Exilio e impostura
El venerable anciano inspira gran confianza en sus pacientes. Su extremada barba blanquecina y las gruesas gafas de vidrio medieval, imprimen un halo de desvalimiento a su figura y resaltan el semblante bondadoso de su rostro. Luce sobre el pecho una cruz oriental muy valiosa, a juzgar por la pedrería y los esmaltes de las imágenes. Entre psiquiatra y santón, las gentes de aquel barrio étnico acuden con fe antigua a confiarle sus cuerpos y sus almas, el medicamento y el perdón, el bienestar temporal y la vida eterna.
El día en que la Inteligencia irrumpe en su consulta, los pacientes que la ocupan se arrojan con violencia sobre los intrusos, y solo abandonan la gesta cuando aquellos les enseñan las pistolas. El santo terapeuta, que exhibe con ardor su ortodoxia, muestra un violento estupor impropio de su carisma, e invoca su inocencia con las razones de un farsante.
Tras dos eternos lustros de cerco quimérico al fugitivo, los ecos de captura se expanden como por el aire hacia a los cuatro puntos cardinales. La memoria de los atroces crímenes étnico-religiosos de finales del siglo XX en Los Balcanes aviva las conciencias. Al atrapar a la bestia, parece que se impone la supremacía del bien y la fe en la justicia. Pero en las mentes fieles al impostor renacen víboras de venganza. Las gentes del fugitivo ¿acaso no comparten su misma alma? ¿No es su silencio cómplice quien alimenta al monstruo? Las conciencias anestesiadas, el odio inducido al diferente… han hecho del extraño, carne de exterminio. En el interminable bosque de lápidas de Srebrenica, los nombres de los ocho mil bosnios muertos por decisión de aquellos hombres-bestia son memoria que vuelve a gritar venganza étnica.