Maldita sean las guerras de ayer, de hoy y de mañana

Maldita sean las guerras de ayer, de hoy y de mañana
FOTO | Evgeniy Maloletka, vía AP. Mariupol, después de un ataque aéreo ruso contra un hospital de maternidad.

Otra maldita guerra en el mundo que se suma al drama de la humanidad con tantos conflictos bélicos y violencias. La guerra en Ucrania, con la invasión de Rusia, nos horroriza, nos desgarra el corazón de ver el inmenso sufrimiento de la población civil. Miles de vidas destruidas, miles de vidas destrozadas, un país devastado por las bombas; muertos en las calles, en los puentes, entre los escombros; niños y niñas que les han quitado la vida y que les han robado la infancia. Una maldita guerra más por intereses económicos y geoestratégicos. No importan las vidas en absoluto para los gobernantes que no sienten nada, que sienten un desprecio hacia los demás, incluidos los suyos, y que se sitúan en una dimensión de sentirse dueños de la vida y de la muerte como si fuesen dioses en aras de convertirse los amos absolutos del mundo. ¿Cómo es posible que ese inmenso dolor que provocan no les afecte? ¿Cómo es posible que la muerte de cientos de niños y niñas no les cause ninguna inquietud? ¿Cómo es posible que el llanto de un niño no les llegue al corazón y ordenen el alto el fuego inmediato?

Viendo la guerra en Ucrania, en Yemen, en Palestina, en Siria, en Afganistán, y en otros tantos lugares del mundo, nos sentimos impotentes y nos preguntamos cuándo se acabaran las guerras, cuándo la paz se hará realidad en la esfera internacional, en la política internacional. Somos conscientes que la guerra y la violencia son las armas de los poderosos, que siempre la van a justificar con mentiras y manipulaciones para acrecentar el dominio, el poder y las riquezas. Nos llegan noticias continuas de asesinatos de líderes y lideresas sociales y medioambientalistas en Latinoamérica, otra forma de hacer la guerra. Manos Unidas denunciaba recientemente que en Perú habían sido asesinados una decena de líderes por defender la tierra, su tierra.

La historia nos apabulla con las guerras de ayer y las de hoy y, a la misma vez, nos apabulla el ser conscientes de que en el mañana, en el futuro, se van a producir nuevas guerras, que conllevarán muerte, destrucción y éxodo de la población. Nuevas guerras que serán justificadas por un bando o por el otro, siempre son justificadas, por el dominio mundial entre Estados Unidos, China y Rusia. Guerras que son malditas por el inmenso dolor inenarrable que causan ¿Qué puede sentir ese padre ucraniano cuando intentó comunicarse con su mujer y sus dos hijos y no pudo hacerlo y vio el adía siguiente la imagen de una mujer y dos niños muertos y los reconoció? ¿Qué pudo sentir ese padre sirio con su hijo herido de gravedad y gritando de dolor pidiendo ayuda para que alguien le pusiera un cojín y lo asfixiara para acabar su dolor? No se puede poner nacionalidad ni origen al dolor, es el mismo, aunque hay gente muy miserable, ¡ojalá cambien! que sí lo hace. Lo estamos viendo con las personas refugiadas que quieren entrar en Polonia y en Hungría: los blancos, sí; las personas africanas y árabes, no. El llanto de un niño ucraniano, sirio, palestino, somalí… ¿no es el mismo llanto desgarrador y lleno de pánico por la guerra? El cuerpo de un padre o de una madre ucraniana, siria, palestina, somalí… protegiendo a sus hijos e hijas ¿no nace del mismo amor de padre y de madre?

Malditas seas las guerras de ayer, de hoy de mañana y bienaventuradas las personas que siguen condenándolas, que siguen poniendo su grano de arena para construir la paz, basada en la justicia y la libertad, y la fraternidad. Que la cultura de la guerra, del odio sea sepultada por la cultura de la hermandad y de amor. Que el miedo y la preocupación por el devenir no nos paralice, siendo consciente que la pandemia y este conflicto, junto a otros, nos ha afectado en lo más profundo de nuestro ser. Sigamos trabajando por ser esperanza, no podemos dejar de ser esperanza aunque la vida y la historia se oscurezcan, en un mundo que nos duele. Sigamos caminando, valorando los pequeños logros y como dice el papa Francisco: “Soñemos juntos por construir un mundo mejor”. Sigamos caminando en aras de construir un mundo lleno de humanidad y de ternura, para que no hayan guerras y así  las bombas no acallen las sonrisas de los niños y niñas. Es nuestra misión.