Volver a la frontera sur
Vuelvo a la frontera Nador-Melilla.
Las fotos del horror ya se han borrado de la memoria. Lo único que permanece, lo que una y otra vez vuelve a la superficie es el estribillo periodístico y político de la violencia con que los emigrantes se acercaron a la valla fronteriza, y el sonsonete obligado de la inviolabilidad de las fronteras. Todo normal. Todo políticamente correcto.
Ayer, en las calles de Compostela, alguien pedía firmas para una propuesta de ley de iniciativa popular a favor de la regularización de emigrantes. “Vienen a quitarnos el trabajo”, decían unos. “Que solucionen primero nuestros problemas”, decían otros. Todo normal. Todo políticamente correcto.
Unos días después de los muertos sin contar de Nador-Melilla, en el mar se ahogaron tres emigrantes, dos de ellos eran niños. Y días después, alguien dio la noticia, ignorada por casi todos, de que 20 emigrantes habían muerto de sed en el desierto.
Mientras tanto, aquí los sindicatos reclaman que nadie nos estropee el verano, que nadie estropee nuestras vacaciones. Todo normal. Todo políticamente correcto.
Necesito volver a la frontera, y no como periodista, tampoco como político, tampoco como sindicalista: necesito volver como hermano de muertos y heridos y deportados; necesito volver como creyente cristiano; necesito volver porque los emigrantes pobres tienen necesidad de que alguien vuelva y los atienda, porque ellos son mis señores, porque ellos son mi Señor.
El que me llamó, nada me dijo de fronteras y legalidades; nada me dijo de medios de comunicación, de libertad de los periodistas en esos medios, de ideologías políticas, de sistemas económicos, de preferencias culturales. El que me llamó, me ungió y me envió a los pobres, para que yo les llevase la buena noticia que esperaban.
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Texto publicado originalmente en su cuenta de Facebook.
Arzobispo emérito de Tánger