Los derechos de las personas en el trabajo deben ser elemento central de la economía

Los derechos de las personas en el trabajo deben ser elemento central de la economía

El Real Decreto Ley 32/2021, que convalida el acuerdo entre gobierno, empresarios y sindicatos, modifica importantes aspectos de la anterior reforma laboral del 2012, la Ley 3/2012, aprobada en solitario por el gobierno del Partido Popular, cuando el nivel de desempleo entonces rozaba el 25% de la población activa. El nuevo decreto ley no acaba con todas las injusticias, ni restituye todas las pérdidas de derechos que sufre el mundo obrero desde hace tiempo, pero es un buen paso en la dirección adecuada. Es también esperanzador que se produzca fruto del diálogo y que ayude a ir recuperando y equilibrando la negociación colectiva.

Recuperar la centralidad del trabajo

Se rompe la tendencia de reformas laborales anteriores de abaratar costes, otorgar más poder a las empresas y debilitar la negociación colectiva. Nos parece que el acuerdo recupera la centralidad del trabajo y el diálogo social como mecanismo fundamental para introducir los cambios necesarios. Por tanto, como Iglesia presente en el mundo obrero creemos que va en la buena dirección y no podemos por menos que alegrarnos de esta buena noticia.

Pero es necesario que se ponga en práctica y que se siga avanzando y se acompañe con otras medidas como la subida del SMI, que ayuden también a ir mejorando condiciones de los y las trabajadoras más empobrecidos.

Hay que seguir avanzando en medidas complementarias que vayan asegurando el acceso al trabajo y a un trabajo digno sin el que no podrán salir de esta situación. La rentabilidad de las grandes empresas ha subido de manera constante al igual que sus beneficios, pero esto no ha repercutido en la creación y calidad del empleo, sino todo lo contrario.

Reparto del trabajo

Falta un reparto más equitativo de los beneficios, otra fiscalidad, pero también repartir el trabajo para que haya para todos y todas, al tiempo que los salarios garanticen una vida digna a todos y todas las trabajadoras. Que el aumento de la rentabilidad repercuta también en la vida de los trabajadores, y que se adapta la jornada laboral. Hoy es posible trabajar menos para trabajar todos. El Papa nos recuerda que “no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”.

El colectivo de los jóvenes junto al de las mujeres y las personas migrantes son de los que peores condiciones de vida y trabajo arrastran. Esto es especialmente preocupante porque estamos condenando el futuro de nuestro país, estamos perdiendo la generación con mayor nivel de formación y capacidad a no ser protagonistas de la evolución de la sociedad, a no poder participar en ella. Por eso es necesario asegurar unas condiciones laborales dignas que les permitan plantearse su propio proyecto de vida. Los jóvenes, como el resto de los precarios, viven al día y sin poder hacer planes.

El papa Francisco en el Mensaje a la 109 reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, dice “busquemos soluciones que nos ayuden a construir un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provengan de una negociación colectiva, y que promuevan el bien común, una base que hará del trabajo un componente esencial de nuestro cuidado de la sociedad y de la creación”. Por tanto, tenemos que hablar del trabajo del cuidado y de cómo cuidamos el trabajo para que en nuestra sociedad las personas seamos lo primero.

Poner la persona en el centro de la economía

Nos está costando mucho aprender la lección que crisis tras crisis nos ofrece la realidad. El último informe FOESSA sobre las consecuencias de la pandemia dibuja un panorama desolador en el que el empobrecimiento, la desigualdad y la exclusión han llegado a cotas impensables. Mientras, el enriquecimiento de algunos resulta escandaloso en una sociedad cada vez más polarizada.

El individualismo y el egoísmo campan a sus anchas. Nos han convencido de que la mejor forma de vivir es preocuparme sólo por mí y no por el otro. Para cambiar esto los derechos de las personas en el trabajo deben ser elemento central de la configuración de la economía y es esta la que debe adaptarse a las necesidades y derechos de las personas.

“En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones”, nos recuerda el papa Francisco.

Defender el trabajo humano

Los graves problemas de esta sociedad son la deshumanización y el empobrecimiento. Tenemos que lograr que el trabajo sea humano, sea digno. El papa también dice que “el trabajo un componente esencial de nuestro cuidado de la sociedad y de la creación. En ese sentido, el trabajo es verdadera y esencialmente humano. De esto se trata, que sea humano”. Esto pasa por poner en el centro la dignidad de las personas y el bien común, empezando por los más empobrecidos si queremos conseguir una sociedad decente, justa y humana.

A los partidos políticos, a los sindicatos y a todas las personas de buena voluntad les pedimos que dediquen sus esfuerzos a mejorar la vida de la gente, a recuperar la esperanza. La política es la tarea más digna cuando se pone en el centro a la persona y este tiene que ser su principal objetivo como servidores de la sociedad.