Cristianos de Gipuzkoa, ¡hagan lío!

Cristianos de Gipuzkoa, ¡hagan lío!

Bueno, en realidad, tendría que haber titulado este texto de manera más genérica: “cristianos del mundo, hagan lío en sus respectivas diócesis y en la sociedad en la que viven”. Sin embargo, la singular situación en la que se encuentra en estos momentos la iglesia de Gipuzkoa me lleva concretarlo en ella, indicando seguidamente que eso de “hacer lío” es una expresión de este Papa, felizmente disruptivo, que es Francisco. Se lo dijo a los jóvenes argentinos que, reunidos en la catedral de Rio de Janeiro (Brasil) el 25 de julio de 2013, habían llegado allí para la Jornada Mundial de la Juventud. Entiendo que ese lema no solo es válido para ellos sino también para todos los católicos, independientemente de su edad, origen o residencia. Y, de manera particular, para los de la diócesis de San Sebastián junto a los de otras tantas que, dispersas por el globo terráqueo, están a la espera de un nuevo obispo: “hagan lío”, por favor. Y vista la situación, cuanto más, mejor; y, por supuesto, sin perder tiempo.

En la Iglesia católica hay más de 5000 diócesis. Ello quiere decir que, aunque el Papa fuera, como algunos ingenuos todavía siguen creyendo, el vice-Dios en la tierra, no puede nombrar con pleno conocimiento de causa, y por sí mismo, a todos y a cada uno de ellos. No le queda más remedio que fiarse de las candidaturas que le presenta la Congregación para los obispos a propuesta de los nuncios respectivos. Por eso, los grupos de presión (eclesiales y de otro tipo) cuentan con una gran capacidad para influir en un sistema de presentación de candidatos, opaco como pocos. Y, así mismo, que –exceptuadas algunas diócesis importantes, en cuyo nombramiento interviene de manera personal el Papa– la inmensa mayoría de las restantes son objeto de los tejemanejes de los mencionados grupos de presión. De ahí que, una vez designado el obispo, poco o nada interese a la Curia vaticana su gestión cotidiana… salvo que sea denunciado a través de los medios de comunicación. Entonces, sí, empieza a pensar en cómo resolver el problema que ha creado con tal nominación adoptando, casi siempre, un modo de proceder, irónicamente tipificado, como “patada lateral ascendente”, es decir, como “promoción” a otra diócesis, jurídica y formalmente, “superior” (pero no, realmente) o en la que, por lo menos,  haya una débil presencia de colectivos cristianos reivindicativos y, por ello, con menor proyección mediática. Es así como se “sacrifican” estas diócesis para dar a esos obispos una nueva oportunidad; nunca –o rara vez– para indicarles que presenten la renuncia o mandarlos a casa; que es lo que se tendría que hacer. El Vaticano no reconoce –al menos, públicamente– sus propios errores; por otro lado, tan humanos, en estos asuntos de gobierno.

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Pero esto, siendo ya mucho, no es todo. Igual de grave es, desgraciadamente, el silencio que atenaza a una buena parte de los católicos. De ahí el recordatorio de que, en este caso, los cristianos de Gipuzkoa “hagan lío”, ahora que, parece (y digo que “parece” porque hay quien entiende que la nominación ya está hecha) que nos encontramos en un tiempo de consultas para designar un nuevo obispo. Quizá sería bueno –me atrevo a sugerir– que, siguiendo el ejemplo de otras diócesis (y, sobre todo, mejorándolo), el colectivo Gipuzkoako Kristauak consultara al pueblo de Dios sobre el perfil de obispo que creen que necesita la iglesia de San Sebastián. Y también que solicitaran algunos de los nombres de quienes estimen mejores para desempeñar tal responsabilidad. A esta primera ronda prospectiva, podría suceder una segunda en la que ya se votaran las tres o cuatro características más importantes del perfil del posible candidato, a partir de las respuestas recibidas, así como los tres nombres de las personas que más votos hubieran recabado en la fase anterior de este sondeo. Entiendo que así, se podría presentar a la Santa Sede, vía Nunciatura o, directamente, a la Congregación para los obispos, al cardenal Omella y al Papa dicho perfil y la terna correspondiente para que eligiera de entre ellos, la persona que entendiera más adecuada.

Ya sé que habrá quien diga que desconozco cómo es la institución de la que estoy hablando y su derecho canónico desde 1983. Bueno, no lo voy a discutir, entre otras razones, porque creo que, en este asunto está sobradamente justificado “pedir perdón, antes que permiso”. Es un criterio que también he escuchado, en más de una ocasión, en boca de Francisco; cierto que referido a otras urgencias. Sospecho que cuando tal criterio no se tiene presente ni se practica en el nombramiento de un nuevo obispo es porque estamos demasiado atados al actual derecho canónico y, por ello, no muy sobrados de “coraje evangélico”. Pues bien, creo que ha llegado la hora de ensayarlo y ponerlo en práctica. Somos legión los católicos a los que no nos gusta estar sometidos a “obispos impuestos” o a dos variantes agresivas del mismo denominadas “prudencia cómplice” y “silencio connivente”. “Hagamos lío”… aunque no nos hagan caso.