de Orihuela-Alicante. El 4 de marzo, lo hacía Patxi, esposa de Manuel, militante de Amurrio (Álava). El 10 de marzo, Antonio, padre de José Antonio, militante de Bilbao. El 11 de marzo, Manu Goiri, militante de Bilbao, el 12 de marzo, Enrique Jaureguibeitia, padre de Roberto, consiliario de Bilbao, y el 18 de marzo Ana María, hermana de Jesús Ramírez de la Piscina, consiliario de Vitoria.

En estos meses, también de Bilbao, Hermandina, madre de Montxo, José Atilio, padre de Ana Silvia, y Gregoria Urresti, madre de Xabi.

El Señor lleva escrito estos nombres en la palma de su mano. Mano que extiende para alcanzar la de nuestros difuntos y llevarlos a la casa del Padre, mientras escuchan de nuevo su voz, que nos dice: «No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, pues voy a prepararos un puesto. Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy» (Jn 14, 1-3).

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Estamos celebrando la alegría de la Resurrección, aprendiendo a vivir nuestra existencia más allá de la muerte, en esperanza, sabiendo que la última y definitiva palabra es una Palabra de Vida; la del Dios Padre-Madre de misericordia que en su desmesurado amor nos quiere más allá de esta vida. Celebrando que la Vida traspasa esas fronteras de la muerte, que nuestros difuntos están donde está el Señor, que en Él viven, porque nuestro Dios es un Dios de vivos, para quien todos viven.

Estamos celebrando que la vida sembrada y entregada por amor no se pierde, fructifica, resucita.

Estamos celebrando que hay esperanza para los últimos, para los descartados, para todas aquellas personas a las que solo Dios hace justicia.

Estamos celebrando que nuestros difuntos están gozando esta misma Pascua en la gloria de la resurrección, y que siguen acompañando nuestro peregrinar. Estamos agradeciendo sus vidas, como un don que ha hecho posible las nuestras.

Hacia ese encuentro, hacia ese abrazo definitivo del Amor nos encaminamos nosotros también, porque Dios sigue preparándonos sitio en la eternidad de su Amor. De camino, seguiremos estando donde Él habita nuestra historia.