Mucho ruido –de motores– y pocas nueces
En plena Cumbre del Clima (COP26), una imagen expresó como pocas la gravedad del problema y quiénes llevan la peor parte. El ministro de Asuntos Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, pronunció su discurso dentro del mar, con el agua hasta las rodillas. Su isla, como otras de Polinesia, corre un enorme riesgo de desaparecer. Kofe hablaba en un lugar que antes no estaba inundado. Quiso así «yuxtaponer el escenario de la COP26 con las situaciones de la vida real que afronta Tuvalu».
Tal vez el gesto ha tenido más impacto mediático que efectivo sobre los negociadores, a la vista de lo acordado en Glasgow. Tras borradores, pasillos, aplazamientos y algunos chantajes, se llegó a un acuerdo final sin mucha concreción en las medidas, ni en los plazos de cumplimiento, ni compromisos reales. ¡Un clásico en las cumbres del clima!
Dos datos pueden dar idea de lo que son estas cumbres. Uno: los asistentes llegaron en 400 aviones privados y en tierra se movieron en largas caravanas de automóviles (solo la comitiva de Biden estaba formada por 85). Dos: el lobby de los combustibles fósiles tuvo más representantes que cualquier país. Puede que el dato explique las drásticas rebajas aplicadas al borrador, que pasó del compromiso de «eliminar gradualmente» a –en el documento final– «reducir gradualmente» las inversiones en carbón, gas y petróleo, colando de paso que la reducción solo afectará a las «ineficientes» (¿quién decide las que son?). Hay que ver lo que puede un adjetivo.
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Periodista
Autora del libro de Ediciones HOAC Maneras de vivir