Sebastián Mora: “Un gran pacto de rentas debe ir más allá de los salarios y beneficios”

Sebastián Mora: “Un gran pacto de rentas debe ir más allá de los salarios y beneficios”
Para cuidar la fragilidad de la vida, necesitamos ir más allá del “pacto de rentas clásico para que llegue a personas y hogares que no cuentan con rentas salariales ni prestaciones no contributivas”

Este es el planteamiento que el profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, Sebastián Mora, ha defendido en la videoconferencia organizada por la Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española sobre un posible pacto de rentas desde los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia.

El profesor de Ética en la Universidad Pontificia de Comillas y ex secretario general de Cáritas definió el pacto de rentas, como “una medida económica excepcional que pretende distribuir el coste de la inflación entre los hogares, las empresas y el Estado para proteger el poder adquisitivo de la población, evitar la espiral inflacionista y lograr un cierto equilibrio de precios en los productos y servicios más básicos”.

Como ocurrió con los Pactos de la Moncloa, un acuerdo de este tipo implica una moderación del aumento de los salarios, por debajo de la subida de los precios, y una renuncia de los empresarios a trasladar el aumento de los costes a los precios de modo que sus márgenes de beneficios también quedan aminorados.

Su objetivo, por tanto, “no es que las familias vivamos mejor, aunque indirectamente pueda hacer que mejore algo la situación al contener la subida de los precios, sino atajar la espiral inflacionista”, señaló Mora.

Desde el pensamiento social cristiano, un verdadero pacto de rentas global tiene su fundamento en combatir la exclusión y la inequidad del sistema económico. “Un pacto de rentas que tenga en cuenta a la población más vulnerable tiene que exceder el espacio clásico del diálogo social de patronal, sindicatos y gobierno, de modo que incluya a las personas que están fueran de una renta vía trabajo, vía pensiones”, puntualizó Mora.

Así, “la cobertura social de aquellas personas que no tienen ningún ingreso y que probablemente por su situación social no van a tenerlo, requiere realmente que ingresos mínimos, rentas de inserción, rentas sociales… se adecúen también al entorno inflacionario”.

De hecho, en el nacimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, con la publicación de la encíclica Rerum novarum, de León XIII, en 1873, ya se habla del “salario familiar”, aquel que permite a los hogares llevar una vida digna en función de las necesidades propias del entorno en el que vive. Aquel Papa del siglo XIX defendió entonces, con el lenguaje y los determinantes de la época, que el obrero debe recibir “un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos”.

Como cristianos, señaló el profesor, estamos llamados a implicarnos y complicarnos en esta demanda social del pacto de rentas, que “empieza por decir no a una economía de la exclusión y la inequidad” y se concreta en “un salario vía renta del trabajo u otro rentas sociales” que garanticen que “todas la personas puedan vivir con un mínimo calidad de vida”.  “La injusticia y la inequidad exige de nosotros un pacto que vaya más del pacto clásico de salarios y beneficios empresariales”, defendió.

Permitir la vida digna a los hogares

Para Mora, un pacto de rentas que “que permita a las familias superar con cierta dignidad este tiempo de travesía por el desierto”, como ha reclamado el presidente de la Conferencia Episcopal y cardenal de Barcelona, Juan José Omella, debe tener en cuenta el impacto que las última crisis, en realidad, una espiral de crisis con desencadenantes específicos, pero relacionadas entre sí, sobre todo, en la población más vulnerable. El cardenal había mostrado su convencimiento de que “una sociedad que no cuida a los más frágiles es una sociedad que está en vías de extinción”.

En cada bache económico, más personas y más hogares van sedimentando los márgenes de la pobreza, como muestran los datos sobre exclusión y desigualdad. La exclusión severa tras la COVID aumento en tres puntos, hasta alcanzar a casi el 13% de la población. La proporción de hogares sin ingresos se mantiene en torno al 3,3% de la población, afectando a 1,5 millones de personas, al tiempo que las personas en situación de privación severa afecta a entre el 7 y el 8% de la población en España, uno de los porcentajes más altos de  la Unión Europea. “En cada crisis quedan unas víctimas sociales que no llegan a recuperarse con el siguiente incremento de la economía”, advirtió Mora.

