El trabajo en tiempos de pandemia

El trabajo en tiempos de pandemia
Resumen de un texto más extenso elaborado por el grupo de economía de Cristianismo y Justicia. En clave de ver, juzgar y actuar intentan dar respuesta a la situación actual del trabajo, su lectura desde la DSI y distintos planos de actuación para afrontar esta crisis.

Los infectados convertían en competitivas todas sus relaciones sociales y reconocían el mercado como el elemento mágico que todo lo cura, organiza, provee, orienta y sacia sus necesidades.

La libertad y el egoísmo del individuo eran el motor de la pandemia. El bien común se convirtió en ineficiencia nociva. La protección del Estado a las diferentes fragilidades de las personas era el mayor pecado de la nueva teología. El virus se reproducía mal ante la presencia de bienes comunes, por lo que los gobiernos realizaron importantísimas maniobras de privatización a escala mundial.

El consumo masivo, la acumulación y la propiedad privada pasaron a ser el fruto que recompensaba la buena conducta social, pero eran adictivos y cada vez necesitábamos más. Ese virus cambiaba las mentes, los valores, las leyes y los sistemas productivos con una única misión: apropiarse del trabajo de las mujeres y los hombres de todo el mundo.

Después de varias décadas, nos dimos cuenta que este virus era incompatible con la vida de las personas y del planeta. En la actualidad hemos constatado que el sistema de mercado no sirve para proveer los cuidados esenciales.

El contexto de la nueva crisis

A finales de 2019 el mundo estaba al borde del abismo, la crisis de 2007, nunca resuelta, manifestaba síntomas de reaparición: crisis sistémica de sobreproducción con exceso de capacidad instalada en todos los sectores, sobre todo, en los de producción de maquinaria y herramienta; creciente sobreendeudamiento en las empresas, en el sector público y las familias; morosidad solo aliviada con más créditos, tipos de interés negativos y creación constante de dinero por los bancos centrales para evitar colapsos de deuda; sobreexplotación de los recursos hasta rebasar los límites; guerras comerciales y de divisas.

El modelo económico viraba hacia el capitalismo nacionalista, protector de las grandes empresas y sectores nacionales, al tiempo que entraba en una fase de destrucción productiva con ingentes grupos de trabajadores expulsados del sistema o altamente precarizados, con zonas geográficas demolidas.

Una economía sana, en crecimiento
y sin sobreendeudamiento, hubiese aguantado mejor
la paralización temporal

En este equilibrio precario, en enero de 2020 apareció el virus SARS-CoV-2. Su contagio a Occidente y la hibernación temporal de la economía necesaria para evitar la propagación ha sido el detonante de la crisis capitalista latente. Una economía sana, en crecimiento y sin sobreendeudamiento, hubiese aguantado mejor la paralización temporal. La conjunción de factores agravará las consecuencias para el mundo del trabajo.

El golpe al empleo

Hostelería, turismo, aviación y automoción serán los sectores que saldrán peor parados de la pandemia y las medidas adoptadas para frenarla. Ciberseguridad, robótica, seguridad, marketing digital, gestión de datos, investigación y gestión sanitaria en internet y formación a distancia experimentarán un auge, que no parece pueda ser suficiente para absorber el volumen total de desempleo.

Industria. Con la feroz competencia y la tecnología disponible los trabajadores y las trabajadoras son subastados al mejor postor, a costa de salarios y derechos. Requieren mucha mano de obra no cualificada pero muy flexible y moldeable, pero también pocos empleos muy cualificados y bien retribuidos en los niveles superiores de gestión. Habrá intentos de relocalización de sectores estratégicos que requerirán inversiones públicas, muy expuestas, al final, a la carrera sin fin por la rebaja de costes, principalmente, laborales.

