La «casa común» se cuida desde casa
A Alirio Cáceres le solicitamos un enorme desafío: resumir la enorme riqueza y recorrido de los primeros cinco años, que hoy se cumplen, de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, incorporando además la clave del trabajo. Es sabido que la encíclica, de profundo carácter social, es uno de los textos fundamentales de su pontificado y que el diálogo que propone “a las personas de buena voluntad sobre el cuidado de la casa común” tiene hoy mayor vigencia y calado. El encargo se realiza, además, en un momento que la humanidad, probablemente fruto de los “signos de los tiempos”, vive el Gran Confinamiento provocado por la pandemia del coronavirus, junto al drama de vidas segadas, la catastrófica situación del empleo y la víspera de una profunda recesión, nos sitúa claramente ante un cambio de época.
Agradecemos doblemente el esfuerzo realizado, ya que nos consta las dificultades añadidas que el autor ha tenido, de índole familiar, en el proceso de creación de este Tema del Mes extraordinario que la revista Noticias Obreras ofrece a sus lectores y lectoras.
A los siete años del pontificado de Francisco, sucesor 266 de san Pedro. A los cinco a la publicación de la encíclica Laudato si’ (LS) sobre el cuidado de la casa común. A los cincuenta años de la primera celebración del Día de la Tierra y a los once del establecimiento del Día Internacional de la Madre Tierra, según la ONU. A los veinte años de la Carta de la Tierra y los dos mil veinte del calendario gregoriano, el mundo pareció detenerse, los ecosistemas tuvieron un respiro, los animales silvestres recorrieron paisajes urbanos, el aguacate llegó a costar más que el petróleo, pero en varios países los sistemas de salud colapsaron, la pandemia por la COVID-19 obligó a la mayor parte de la población a tomar distancia física y varios sectores de la economía se desaceleraron e incluso frenaron. La muerte ha sembrado silencio y llanto. El arcoíris de la renovación de la civilización apenas despunta y en medio del discernimiento, acrecentado por el luto y la incertidumbre, por las interpretaciones religiosas y teológicas sobre el acontecimiento, germina una espiritualidad de transición, un horizonte de sentido que se catapulta desde los drásticos cambios cotidianos y bucea por las más profundas aguas de la existencia.
En medio de esta narrativa que, parecería una crónica con intencionalidad apocalíptica, se vislumbra la tensión entre el ocaso de un sistema que se rehúsa a fenecer y un modelo que aun no termina de configurarse. En este escenario, la invitación de esta edición de noticias obreras para hacer un balance de la repercusión y actualidad de Laudato si‘, se convierte en un referente para valorar los síntomas y causas de la enfermedad que nos aqueja.
1. Desde el fin del mundo y el comienzo del tiempo
Para comprender el lugar de Laudato si’ en el presente, es necesario viajar al 2013. La renuncia del papa Benedicto XVI, puso en evidencia la crisis en la curia vaticana que desembocó en la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. En una entrevista a los pocos días del conclave, el nuevo Papa explicó que el nombre de Francisco sobrevino cuando el cardenal brasileño Claudio Hummes, le exhortó a no olvidarse de los pobres. La cavilación de Bergoglio lo llevó a pensar en las guerras. Emergió entonces el nombre de Francisco de Asís. Un hombre pobre e instrumento de paz. Justo ahí lanzó lo que ha sido su bandera del magisterio: «¡Cómo desearía una Iglesia pobre y para los pobres…!».
La misa inaugural de su pontificado fue el 19 de marzo, fiesta de san José. Su disertación previa a la homilía reflexionó en el cuidado que José tuvo con María y con el niño Jesús. El Papa lo define como un custodio de la familia de Nazareth. La aplicación actual de dicha actitud se refleja en la atención a los ancianos, a los niños, a los enfermos y a la creación. El Papa la menciona siete veces, seis veces «ternura», cinco veces «custodio». Para el cardenal africano Peter Turkson, en ese entonces presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz y desde 2017, presidente de nuevo Dicasterio al Servicio del Desarrollo Humano Integral, ese es el momento en el que se configura la idea de una publicación vaticana sobre la custodia de la creación.
