Respeto
En varias ocasiones nos hemos referido a la necesidad de no renunciar a la amistad social y a la amabilidad en la vida política frente al ambiente tóxico que algunos grupos políticos, porque no todos actúan igual, han creado en las instituciones políticas, contaminando también toda la vida social.
Lo que algunos grupos políticos hacen constantemente en las instituciones políticas es una enorme falta de respeto a las personas, a las mismas instituciones, a la sociedad y a la democracia. Como lo es también lo que hacen algunos medios de comunicación que jalean esos comportamientos y sustituyen la información por mentiras.
Quienes intoxican constantemente son los principales responsables, pero la responsabilidad no acaba en ellos. También son responsables los demás grupos políticos de no entrar en ese juego sucio. Como lo son las mismas instituciones políticas que deben combatir esa toxicidad haciendo respetar en su seno los límites que nadie pueda saltarse, porque la convivencia social y política marca límites a los comportamientos de los representantes políticos. Y también lo somos toda la sociedad ante esos comportamientos tóxicos: apoyar a quienes los promueven es una indecencia.
Debería estar socialmente muy claro, pero no lo está, que el límite más importante es que no se puede, nunca, faltar al respeto a la dignidad de las personas. Ante todo, los representantes políticos son personas que merecen respeto. Cualquier decisión, propuesta, comportamiento… es criticable –otra cosa es que se tenga más o menos razón en esa crítica–. No todas las decisiones, propuestas, comportamientos, son igual de respetables. Criticarlas es no solo legítimo sino bueno para que pueda avanzar el contraste de posturas en la vida social. Pero descalificar a las personas que toman esas decisiones, o hacen esas propuestas…, convertirlas en enemigas, es siempre una inmoralidad que daña la vida social. Respetar a cada persona es siempre un mínimo exigible. Quien no respeta ese mínimo es indigno de representar a nadie en ninguna institución política.
Quienes faltan al respeto debido a las personas están faltando también al respeto a la sociedad. Sobre todo por una razón: son muchas y graves las necesidades de la sociedad, particularmente las de los pobres y excluidos, para ocupar miserablemente el tiempo en las instituciones en discusiones estériles provocadas por la permanente confrontación, no de ideas para afrontar esas necesidades sociales, sino de tópicos. Son ruidos que nada tienen que ver con las necesidades reales de la sociedad. Es más, lo que da toda la impresión es que se pretende sepultar los debates necesarios bajo todo ese ruido. Y en esto también tienen una gran responsabilidad los medios de comunicación social.
Es, igualmente, una falta de respeto a las propias instituciones políticas, a la democracia y a la soberanía popular. Se falta muchas veces al respeto debido a un Gobierno legítimo y democráticamente elegido cuando se cuestiona permanentemente su propia legitimidad. Se falta al respeto a la soberanía popular al faltar al respeto a los representantes elegidos por los ciudadanos, pretendiendo que unos son más legítimos que otros. Todos lo son por igual, compartamos más o menos lo que defienden. Se falta al respeto a la soberanía popular cuando desde algunos medios de comunicación se jalean las faltas de respeto a los miembros del Congreso, poniendo en duda su legitimidad, o cuando incluso se justifica que desde instituciones como el Consejo General del Poder Judicial algunos de sus miembros se nieguen a cumplir la Ley legítimamente aprobada por los representantes de la soberanía popular. En el fondo de todo esto hay una concepción profundamente antidemocrática de quienes piensan que el gobierno solo les corresponde legítimamente a ellos, decidan los ciudadanos lo que decidan.
Por respeto a la dignidad de cada persona, al bien común y a los pobres, tenemos la responsabilidad de hacernos respetar como sociedad por aquellos que tanto nos faltan al respeto. Y eso pasa por promover siempre la amistad social y la amabilidad en la vida política, penalizando a quienes la atropellan. Porque de lo contrario tanta toxicidad solo conduce al debilitamiento de los vínculos sociales y a buscar «mesías» y «salvadores de la patria». •
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Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
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