Auxiliares. La limpieza y desinfección serán claves, pero su repercusión en el balance de las empresas presionará constantemente a la baja las condiciones laborarles y aumentará los ritmos de trabajo. El transporte, pieza fundamental en la cadena actual de producción y consumo, sufre parecidos problemas a la de los autónomos con la diferencia de que trabajan con plazos y ritmos inflexibles.

Agricultura. Sector imprescindible pero dependiente de las decisiones de las cadenas de distribución y las administraciones que influyen tanto en los precios en origen como en la disponibilidad de mano de obra mayoritariamente migrante, muy afectada por los cierres de frontera. La España vaciada, consecuencia y síntoma, del modelo actual de la economía evidencia las dificultades seculares que atraviesa.

Reproducción y cuidados. Vitales, como se ha comprobado. Siguen principalmente en mano de las mujeres. Aumentará su repercusión, más aún ante la posibilidad de mantener la educación a distancia y la atención a los pacientes COVID-19, pero en muchos casos se realizará en la economía sumergida o a través de la doble jornada. Las empleadas domésticas han padecido un ajuste invisible, sin apenas red de protección.

Autónomos. En 2020, había en España 3,2 millones, el 17% del empleo, de trabajadores por cuenta propia, representando el 15% del PIB. No suelen ser dueños de las decisiones del proceso productivo, realizan tareas subcontratadas de las que se prescinde fácilmente, a pesar de que asumen un alto endeudamiento debido a la inversión necesaria y los riesgos, que aumentan exponencialmente en época de crisis.

Emprendedores. Modalidad de autoempleo de éxito relativo fomentada por las administraciones. A los cinco años de su inició, solo sobrevive el 40%. Con frecuencia se trata de pequeños negocios que salen a flote con mucho esfuerzo, aprovechando actividades muy especializadas de proximidad con el cliente y de demanda variable. Altamente prescindibles y dependientes de clientes que ahora tendrán menos capacidad de consumo.

Sanidad y tercera edad. Fundamentales en esta crisis, son trabajadores afectados por los ajustes y las privatizaciones, lo que ha debilitado el sistema de salud y provocada la fatiga en el personal, que pone en riesgo la propia estrategia sanitaria. Se prevé la generación de empleos de calidad, especialmente en la investigación, el control de epidemias y la atención y tratamiento vía internet, aunque supeditada a la capacidad presupuestaria que pueda sostenerse en el tiempo.

La atención a la tercera edad, ahora en manos privadas por lo general, precisará de personal bien formado y entrenado que, mientras no se convierta en un servicio público suficientemente reconocido y valorado, se enfrentará a medios escasos, ritmos y cargas de trabajo muy intensos.

Educación. Con una inversión entre las más bajas de nuestro entorno y siempre presa de polémicas encarnizadas, además de contagiada del espíritu gerencial de las empresas, se ha adaptado a la carrera al tiempo inaugurado por la pandemia con poco, mal formado y apenas motivado personal docente que ha tenido que enfrentarse a la brecha de las familias, las presiones de las administraciones y la falta de una visión compartida. Será fundamental recuperar la inversión, pero tanto o más, la reorientación del presupuesto hacia las partidas que de verdad atiendan las necesidades de un alumnado diverso y desigual.

Pequeño comercio. En grave riesgo, amenazado por los oligopolios de la distribución, la irrupción de las plataformas digitales y venta en internet, con las que no pueden competir. Hasta ahora ha sido un motor de empleo importante y un dinamizador de las ciudades que se enfrenta a una contracción sin precedentes. Las grandes superficies están obligadas a adoptar las medidas sanitarias de prevención, con mayores márgenes de financiación e inversión, cuyos costes presionarán a la baja las condiciones de sus empleados.

Comerciales y marketing. En mano de grandes empresas de las que depende toda una red de firmas de menor tamaño expuestas a sus decisiones. El cambio de hábito de los consumidores hará que repunte su actividad y ganen todavía más poder las plataformas digitales especializadas con capacidad para imponer la gestión automatizada de datos y el trato a sus clientes.

