¿Atrapado por la máquina o atrapado por el sistema?

¿Atrapado por la máquina o atrapado por el sistema?

El pasado 25 de mayo, murió el sexto compatriota en siniestro laboral en lo que va de año. Esta vez fue en Zaragoza. Un trabajador de 55 años, natural de Puente Genil, de iniciales M.B.A., resultó atrapado por una máquina sin que se pudiera hacer nada por salvar su vida.

Como siempre ocurre, y no es casual, nada sabemos de las causas de este mal llamado accidente. Sí conocemos, por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social que, en el primer semestre de 2020, los atrapamientos fueron la segunda causa de muerte en jornada, solo por detrás de los infartos y derrames.

En 2020, murieron en nuestro país por esta causa no menos de 164 personas (prácticamente una cada dos días) y otras 698 resultaron accidentadas de gravedad (casi dos diarias).

Pero, ¿por qué ocurren? Son ya numerosos los estudios que revelan las principales causas:

  • El incumplimiento de la normativa vigente, evitando la picaresca en la revisión de las máquinas para certificar su seguridad.
  • El incorrecto mantenimiento, debido fundamentalmente a una errónea estrategia de ahorro de costes.
  • La escasa inversión en formación de las personas que han de manipularlas.
  • La ausencia de rutinas de seguridad que eviten los riesgos fundamentales, entre los que se encuentran: la puesta en marcha accidental, el manejo de piezas móviles, el bloqueo o manipulación de elementos de seguridad para incrementar la producción, prescindir de prendas o complementos que puedan engancharse o suspender la actividad cuando se detecten deficiencias.

Si nos fijamos bien, estas cuatro causas, como los mandamientos, se encierran en una: el afán de productividad o, dicho de otra manera, el vulgar y obsceno beneficio económico empresarial.

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Ya es hora de cambiar de mentalidad. El mejor activo de una empresa es la persona trabajadora. El supuesto ahorro en costes, en el caso de la siniestralidad laboral, suele salir muy caro. De ahí la importancia de la inspección y de las sanciones, no solo económicas sino también penales (que, por cierto, habría que revisar y, posiblemente, endurecer).

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU aparece que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a su seguridad personal”. Los cristianos, tanto trabajadores como empresarios, estamos llamados por la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) a proteger la vida de la persona trabajadora por encima de cualquier otra consideración, ya sea económica o de otro tipo. Las plantillas escasas, los excesivos ritmos de trabajo, las largas jornadas, la precarización del empleo, la subcontratación, etc., atentan contra ese derecho y con las recomendaciones de la DSI. ¡Que la muerte en el trabajo no nos atrape, ni nos deje indiferentes!