Antonio Aranda López, nuevo director de la Pastoral del Trabajo de la Iglesia

Antonio Aranda López, nuevo director de la Pastoral del Trabajo de la Iglesia
La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) reunida los días 23 y 24 de febrero de 2021, ha nombrado a Antonio Javier Aranda López nuevo director del departamento de Pastoral del Trabajo. Es la primera vez que un laico ocupa esta responsabilidad al servicio de toda la Iglesia, en un momento de profundas heridas como consecuencia del incremento del desempleo y la extensión de la precariedad.

Aranda, laico de la diócesis de Orihuela-Alicante, ha sido nombrado director del departamento Pastoral del Trabajo de la Iglesia en España. Militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), tiene una larga experiencia en tareas pastorales relacionadas con el mundo obrero y del trabajo, tanto en el ámbito diocesano –fue director e Pastoral Obrera de la diócesis–, como en el Consejo Asesor de Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal Española, espacio consultivo y de coordinación de esta pastoral en la que ha compartido compromisos con el obispo Antonio Algora, recientemente fallecido, y con el obispo Abilio Martínez, actual responsable de la Pastoral del Trabajo.

Este nombramiento se produce en el contexto del nuevo organigrama pastoral del que se ha dotado la Conferencia Episcopal Española (CEE) para desarrollar una acción evangelizadora más transversal. En este sentido, el departamento de Pastoral del Trabajo animará y dinamizará temas comunes para abordar con el resto de los departamentos de la Comisión de Pastoral Social y Promoción Humana, a la que pertenece.

El trabajo digno, objetivo irrenunciable

El ahora director de Pastoral del Trabajo, ya anticipó en un artículo que firmó en Noticias Obreras, algunas de las tareas que pueden ser compartidas con otros departamentos son el fortalecimiento de la dimensión social de la fe y la caridad política (Cfr. Fratelli tutti, 180-182); realizar una aportación eclesial a la articulación de un nuevo pacto social; dar a conocer la Doctrina Social de la Iglesia y proponer como tema común el trabajo digno, “objetivo que necesitamos alcanzar… con una economía que, mirando a largo plazo, tenga el horizonte puesto en la prosperidad inclusiva y sostenible, donde se pueda dar el desarrollo humano integral”, según apuntó el cardenal Omella en su primera asamblea plenaria como presidente de la Conferencia Episcopal. “Si la sociedad en su conjunto está sufriendo, esa fragilidad se multiplica entre las personas y familias que están en situación de exclusión o al borde de la misma por el desempleo (…) En la superación de esta crisis y la reconstrucción posterior, debemos priorizar preferentemente a los socialmente más vulnerables y, entre ellos, a los que más sufren la pobreza (cf. FT, 187)” estando “más que nunca al lado de los más necesitados” y en coherencia con “lo afirmado en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, aseveró en la asamblea.

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Incidir en la sociedad

Aranda tiene por delante, además, el compromiso de dinamizar, animar y acompañar a las delegaciones diocesanas en sus tareas evangelizadoras, potenciar los movimientos especializados en la evangelización del mundo obrero y del trabajo y hacer presente la Pastoral del Trabajo en la sociedad, en sintonía con lo expresado por el papa Francisco en su última encíclica: “El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que ‘ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo’. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque ‘no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo’. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no solo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (FT, 162).

 

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