Teletrabajo. Ensayado con urgencia y de modo forzoso, experimentará un gran auge en comparación a la época anterior al coronavirus. Supone un ahorro de costes para la empresa, pero también intensifica el ritmo y la carga de trabajo, dificultando en muchos casos la anhelada conciliación. Dificulta las relaciones y la regulación, además de permitir todavía más la deslocalización y automatización de las tareas

El trabajador de plataformas (Uber, Amazon, Globo, etc.) deconstruye el empleo y explota la «colaboración» de la ciudadanía, aumentando las posibilidades de mayor control social. Son economías de escala que tienden a la concentración. Ganarán capacidad de intermediación en la gestión de datos que necesitan las administraciones públicas para hacer frente a la emergencia sanitaria.

Cultura. Conviven verdaderas industrias con pequeñas iniciativas efímeras, que en conjunto son una fuente importante de empleo, si bien, disperso, desigual y atomizado. Fuertemente subvencionado por administraciones de todo signo, por razones lógicas, resulta muy maleable a las presiones de los grandes grupos, como a los ajustes presupuestarios en épocas de crisis. A falta de medidas de protección y reconocimiento jurídico y social, es fácil augurar más paro, precariedad y explotación en gran parte de las ocupaciones asociadas a la cultura.

Altos directivos y técnicos. Las empresas han experimentado que muchas de sus actividades relacionadas con la promoción y representación son prescindibles, además de muy costosas, como «puestos de trabajo sin trabajo» («trabajos de mierda» los llama en su libro David Graeber) muy comunes en grandes empresas.

Jóvenes. La necesidad de formación y experiencia permite la utilización de jóvenes en puestos estructurales, incluso en proyectos de desarrollo de la vacuna.

Economía informal. Sistema paralelo al margen de regulación, fiscalidad y derechos, que acoge a los expulsados y obligados, a veces incluso, por la fuerza e intimidación a generar ingresos para subsistir. La hibernación para ellos ha sido catastrófica, llegando a engrosar el colectivo de personas «descartadas». En la mayoría de países del mundo, es la forma típica de empleo, sin que existan siquiera sistemas de protección social públicos y universales.

Es previsible que la devastación en las relaciones laborales y en la economía agraven las tendencias ya en marcha, además de introducir nuevos mecanismos de degradación de las condiciones de trabajo en todas las ocupaciones.

La temporalidad seguirá utilizándose como mecanismo para beneficio empresarial, además de como herramienta para disciplinar y fragmentar a los trabajadores. Cada vez se recurre más a la no renovación de contratos como despido camuflado para el ajuste de plantillas.

Las desventajas de las pequeñas empresas ante los costes de adaptación a las nuevas pautas de seguridad, desinfección, teletrabajo y atención y servicios en remoto, una gran traba que reducirá sus posibilidades de competir y maniobrabilidad provocarán todavía mayor concentración de empresas. Lo que empobrecerá y precarizará aún más a los trabajadores en general al tener que enfrentarse al poder creciente de los oligopolios con poder para imponer condiciones salariales a la baja y fijación de precios en el mercado, fundamentalmente, de bienes esenciales.

Los salarios estarán cada vez más afectados por el poder del sector rentista. Por ejemplo, los alquileres o los contratos de servicios. Son empresas con mucho poder, que siguen cobrando sus rentas a pesar del desastre en el mundo del trabajo. Ya hay movimientos para proceder a una nueva devaluación.

En buena medida, las medidas de alivio a los trabajadores y fundamentalmente a las empresas (flexibilización de los ERTE, créditos blandos y relajación de criterios para la presentación del concurso de acreedores…) se inscriben en la lógica de financiar con cargo al presupuesto público la necesaria reestructuración empresarial.

No hay que descartar una nueva ola de recortes del bienestar para hacer frente a las nuevas obligaciones con las instituciones financieras derivadas de necesario endeudamiento de los estados para hacer frente a la pandemia.

