Rosa, trabajadora migrante: «Lo pasé tan mal que pensé que en mi país vivía mejor que en España»

Rosa, trabajadora migrante: «Lo pasé tan mal que pensé que en mi país vivía mejor que en España»
Mi amiga Rosa es una mujer boliviana que llegó a España hace 18 años. Vive en Callosa de Segura (Alicante), con su hija Mariana, desde el año 2016. Durante unos meses estuvo en un equipo de iniciación a la HOAC. Algunos jueves nos reunimos junto a otros amigos para tomar una cerveza y «platicar». Hoy ha podido venir, hablamos de su vida y, con su permiso, grabo.

Nos cuenta por qué dejó su tierra y decidió venir a España. «Vinimos porque te montan una película de que aquí hay mucho trabajo. La hermana de un familiar mandaba 200 dólares, cada mes, desde España. Eso es muchísimo dinero allí, donde el sueldo es de 100 euros mensuales. Hipotecas tu casa y todo lo que tienes para comprar el billete de avión, que vale más de 2.000 euros».

Comprobó lo diferente que es entrar en el país si eres un «turista» o una trabajadora. «Vienes pensando que pasarás la frontera en Madrid. Pero, al llegar, te meten en un cuarto y te hacen preguntas; hasta te preguntan quién fue el primer presidente de tu país. Si pasas, pasas, y si no te toca volver a tu país. Me preguntaron a qué venía y les dije que de vacaciones. Me salvó mi apellido Kobayashi. Me hice pasar por hija de un japonés, agricultor, que me había pagado el billete para conocer España. Así, me sellaron el pasaporte y me dieron la bienvenida».

Nunca imaginó las penurias ni las malas condiciones de vida y de trabajo que le esperaban. Ella lo cuenta así: «Nos llevaron a Alhama de Murcia, en un piso pequeño donde vivían catorce personas en tres habitaciones (ecuatorianos y bolivianos). Dormíamos en los pasillos, en un sofá, donde pillábamos… Nos dijeron que había trabajo en Jaén para recoger olivas… Nos llevaron en una furgoneta y llegamos a las cuatro de la madrugada a un cortijo viejo en el monte; los techos rotos, sin agua, sin luz… Había que ir a la montaña a buscar agua con unos bidones. Yo lloraba todos los días y el capataz se quejaba de que lloraba demasiado. Aguanté cuatro días hasta que una nevada no nos dejó recoger las olivas y nos llevaron a otro cortijo en el pueblecito. En total trabajamos ocho días y nos pagaron 50 euros a cada uno, cuando nos habían hablado de 40 euros diarios.

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«Desde Jaén nos devuelven a Jumilla. Llegamos a las 10:30 de la noche un 7 de enero. Allí nos dejaron abandonados. Hacía mucho frío y compré una manta por 25 euros y en un jardín la echamos y nos acostamos a dormir». «Un joven boliviano nos dijo que allí había trabajo. Nos llevó a una especie de cueva donde alquilaban por 75 euros cada uno. Allí fue mi primer empadronamiento».

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