Antonio Algora, un obispo sinodal

Antonio Algora, un obispo sinodal

Se cumplen dos años de la muerte de Antonio Algora, el obispo de la Pastoral Obrera de la Iglesia española. Se fue ligero y sin ruido, como él llegaba y se iba de los sitios. La conmoción, en muchas personas de la diócesis y de fuera que lo conocían y valoraban, fue enorme. Cuesta trabajo, mucho trabajo, pensar que una persona con su vitalidad y energía, a pesar de los años, se consumiera en tan poco tiempo.

Aunque él ya no estaba en la diócesis, lo seguíamos sintiendo entre nosotros; era como un anticipo de resurrección, cuya verdadera dimensión ahora empezamos  a sentir y a comprender.

Qué mejor momento que este, para hacer algo de memoria de su vida y presencia entre nosotros. Más que los rasgos que tienen que ver con su talante y afectividad, queremos centrarnos en esta ocasión en algunos aspectos de su eclesialidad y ministerio.

Su ser apóstol

Vivía para la evangelización. Sufría y gozaba con los signos de fe y entrega que veía a su alrededor, en la gente y en su iglesia. No había casi límites para encontrarlo  y solicitarle algo que se necesitase.

La coherencia

Su vida no desdecía de su pensar y enseñanzas. Era sobrio y vivía modestamente. Pero tenía muy claro que las cosas que se necesitan en la vida y en la evangelización también valen dinero, y por ellas hay que apostar decididamente. “Apenas gastamos en pastoral en la diócesis”, se lamentaba, y no dudaba en apoyar económicamente a aquellos eventos o iniciativas pastorales que lo solicitaban. ¡Cómo agradecía y ensalzaba los presupuestos de nuestros movimientos, en los que veía una enorme muestra de compromiso e implicación en la misión!

El Concilio

Estaba convencido de que el Vaticano II era el camino de la Iglesia de hoy, a pesar de que otros en la Iglesia no lo tuvieran ya tan claro (de palabra o de obra). Todo su empeño era cómo hacer que en mentalidades formadas o no, tradicionales o modernas, su fervor religioso fuera en esa dirección. Pero no le gustaba atropellar y tenía una gran capacidad de espera. Ponía en práctica lo que el papa Francisco insiste tanto: “abrir procesos” y en la forma de hacer y ser Iglesia que llamamos “Iglesia sinodal”.

El laicado

Sin duda, una de las grandes convicciones y empeños de su ministerio. Algora era un obispo que creía en los laicos, que tenía claro que ellos eran el verdadero cuerpo de la Iglesia. Creía y confiaba en ellos; los respetaba y admiraba tanto como a cualquier consagrado. No era, para nada, clerical, lo que le acarreaba entre muchos clérigos (en buena parte jóvenes), bastantes incomprensiones y hasta rechazo. Ellos querían ser el centro de la Iglesia y estar visiblemente por encima y diferenciados. Él cuidaba y valoraba mucho la vocación sacerdotal y estaba convencido de su necesidad en la Iglesia, pero para servir. Tenía un olfato muy fino para detectar a los que querían ascender, pero, también, a los que querían descender, y a estos los apreciaba y respetaba sobremanera.

Pero, además, Algora tenía verdadero aprecio por el laicado asociado y, dentro de este, por los movimientos apostólicos y la Acción Católica. Sin duda, su roce con tantos militantes, fuera y dentro de su diócesis, entre ellos los de Hermandades, HOAC y  JOC, le marcaron y le hicieron comprobar cómo esa Iglesia del concilio (Iglesia Pueblo de Dios, comunión, fermento en el mundo, Iglesia de los pobres…) no había que inventarla ni hacerla de nuevo, porque ya existía con una riquísima historia y con presente de santidad. Su cercanía a los movimientos y a sus serios procesos de formación (de fe y vida) le hicieron comprobar cómo estos eran auténticas fábricas de crear testigos de Jesús, cristianos “redondos” cómo él decía, capaces de salir al mundo y allí ofrecer a Cristo, sin esperar que el mundo sea el que venga a nosotros. Por eso, uno de sus grandes empeños fue promocionar la Acción Católica y los movimientos apostólicos, aun a costa, nuevamente, de muchas incomprensiones y rechazos.

Obispo y pastor

A él lo nombraron obispo, pero él eligió ser un obispo como Dios manda, un obispo pastor. Y ello en unos tiempos en los que ese estilo de episcopado no cotizaba al alza y te podía traer no pocos sinsabores. En él sabíamos los laicos y consagrados que teníamos a un defensor de las causas de los desfavorecidos y de la justicia. Era una persona asequible, que le gustaba estar con la gente y no escatimaba tiempo para reunirse y dialogar con bastante franqueza de lo que hiciera falta. En no pocas ocasiones le vimos aceptar las decisiones colectivas, aunque no las compartiera o no lo viera claro.

Además, Algora, como gran creyente que era, creía en los procesos y en la capacidad de cambio de las personas y de las comunidades. Por eso, siempre nos instaba a que no nos desanimásemos y no dejáramos de estar cerca de los que no entendían nuestra misión y nuestra causa.

Hoy, a los dos años de su muerte, en la diócesis de Ciudad Real los miembros de la Pastoral Obrera y otros muchos creyentes, seguimos sintiendo viva su presencia y su ministerio. Apreciamos en ellos y en su sucesión la grandeza de la Iglesia cotidiana  y la acción del Espíritu en las personas “dóciles” que se entregan a Él.

Su famosa expresión, tantas veces pronunciada, ha quedado ya asentada  en el discurrir eclesial diocesano: “Dios es buen pagador”.