Queremos volver a la «normalidad»
olvidando que esa normalidad
era una crisis capitalista

Queremos volver a la «normalidad» olvidando que esa normalidad era una crisis capitalista que cuando se agravó en 2008 dio lugar a voces que sugerían «refundar el capitalismo». Nada se hizo. Es muy probable que vuelvan a pronunciarse discursos grandilocuentes aparentemente bien intencionados que no cambien sustancialmente el actual sistema económico y de relaciones laborales.

Viñeta | Chipola

Trabajo digno

El trabajo es un derecho fundamental de la persona humana, que encuentra su fundamento en el libro del Génesis, cuando Dios comunicó a la humanidad la tarea de trabajar la tierra para sacar de ella un justo provecho y cuidarla en consonancia con su misma naturaleza. Esta tarea con el progreso de la humanidad ha sido declarada un derecho fundamental por las Naciones Unidas y por la mayor parte de las constituciones y códigos de la mayoría de estados.

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Si un sistema económico genera de forma estructural un índice elevado de paro, de empleo precario o de carencia de trabajo por acumulación injusta de beneficios en unas pocas personas, fondos de inversión, entidades financieras o similares, este sistema no cumple su función social y atenta contra la moral cristiana.

Este derecho al trabajo exige un contrato en el que se especifiquen las condiciones laborales, la protección social y el valor del salario. Para que este contrato sea moralmente ético debe realizarse libremente entre iguales. Cuando esta igualdad no se da, la legislación social debe proteger a la parte débil, para evitar abusos e imposiciones.

En la Biblia, observamos en muchas ocasiones, como relaciones de opresión, de exclusión laboral, de explotación aparecen bajo diversos conceptos: emigrantes, esclavos, jornaleros…

«Los terratenientes cometían atropellos y robos, explotaban al desgraciado y al pobre y atropellaban inicuamente al inmigrante» (Ez 22, 29).

En el capítulo 5 del Éxodo, se ve cómo el faraón oprime al pueblo imponiendo duras condiciones de trabajo e incrementando arbitrariamente la explotación en la fabricación de ladrillos. «Imponedles un trabajo pesado y que lo cumplan, y no hagáis caso de sus cuentos. Los capataces y los inspectores salieron, y dijeron al pueblo:

–Esto dice el faraón: No os proveeré de paja; ir vosotros a buscarla donde la encontréis, y no disminuirá en nada vuestra tarea».

El trabajo ha de posibilitar la realización personal,
y una digna retribución mediante la cual pueda cumplir
sus obligaciones familiares y ciudadanas

El trabajo ha de posibilitar la realización personal, y una digna retribución mediante la cual pueda cumplir sus obligaciones familiares y ciudadanas. Si el trabajo no responde a un contrato justo y provoca la explotación de los trabajadores, acarrea consecuencias muy negativas, incluso enfermedades, malestar, pobreza y el tan temido paro laboral.

El salario injusto, siguiendo la tradición bíblica y de los padres de la iglesia de los primeros siglos cristianos, se considera un robo. En caso de emergencias, esta cantidad queda pendiente y ha de ser recuperada por los trabajadores, dueños legítimos, cuando la situación lo permita.

El derecho a una justa remuneración y distribución de la renta es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones laborales.

El salario es el instrumento que permite al trabajar acceder a los bienes de la tierra: «la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común» (GS 67). El simple acuerdo entre trabajador y patrón sobre la cantidad de la remuneración no es suficiente para calificar «de justa la remuneración acordada, porque ésta no debe ser «en manera alguno insuficiente» para el sustento del trabajador: la justicia natural es anterior y superior a la libertad del contrato.

En Éxodo 6, Dios, que ha visto la opresión, escogerá a Moisés como líder para liberar al pueblo. «Yo también, al escuchar las quejas de los israelitas esclavizados por los egipcios, me acordé de la alianza; por tanto, diles a los israelitas: Yo soy el Señor. Os quitaré de encima las cargas de los egipcios, os libraré de vuestra esclavitud, os rescataré con brazo extendido y haciendo justicia solemne. Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os quita de encima las cargas de los egipcios».