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De ahí que su propuesta de un gran pacto de rentas pase por la subida moderada de los salarios, la reducción de los márgenes empresariales y la deflactación del IRPF junto con el apoyo fiscal a las rentas más bajas, pero también por el incremento del salario mínimo interprofesional, la adecuación de las pensiones al entorno inflacionario y fundamentalmente por el refuerzo de las prestaciones y ayudas económicas para la población vulnerable. No tanto de modo coyuntural, sino como algo permanente dentro de una sociedad más humana que se ocupa de las personas vulnerables en vez de considerarlas como sobrantes y abandonarlas a su suerte.

Sebastián Mora no pudo más que reconocer que mientras el comportamiento de los salarios se inscribe en la lógica del pacto de rentas, en cambio, los beneficios medios siguen disparados, aunque haya sectores y empresas que se salen de esa conducta. También se felicitó por la subida de las pensiones y del salario mínimo interprofesional y reclamó además de impuestos específicos a las rentas más altas, una mejora de la liquidez de los hogares más vulnerables a través de la fiscalidad.

Retomar el diálogo

El contexto político se antoja poco favorable a alcanzar un gran pacto de rentas global. En su análisis, señaló cinco contradicciones que están degradando la política, entendida como “lo que hacemos los ciudadanos para vivir en orden al bien común”.

La desafección ciudadana política al tiempo que se politizan cada vez más la esfera privada; la polarización ideológica compatible con la delegación de la política en manos de los expertos; el individualismo posesivo de las redes impersonales digitales; combinado con la acumulación de ingentes datos sobre el comportamiento humano; la invisibilización de la sociedad por la dificultad de comprender la complejidad de lo real que deja paso más que al autoritarismo a la democracia silenciosa que se aprovecha de la sociedad transparente que acumula ingentes datos; y la colonización económica de la política que ya no se ocupa tanto de la mejora de las condiciones de vida como de la política de la identidad que acaba por fomentar el resentimiento en vez del reconocimiento. Esto último, precisamente, es lo que ha producido “el gran cambio de la política en los últimos años”, a su entender.

Así, argumentó que “si bien la política desde final de la Segunda Guerra Mundial, con la creación del Estado del bienestar, las políticas estuvieron centradas en las condiciones sociales de la existencia, los derechos sociales y económicos desde hace 15 o 20 años, las políticas que más fuerza y más movilización social están teniendo tienen que ver con las políticas de identidad: de qué nacionalidad, orientación sexual, género, raza, continente, religión soy… De alguna forma hemos pasado la emocionalidad política del mundo de lo social al mundo de la identidad”.

Este aspecto, en concreto, tiene una gran repercusión a la hora de poder o no llegar a acuerdos, porque “las políticas de identidad, con mucha facilidad, se convierten en políticas del resentimiento, y no del reconocimiento: tú no eres yo, y como no lo eres, no voy a pactar contigo”. De este modo, Mora subrayó que “hacer un pacto con la alteridad se nos está volviendo muy difícil”.

De ahí que el profesor no tuviera más remedio que admitir la complejidad y las dificultades de alcanzar el ansiado pacto de rentas. “En este marco habla de diálogo social, de consenso social, y de pacto social, en esta caso de rentas, es tremendamente complejo y lo que se dan son políticas de pactos parciales, que no digo que estén mal, tienen su funcionalidad relevante, pero muy concreta y muy específica”.

El campo político actualmente no deja “espacios”, ni crea “escenarios” para llegar a pactos, pero, quizás, lo más preocupante es que no fomenta el diálogo. “A veces, cuando hablamos de diálogo social, rápidamente entendemos que el diálogo debe llevar al consenso”, explicaba Mora, “pero cuando se hace el diálogo social en profundidad no tiene por qué llevar al consenso, tampoco al disenso. Puede que no llegue el acuerdo, pero si seguimos dialogan algo cambiará en cada espacio y cada persona que está dialogando”.