¿Por qué nos cuesta tanto dialogar?

¿Por qué nos cuesta tanto dialogar?

Que somos seres sociales por naturaleza nadie lo duda. No nacemos aislados, sino que venimos a este mundo en una familia que nos cuida y nos enseña a ser autónomos y comunicarnos, a escucharnos y respetarnos, a compartir las cosas que son de todos, a trabajar los unos para los otros, poniendo al servicio de los demás las mejores capacidades y actitudes que tenemos cada uno de nosotros; en definitiva: es la familia el primer ámbito donde vamos aprendiendo a ser seres sociales. Luego, y a la vez, vamos relacionándonos en otros ámbitos como la escuela, el trabajo, el barrio, la asociación, el partido, la peña… Nacemos en un pueblo porque somos pueblo desde lo más profundo de nuestro ser.

El hecho de hablar demuestra que estamos hechos para el encuentro con los demás. Mediante las palabras compartimos con otros nuestras vidas, nuestros sueños, nuestros deseos, nuestros dolores y frustraciones. Mediante la palabra somos capaces de construir puentes que unen y derribar muros que alejan.

Esta es la base de la democracia y por esto, no puede haber democracia cuando se levantan muros para el diálogo, cuando sólo se vive de intereses partidistas.

El diálogo es encuentro desde la palabra… ¿por qué nos cuesta tanto?

La “amistad cívica” (que llamó Aristóteles) es condición necesaria para la democracia. Como ciudadanos sabemos que somos artesanos de una vida común y que el otro no es un enemigo, sino un compañero de camino. A través del diálogo (dia-logos) intercambiamos argumentos y logros, descubrimos lo que es justo y noble, lo que es mejor.

Constatamos que nuestros políticos dialogan poco: utilizan la palabra para “una mala retórica” que consiste en persuadir a todos, para manipular mejor y conseguir “masas” de individuos heterónomos y no ciudadanos autónomos. “Masa” es lo contrario de pueblo: la masa es presa fácil de la propaganda “emotivista” y mueve a la gente por reacciones; el pueblo se mueve por convicciones, no se deja manipular, se siente implicado con el otro en la búsqueda del bien común a través del diálogo respetuoso, el debate, el intercambio de opiniones…, “la amistad cívica”.

¿Por qué nos cuesta tanto?

Nuestra democracia está debilitada. Interesa, sobre todo, el márquetin político: se lanzan bulos y se manipulan las palabras, porque eso da votos y mayorías necesarias para gobernar, sin importar demasiado la situación de pobreza y desigualdad creciente en nuestra sociedad, como nos ha puesto de manifiesto el informe FOESSA recientemente publicado durante este tiempo de pandemia.

Quizás nuestros políticos no dialogan porque los ciudadanos no dialogamos. Nos vamos individualizando y atomizando, encerrados cada uno en nuestras zonas de seguridad, alimentando así las masas de diferente signo, desistiendo ya de nuestra intersubjetividad, de nuestra capacidad de diálogo y de encuentro…, de nuestra “amistad cívica”.

¿Por qué nos cuesta tanto?

Los cristianos encontramos en el Evangelio a un Dios que se encarna en nuestra humanidad y nos llama a la vida de comunión con Él, con los hermanos y con la casa común. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece a todos principios y criterios para actuar en la vida social. Juntos continuaremos impulsando la “amistad social” a la que nos llama el papa Francisco. No puede haber amistad social, ni vida de comunión desde el insulto y la descalificación, solo será posible cuando sepamos escuchar, dialogar y construir con otros. Como consiliario de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) animo a enfangarnos en esta tarea, en ir creando lazos de amistad y tejido social que ennoblece al ser humano.