A medida que la sociedad ha ido valorando las dimensiones éticas de la justicia social, se ha visto como un derecho adjunto al derecho del trabajo el que exista una protección social que abarca los accidentes laborales, las bajas por enfermedad, por maternidad o paternidad…, la jubilación digna.

Tanto los empresarios como los trabajadores han de cumplir, según el derecho y la ética social sus obligaciones y responsabilidades. Hay que tener presente que actualmente existe el llamado «empresariado invisible», por causa de la globalización y de la rapidez de los cambios bursátiles. Como acertadamente señalo Juan Pablo II, en la encíclica Laborem exercens esta movilidad e invisibilidad empresarial no exime de la responsabilidad moral, ya que siempre hay personas que toman decisiones.

Así como ha habido progresos en la mentalidad social, también en otros aspectos hemos retrocedido o no acertamos en dar respuestas adecuadas a nuevas situaciones. Por ejemplo: salarios diferentes por trabajos similares, si los hace un varón o una mujer; trabajos que dañan la naturaleza, rompiendo el equilibrio ecológico; traslado de empresas a naciones en los que no existen leyes sociales dignas.

Existe, en la tradición y la fe cristiana, una espiritualidad del mundo del trabajo que toma como ejemplo a Jesús, que durante la mayor parte de su vida trabajó como artesano y posiblemente como operario agrario. Este testimonio, no solo señala el valor que tiene el trabajo en sí mismo, sino que subraya la dignidad de todo trabajador

A menudo se utiliza la categoría de pobres sin necesidad de explicar las causas laborales o de exclusión de la propiedad que los han llevado a esa situación en unas economías eminentemente agrícolas.

«Y los pobres se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo –es decir por la plaga del desempleo–, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia» (Laborem exercens, 8).

La dignidad del trabajo

Adjuntamos algunos textos bíblicos para la reflexión sobre los temas fundamentales: La dignidad de todos y cada uno de los trabajadores. La llamada a la no explotación, ningún hombre debe vivir a costa del trabajo de los otros. La urgencia del pago del justo salario que cubra las necesidades de los trabajadores y de sus familias. Contra toda opresión. Por la justicia social en las relaciones laborales ya sean de extranjeros o nacionales. La igualdad del salario a similar trabajo.

«Pero vuestro padre me ha defraudado cambiándome el salario diez veces, aunque Dios no le ha permitido perjudicarme» (Gn 31, 7).

«Y les amargaron la vida con dura esclavitud, imponiéndoles los duros trabajos del barro, de los ladrillos y toda clase de trabajos del campo» (Ex 5, 4).

«No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero» (Lv 19, 13).

«Cada jornada le darás su jornal, antes de que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al Señor, y tú serás culpable» (Dt 24, 15).

«Gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestros trabajos, nuestra opresión» (Dt 26, 7).

«Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen. Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo» (Is 61, 8).

«El Señor lo ha jurado por su diestra y por su brazo poderoso: ya no entregará tu trigo para que se lo coman tus enemigos; ya no se beberán extranjeros tu vino, por el que tú trabajaste. Los que lo cosechan lo comerán y alabarán al Señor; los que lo vendimian lo beberán en mis atrios sagrados. Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos, no construirán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque los años de mi pueblo serán los de un árbol y mis elegidos podrán gastar lo que sus manos fabriquen. No se fatigarán en vano, no engendrarán hijos para la catástrofe; porque serán la estirpe de los benditos del Señor, y como ellos, sus retoños. Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando y los habré escuchado. El lobo y el cordero pastarán juntos, el león como el buey comerá paja. No harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo, dice el Señor» (Isaías 62-66).

