Trabajo irregular, vidas precarias

Trabajo irregular, vidas precarias

Es innegable que todo lo que se refiere a la empresa agroalimentaria de la costa de Granada, y en general de todo el poniente andaluz, es un gran motor económico. Entre productores, trabajadores de corridas, transportistas, etc. muchas familias llevan el pan a su mesa con este trabajo. No se pretende en este espacio reflexionar sobre este modelo económico, su sostenibilidad, y sus consecuencias para el consumidor y para el planeta; sino de unas situaciones laborales que se pueden dar aquí. Para atender a esta realidad, se establecen contratos temporales, fijos discontinuos, “peonadas” que permiten mantenerse a los jornaleros agrícolas…

Pero, como decía una frase muy conocida: “Queríamos mano de obra y vinieron personas”. Mi amigo lleva aquí más de tres años, después de llegar de su país, Honduras, como turista. Allí ejercía como maestro, pero no veía ninguna posibilidad de progreso y por eso tomó la decisión de venir. Desde entonces, se ha mantenido con algunas chapuzas y, principalmente, trabajando en el campo. Ha tenido la suerte de encontrar (o ser encontrado) por un pequeño productor, casi una explotación familiar, que le ha permitido tener unos mínimos ingresos más o menos constantes (por supuesto, sin contrato, ni seguro; tantas horas trabajadas, tanto dinero entregado en mano). Con esos ingresos se ha podido mantener, pagar su alquiler, tener para sus gastos, consumir en los comercios locales, incluso mandar alguna ayuda a sus familiares.

Es una persona activa y comprometida, ha hecho amigos y se ha integrado sin problemas en Motril. Colabora con una asociación como voluntario, dando clases de castellano. También hace deporte, sale con algunos amigos con la bicicleta y participa en un coro. Y está dispuesto a echar una mano en lo que haga falta. Ahora quiere intentar regularizar su situación aquí, como se suele decir “arreglar sus papeles”, porque ya ha pasado el tiempo necesario, según la ley. Pero el principal requisito es tener un contrato de trabajo fijo de un año. Y en el campo, eso es muy, muy difícil. El pequeño productor no tiene la capacidad de hacerlo, o tendría que ser propio trabajador, el que pague toda la cotización, tanto la del empresario como la suya. Se ha enterado también de que pueden “ofrecerle un contrato” (para presentar los papeles) por una cantidad inalcanzable para sus pobres ingresos.

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Siendo un ciudadano modelo y ejemplar, no puede participar de forma plena en la sociedad en la que vive, porque no tiene un contrato de trabajo fijo. Y es que, como indica Juan Pablo II “el problema del trabajo, es la clave la cuestión social” (LE). En su mensaje en la Cumbre Mundial del Trabajo OIT 2021, el papa Francisco ha emplazado a evitar viejas “fijaciones en el beneficio, el aislacionismo y el nacionalismo, el consumismo ciego y la negación de las claras evidencias que apuntan a la discriminación de nuestros hermanos y hermanas “desechables”. Y también a comprometernos en la búsqueda de soluciones que construyan “un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva, y que promueva el bien común, una base que hará del trabajo un componente esencial de nuestro cuidado de la sociedad y de la creación”.

La situación de mi amigo no es algo puntual, es la que sufren miles de personas, hombres y mujeres que han venido a trabajar y a buscarse la vida, pero a las que una ley de extranjería injusta y sin sentido, no se lo permite. Al contrario, los hace estar en precario, como los nuevos esclavos del siglo XXI en nuestra sociedad occidental. Y el campo no es el único ámbito laboral en el que pasa esto. Otras muchas personas lo sufren en la hostelería, comercio, cuidados, servicio doméstico… No podemos basar nuestra economía en la explotación de las personas.

Desde la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) hemos realizado una campaña en los últimos años en la que recordamos que no se puede construir una sociedad decente, sin un trabajo digno. Y tenemos claro que nos corresponde a todas las personas que formamos la sociedad, y a las instituciones con las que nos organizamos, el poder conseguir que esto sea una realidad, cambiando las leyes injustas y cambiando nuestra mentalidad y nuestra forma de relacionarnos con los demás. Así que esa es nuestra tarea.