Cuidar de la vida de los hombres y mujeres que trabajan
Escucho las noticias. De nuevo un trabajador ha fallecido en su lugar de trabajo. Se trata de un marinero de Lekeitio de 50 años. Realizaba trabajos de apoyo a la plataforma «La Gaviota» de almacenamiento de gas frente a las costas de Bermeo. Pienso en su familia, sus compañeros, sus amigos, su dolor, tantos sueños truncados, tantas preguntas, cómo retomar ahora la vida cotidiana…
Al día siguiente, en la prensa no aparecen más datos. Nos recuerdan las cifras de las personas fallecidas en lo que vamos de año, el año pasado, las movilizaciones de solidaridad y denuncia. A nivel estatal 780 trabajadores fallecieron en accidente laboral en 2020, 13 más que en 2019. ¿Por qué este incremento cuando la actividad laboral ha descendido notablemente a causa de la pandemia? En el mundo son más de 2,78 millones las muertes cada año y unos 374 millones de lesiones relacionadas con el trabajo no mortales. La realidad de tantos miles de personas que sufren las consecuencias de una enfermedad laboral está mucho más silenciada. Una enfermedad no siempre reconocida como consecuencia de la realización de un empleo sin las debidas condiciones de salubridad y protección.
Detrás de esas cifras están la precariedad, el no cumplimiento de las medidas de prevención y seguridad en el empleo, los ritmos de producción, la temporalidad, la subcontratación, la falta de formación… Detrás está este sistema de producción y consumo en el que nos encontramos y que convierte el trabajo en mercancía, negando la dignidad a muchos hombres y mujeres. Una economía «que mata», en palabras del papa Francisco.
Pero están, sobre todo y ante todo, personas, con rostro concreto, con nombre y apellido, familias, proyectos, sueños, ilusiones, sentimientos, relaciones, amistad… Necesitamos, como sociedad, decirlo, recordarlo, gritarlo. Recordar esos rostros, esos nombres, no la fría estadística. Romper con la fatalidad, la normalidad que invisibiliza y reduce al ámbito de lo privado un problema social. Acompañar a las personas víctimas de la siniestralidad laboral. Acompañar a las familias. Necesitamos, como diría Benedicto XVI, «cumplir todos los esfuerzos para que se detenga la cadena de muertes y accidentes laborales».
Traigo a la memoria a Joaquín Beltrán y su familia, y en ellos a tantas personas. Joaquín fallecía en Zaldibar hace más de un año, sepultado bajo miles de toneladas de residuos industriales (800.000 m3) que arrastraban todo un vertedero. A día de hoy continúan los trabajos de búsqueda de su cuerpo. Un derrumbe que se llevaba también la vida de Alberto Sololuze.
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Militante de la HOAC.
Responsable de la Pastoral Obrera de la diócesis de Bilbao y miembro del Consejo Asesor de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española.
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