Algunos de los asesores más cercanos al Papa, cuentan que le llegaron más de 3.000 aportes de universidades, institutos de investigación, comunidades religiosas, círculos teológicos, como respuesta a su interés por escribir algo sobre ecología. De toda esa información, se quedaron con 200 textos. El Papa, hábil en asuntos de redacción, y reconocido por su experiencia en la construcción del Documento del CELAM en Aparecida, impulsó una estructura basada en el famoso ver, juzgar, actuar, arraigado en la tradición latinoamericana. Ahí comenzó a germinar la encíclica.
La experiencia de la ternura está ligada a la vivencia de la misericordia de Dios. El escudo pontificio Miserando atque elegido («Lo miró con misericordia y lo eligió») se refiere a la vocación de san Mateo (Leví). Además, con motivo de la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II, el Papa convocó a un Año de la Misericordia. El 1° de septiembre de 2016, para la segunda Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación, el Santo Padre publicó el mensaje «Usemos misericordia con nuestra casa común».
Así, un obispo llegado a Roma desde un lejano continente, recurre a la mística medieval de san Francisco de Asís en Italia, para darle nombre a la encíclica sobre el problema ecológico contemporáneo.
2. No se entiende Laudato si’ sin comprender el significado de la ecología integral
Laudato (alabado, loado) si’ (seas) es una expresión de la lengua que se hablaba en la región de Umbría en la Italia del siglo XIII. Allí, en Asís, había nacido Giovanni Bernardone, hijo de Pietro, rico comerciante de telas y de Pica, una dama francesa. Justamente por eso lo llaman «Francesco» (de Francia) y con ese nombre pasó a la historia. Los biógrafos narran que Francisco, luego de una noche de lucha interior, debilitado por la enfermedad, el ayuno y los estigmas que encarnan su palpable identificación con Cristo, casi ciego, paradójicamente, marginado de la propia comunidad de los frailes que lo siguieron en su empeño por vivir la radicalidad del Evangelio y reparar la casa de Dios amenazada por las ruinas, comienza a cantar al alba al Dios que el Hermano Sol le recuerda. Es ahí cuando utiliza la expresión Laudato si‘ para alabar al Señor, el Creador, por sus criaturas (el sol, la luna, las estrellas, el viento, el agua, el fuego, la tierra) y posteriormente, por los seres humanos capaces de perdonar, soportar enfermedad, e incluso hasta por la llamada hermana muerte corporal.
Es decir, el acceso al sentido del título de la encíclica pasa por un episodio de resiliencia, una profunda vivencia pascual. Es un cántico, un himno lleno de amor por el Creador presente en sus criaturas, que nace en medio de la adversidad y la fragilidad humana. Un himno que proclama la esperanza en las bienaventuranzas del Señor, aun ahora en estos tiempos de sombrío distanciamiento e incierto amanecer después de la pandemia.
El acceso al sentido del título de la encíclica
pasa por un episodio de resiliencia,
una profunda vivencia pascual
Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior (LS 10).
Un ejercicio más exhaustivo de la antropología franciscana tendría que llevar a valorar la corporalidad como lugar teológico, dada la sensibilidad del santo expresaba, por ejemplo, a través del gusto. El mismo describe su conversión asociada al sabor amargo al rechazar los leprosos y el sabor dulce al abrazarlos y cuidarlos movido por el amor a Dios. Los relatos de Francisco predicando a las aves y peces, acompañado de un «violín» compuestos por dos ramas o, lo más significativo, los ya mencionados estigmas, con los que su cuerpo queda marcado con las mismas heridas que Jesús recibió en la cruz, conducen a una teología del cuerpo, que se sumerge por completo en una apasionada admiración por la fuente de todo Amor.
Esta vivencia, que el Papa llama de ecología integral, se distancia de la convencional comprensión de ecología, ya que la mayoría de las personas la entienden como un ejercicio racional relacionado con la fauna y la flora. Es una concepción «verde». Pero en la encíclica la mirada es «multicolor». No es posible captar la esencia de la encíclica sin asimilar la noción de ecología integral, lo cual es un reto de enormes proporciones pues en el imaginario colectivo está muy arraigada esa idea distante de lo ecológico, que no da lugar al ser humano, sus culturas y espiritualidades, ni mucho menos a la presencia de lo sagrado.