«¡Ay del que edifica su casa con injusticia, piso a piso, inicuamente! Hace trabajar de balde a su prójimo sin pagarle el salario» (Jr 22, 13).

«Os llamaré a juicio, seré testigo exacto contra hechiceros, adúlteros y perjuros, contra los que defraudan al obrero en su jornal, oprimen a viudas y huérfanos y atropellan al inmigrante sin tenerme respeto, dice el Señor Todopoderoso» (Malaquías 3, 5).

«No maltrates al servidor cumplidor ni al obrero que se dedica a su oficio» (Eclo 7, 20).

«Mata a su prójimo quien le quita el sustento, quien no paga el justo salario derrama sangre» (Eclo 34, 22).

«El jornal de los obreros, que no pagasteis a los que segaron vuestros campos, alza el grito; el clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso» (Sant 5, 4).

«A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre…» (Lc 15, 17).

«Al anochecer, el dueño de la viña dijo al capataz: Reúne a los braceros y págales su jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros» (Mt 20, 8).

«Al que ejecuta una tarea le dan el salario como paga, no como merced» (Rom 4, 4).

«El que planta y el que riega trabajan en lo mismo; cada uno recibirá su salario según su trabajo» (1 Cor 3, 8).

«Atesorasteis para el fin del mundo. El jornal de los obreros, que no pagasteis a los que segaron vuestros campos, alza el grito; el clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso. Habéis vivido en la tierra con lujo refinado; habéis cebado vuestros cuerpos para el día de la matanza. Oprimisteis y matasteis al inocente sin que él os resista» (Carta de Santiago, 5).

«No pondrás bozal a buey que trilla; el obrero tiene derecho a su salario» (1 Tim 5, 18).

«No pedimos a nadie el pan de balde, sino que trabajamos y nos fatigamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros (…) Quien se niega a trabajar que no coma (…) Que trabajen tranquilamente y se ganen el pan que comen» (Segunda carta a los Tesalonicenses, 3).

Respuestas ante los cambios

No nos podemos quedar en conversaciones, estudios y programas, nuestra llamada es también y fundamentalmente a la acción. Una acción discernida, conectada y siguiendo el estilo y la comunión evangélicos.

Con el fin de ayudar a esta acción, hoy urgente en el mundo del trabajo, proponemos unas sencillas preguntas. Estas cuestiones van a nuestra conciencia y conforma a la realidad de nuestra vida militante.

1) Nivel personal. ¿Cómo afecta la situación del trabajo en tiempos de pandemias, el virus neoliberal y el coronavirus? ¿En concreto, a nuestra persona, a nuestra familia, a nuestro barrio, a nuestra empresa, si es que trabajamos?

2) Nivel ambiental. ¿Cómo respondemos a los cambios ambientales, las informaciones, las disposiciones administrativas que afectan a nuestro trabajo, a las retribuciones…?

3) Nivel laboral. ¿Cómo cambiará nuestro sector? ¿Qué intereses están en pugna? ¿Qué medidas se aplicarán? ¿Qué medidas necesitamos para, de ser necesario, repartir con justicia los esfuerzos? ¿Qué pactos hay que proponer y defender? ¿Con quienes hay que establecer relaciones de apoyo mutuo?

4) Nivel político. ¿Nuestra conciencia policía está en activo, en fase durmiente, en pasividad? ¿Son tiempos cruciales, que van a marcar el futuro de la tierra, de los estados, de las comarcas y barrios? ¿A qué estamos llamados? ¿Con quiénes? ¿Qué medios, programas, objetivos necesitamos?

5) Nivel eclesial. ¿Cuál es nuestra misión como comunidades cristianas, como Iglesia, Pueblo de Dios, en estos momentos? ¿Tenemos visión de lo cercano, de lo mundial, nos sentimos discípulos de Jesús? ¿Cómo concretamos en la práctica lo que el Santo Padre nos ha indicado repetidamente acerca de la opción por la justicia, por los más vulnerables…?