La humanidad sufriente desde la dignidad y la esperanza

La humanidad sufriente desde la dignidad y la esperanza

De nuevo se ha retomado el Encuentro Mundial de los Movimientos Populares donde se ha reflexionado, no desde planteamientos teóricos o meramente descriptivos, sino desde los lugares de sufrimiento humano, un sufrimiento humano agravado por la pandemia, que ha reflejado las grandes desigualdades sociales y las carencias sanitarias en muchos lugares del mundo. Desigualdades y carencias que han aumentado.

Desde estos lugares de sufrimiento han tomado la palabra las personas que tienen una vida donde cada día tienen que sobrevivir, con mucha pobreza y que el sistema capitalista quiere descartarlos desde el racismo, la xenofobia y la aporofobia, el rechazo al pobre. Un rechazo que se expresa en la exclusión, en la mano de obra barata, de usar y tirar, y en la construcción de muros, como es el muro entre México y Estados Unidos. Son lugares de sufrimiento donde las víctimas toman la palabra y nos dicen que mal viven y que otros huyen de la violencia, el hambre y la desesperación ¿Cómo no entenderlos? ¿Cómo no construir puentes y establecer lazos de amistad, justicia y solidaridad?

Pero, estas víctimas de este sistema no se conforman y se unen y se organizan para luchar por los derechos humanos, no solo por sus vidas, sino por la vida de cualquier persona. No es una lucha individual, egoísta, de sálvese quien pueda, es una lucha desde un compromiso comunitario. Y, esta lucha colectiva y comunitaria se recoge en La fuerza del nosotros; un vídeo que recoge las luchas de los movimientos populares en este tiempo de pandemia, que se ha traducido en la solidaridad y en renovar el compromiso por transformar el sistema socioeconómico de nuestras sociedades. Nos plantean cómo las personas que están en la economía informal, como son, por ejemplo, los vendedores y vendedoras ambulantes no pueden confinarse cuando viven de lo que ganan cada día. Te plantean la imposibilidad que los padres y madres se queden en sus casas donde no tienen agua ni comida y tienen que salir cada día a buscarla. No me quiero imaginar el desgarro de los padres y madres de ver cómo sus hijos e hijas pasan hambre o se ponen enfermos y sus vidas se apagan y no pueden hacer nada porque no tienen garantizados la alimentación o la sanidad. Experimentan que la vida humana no tiene valor, o, lo que es más duro, que sus vidas no tienen valor para este sistema del descarte.

Por eso, desde los movimientos populares, coordinados y organizados, exclaman que no se puede volver a la normalidad, sino que hay que trabajar por una nueva normalidad donde estén garantizados la tierra, el techo y el trabajo. Por eso, hay un grito unánime de esa fuerza que surge del nosotros: “Despierta y hazlo por ti mismo”.

Es un grito que no se ha perdido, es un grito que ha sido escuchado por el papa Francisco, desde el amor y el dolor compartido; un amor y un dolor vivido y experimentado a lo largo de su vida y de su ministerio. Ha escuchado el lamento de un pueblo aplastado por un sistema que idolatra el dinero; un sistema que es explotador, depredador y destructor de la vida y del planeta. Pero, no solo escucha, sino que también le pide que alcen su voz, una voz muchas veces acallada.

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El papa Francisco hace suyo este dolor y le pone rostro y se dirige a los estados poderosos y a los grandes grupos económicos para pedir, utilizando sus propias palabras, “soy pedigüeño”, una transformación personal, y de las estructuras socioeconómicas, recogiendo las reivindicaciones de los movimientos populares, haciéndola suyas y profundizándolas para enfado de las élites económicas, financieras, políticas y sociales.

En su mensaje, que es ya histórico, afirma que la humanidad debe elegir, después de la pandemia, o ser mejores o ser peores, porque iguales no saldremos. El papa Francisco ha elegido ser mejores y eso exige todo un programa revolucionario, que nace de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Un programa que pide un salario universal, la reducción de la jornada laboral para el reparto del trabajo, liberalizar las patentes para que las vacunas lleguen a todos los países, condonar la deuda externa que ya ha sido pagada y que es injusta y que ha servido para enriquecer a los más poderosos, garantizar la soberanía alimentaria, cuidar los ecosistemas, facilitar la educación a los más empobrecidos, acabar con las agresiones, bloqueos y sanciones unilaterales que es expresión del neocolonialismo, que los medios de comunicación estén al servicio de la verdad y de la fraternidad universal y un largo etcétera. Y, todo esto en nombre de Dios, criticando la utilización del nombre de Dios para fomentar la guerra y los golpes de estado.

Es todo un programa de vida para realizar una transformación profunda del corazón, de la política, de la economía, de las relaciones sociales e internacionales. Es un programa no para deleitarnos, sino para actuar, para hacerlo vida y, por eso, el papa Francisco nos advierte de nuestra parálisis en contraposición a un sistema destructor y explotador que se está poniendo en marcha de nuevo a marchas forzadas, para volver a la antigua normalidad, que no es otra cosa que seguir generando sufrimiento en la humanidad y seguir generando pobreza y exclusión, que causan muertes y vidas sobrantes para este sistema del descarte.

Por eso, el papa Francisco nos invita a soñar juntos, a curar y cuidar nuestro mundo, a ser poetas sociales y samaritanos colectivos, hablando desde las periferias y nos advierte del peligro de estar encorsetados y de corrompernos. Nos advierte que no nos quedemos en las meras reflexiones, sino que tengamos sueños, que soñemos con los ojos abiertos, caminando por construir un mundo que garantice el derecho a la tierra, al techo y al trabajo. Y, como dice el papa Francisco: “Que el Señor nos bendiga nuestros sueños”. Sueños que sientan la ternura de los empobrecidos porque compartimos sus vidas, sueños que escuchen el llanto y la risa de la gente de las periferias. Hoy más que nunca hay que hacer un compromiso con la humanidad sufriente desde la dignidad y la esperanza.