Un viaje de oración, profecía y denuncia

Un viaje de oración, profecía y denuncia

El mío es un viaje de oración, profecía y denuncia. Dejo Roma el 8 de marzo para llegar a Budapest y continuaré encontrando refugiados y desplazados, y a aquellos que los acogen y asisten. Mientras tanto, el Cardenal Konrad Krajewski, Limosnero Papal, ha llegado a Polonia y hará lo mismo en las regiones fronterizas con Ucrania. Esperamos atravesar la frontera en los próximos días y entrar en Ucrania, pero esto dependerá de cómo evolucione la situación. La Santa Sede —el papa Francisco lo dijo claramente en el Ángelus del pasado domingo 6 de marzo— “está dispuesta a todo, a ponerse al servicio de esta paz”. Mi misión en Ucrania es un signo de esta voluntad y mi tarea es llevar la presencia y la cercanía del Papa y de todo el pueblo cristiano a aquellos que sufren.

Viajo para ver de primera mano cuál es la situación. Espero ser capaz de llevar algo de ayuda material, pero sobre todo voy para reunirme con la gente, para estar con ellos. Esta es la profecía de una presencia y una cercanía que puede que parezcan débiles, incluso insignificantes según la lógica del mundo y la fuerza de las armas. Sin embargo, no es así: estar cerca de su pueblo, de sus hijos que sufren, es la forma que Dios ha escogido para entrar en la historia del mundo. Incluso al precio de acabar en una cruz. Un símbolo de este estilo de Dios es el gran crucifijo que hace pocos días –todos hemos visto las imágenes con emoción– fue trasladado de la Catedral Armenia de Lviv hasta un búnker con la esperanza de salvarlo de la furia y la locura de la guerra. Del mismo modo que en búnkeres, sótanos y en refugios quizá improvisados hay muchas personas que dirigen sus oraciones al Señor crucificado.

Por esta razón, estoy seguro de que el mío será un viaje de oración: la del Papa; la mía y la de dos compañeros, uno del Dicasterio para la Comunicación y el otro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; la de todos aquellos que nos acompañarán en este camino; pero sobre todo de la oración de las personas con las que nos encontraremos. Una oración que –como enseña el libro del Sirácide– “atraviesa las nubes”, porque Dios “escuchará la oración del oprimido. No menospreciará la súplica del huérfano ni los gemidos de la viuda”. Estas personas comparten el don de su cercanía con Dios con aquellos que se encuentran con ellos, con aquellos que quieren vivir el sacramento de la presencia, llevando la palabra del Evangelio y un apoyo concreto. El gesto de caridad de aquellos que los reciben se convierte en una oportunidad para corroborar la fe que nos une y que alimenta la esperanza común de que un mundo sin guerra es posible, que la violencia y la muerte no tienen la última palabra. Este es el misterio de Pascua para el que nos estamos preparando en esta cuaresma.

La fe no está ausente de la tragedia que está viviendo Ucrania, porque está en los corazones de las personas que huyen de la guerra: la mayoría de ellos son creyentes, como muchos de los que los acogen, y es importante que todos aquellos que quieran recibir asistencia espiritual puedan hacerlo, respetando las diferencias entre las distintas confesiones y religiones. En mi viaje también me esforzaré por conseguirlo.

Por último, el mío será también un viaje de denuncia. La historia de los refugiados ucranianos es bien conocida, se desarrolla según el guion dramático de demasiados conflictos que ensucian nuestro mundo, a menudo olvidados. Con la misma rapidez con la que en pocos días millones de personas han tenido que abandonar sus hogares, llegan ya noticias de que la máquina de la trata de personas y del tráfico de migrantes se ha puesto en marcha en las fronteras y en los países de primera acogida. Al drama de la guerra y los desplazamientos se añade el de la esclavitud. En la misión que llevará a cabo nuestra pequeña delegación, prestaremos gran atención a esta cuestión, así como a otro punto igualmente doloroso: la marginación y a veces el rechazo que sufren los africanos y asiáticos que vivían en Ucrania y que ahora huyen junto con el resto de la población. Se trata de una cuestión difícil de abordar en un momento tan tenso, pero extremadamente urgente. Todos somos hijos de un mismo Padre y la fraternidad no conoce fronteras: este es el sentido del abrazo del Papa y de la Iglesia que llevo para todos los que vaya a encontrar.

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Artículo publicado originalmente en la revista italiana Aggiornamenti Sociali

 

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