La Iglesia en la crisis de la pandemia

La Iglesia en la crisis de la pandemia

Aunque hay medidas gubernamentales aportando ayudas esporádicas, se ve ya la precariedad que cada vez más afectará negativamente a los pobres en el mundo laboral. La economía globalizada, que funciona con la lógica de la comercialización, ha degenerado en crematística. No es ya ciencia y la estrategia para satisfacer las necesidades de todos, sino artimaña para acaparar dinero individualistamente, acosta del bien común. Así, en la crisis actual, podrán enriquecerse los pocos más ricos empobreciendo más a los pobres. Ante este panorama tan duro y complejo, un amigo me pregunta qué debe hacer la Iglesia. Creo que las soluciones a la crisis son tarea de las políticas económicas. Sin embargo, como parte de la sociedad, la comunidad cristiana debe ser solidaria eficazmente aportando la novedad del Evangelio. Sugiero tres niveles.

1) De modo especial los dos últimos Papas han denunciado con toda claridad que tal como está funcionando el sistema económico «injusto en su raíz», «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida; no son nuestros sino suyos». La propiedad privada no es un derecho absoluto, cuando impide que todos tengan lo necesario para una vida buena. Hay que dar espacio «al principio de gratuidad». Los obispos en España hicieron, con claridad, esta llamada en aquel documento profético La Iglesia y los pobres (1994).

2) Por otra parte, es indiscutible la implicación de las comunidades cristianas en la beneficencia, la compasión samarita brota de la experiencia de Dios compasivo, y prueba su verdad dando de comer al que tiene hambre. Pero es posible distribuir generosamente comida que recibimos de los bancos de alimento, y seguir nosotros cómodos y apegados en nuestras propiedades. Por eso, apunto un tercer nivel.

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3) La gran injusticia social es que existe una escandalosa pobreza en un mundo plagado de riqueza y abundancia. Todo apelando al derecho de la propiedad privada: «lo mío es mío, lo he ganado o heredado; tengo derecho a acumular lo que me plazca sin preocuparme de los niños que mueren de hambre; estoy en la legalidad». Una respuesta profética sería rechazar esa lógica ofreciendo en la conducta o práctica un futuro donde los bienes sean compartidos.

Según el Libro de los Hechos, los primeros cristianos ponían sus propiedades al servicio de todos, y «no había una persona necesitada entre ellos». Por el voto de pobreza, los religiosos renunciamos la propiedad privada en aras del bien común. Mejor que voto de pobreza, digamos voto de compartir, de ser solidarios personal y comunitariamente. Hay en la intención de este voto un indicativo para la espiritualidad de los cristianos en esta crisis económica que ya están sufriendo los más pobres porque en la ideología del sistema económico interesa más la crematística del dinero que la dignidad de las personas.