Una lectura sistemática del texto de la encíclica, conduce a desentrañar cinco aspectos que ayudan a identificar el sentido y significado de la ecología integral:
a) La convicción de que en el mundo todo está conectado (LS 16, 117, 138, 142, 220, 240).
b) No se trata de «dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino (de) una sola y compleja crisis socio-ambiental» (LS 64). Por lo que, «un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 47).
c) La Ecología Integral es interdisciplinaria y vivencial: ecología ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana (LS 138-156).
d) Incorpora aspectos de la ética: principios del bien común y la justicia entre las generaciones (LS 157-162).
e) Pero, ante todo, el ejemplo de ecología integral es una persona, es san Francisco de Asís, su espiritualidad relacional, su sentido de vida, que, aunque la encíclica no lo dice tiene un planteamiento que realza el amor materno, tanto que invita a sus frailes que se cuiden los unos a los otros como una madre. No es un dato menor que Francisco considere que la hermana Tierra es también Madre Tierra (LS 1).
De aquí germinan dos consecuencias en el enfoque:
a) Etimológica y epistemológica. La palabra ecología proviene del griego oikos (casa, hogar). Logos tiene que ver con el estudio, lenguaje, sentido. Por tanto, la ecología se centra en darle sentido al hogar. Hay un giro epistemológico para quienes siguen pensando «lo ecológico» sin incluir al ser humano con toda su complejidad. Esto explica el alcance del subtítulo de la encíclica. «Sobre el cuidado de la casa común» (home en su traducción al inglés). Es importante resaltar que el verbo cuidar tiene que ver con curar y sanar.
b) Percepción y perspectiva. Se requiere una mirada que vaya más allá de lo inmediato; una mirada integral e integradora de todos sus aspectos; una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad; que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial (LS 36, 111, 135, 137, 141, 159, 226). La mirada de Jesús (Mc 10, 21). La mirada de la misericordia. Una cristología que la encíclica desarrolla entre LS 96-100, 233-246 y de manera especial en la oración cristiana con la creación, punto de llegada de Laudato si’.
3. La conversión ecológica integral implica un giro en el trabajo humano
En el núcleo del mensaje de la encíclica está el paso de una «cultura del descarte» (LS 22, 43) a una «cultura del cuidado» (LS 229, 231). La evidencia del descarte es que el mundo se ha convertido en un basurero, un inmenso deposito de porquería (LS 21) y las personas en descartables (LS 158).
La perspectiva del cuidado tiene un fundamento bíblico: «El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro» (LS 70).
He ahí nuevamente la relevancia del subtítulo «sobre el cuidado de la casa común», plenamente vigente en estos tiempos de pandemia. La mejor forma de enfrentar el virus es a través de una cultura del cuidado que empieza desde casa. El autocuidado es el prerrequisito para cuidar a los otros. Cuidar la Casa Común para convertirla en un Hogar Común, comienza por la casa de cada uno. El escenario doméstico es el laboratorio, el campo de entrenamiento, el locus en el que se pone en juego el giro de la acción humana.
Cuidar la casa común para convertirla en un hogar común,
comienza por la casa de cada uno
Desde el punto de vista de la fe, la conversión ecológica se entiende como dejar brotar todas las consecuencias del «encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» (LS 217) lo cual lleva al creyente a desarrollar su potencial para hacerse cargo, cargar y encargar la cruz de Cristo en los crucificados del planeta y como dice LS 220, ofrecerse a Dios como pan de vida en el servicio de todas sus criaturas.
Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (LS 5) sin perder de vista que lo que el Evangelio nos enseña «tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir» (LS 216).
Siguiendo el ya mencionado LS 220, esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para suscitar un cuidado generoso y lleno de ternura:
a) En primer lugar, implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos, aunque nadie los vea o los reconozca.
b) También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.
c) Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12, 1).
d) Por tanto, no entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe (LS 220).
La misión es tejer relaciones comunitarias entre los seres humanos y en armonía con el resto de la Creación, como reflejo de la adhesión a Jesucristo, quien se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María (LS 238), «miró este mundo con ojos humanos y está vivo en cada creatura con su gloria de resucitado» (oración cristiana por la Creación). «Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación» (LS 240).
Quien está invitada a cantar Laudato si’ no es la humanidad solitaria, sino solidaria con toda la creación de la cual hace arte y parte. La polifonía de voces, la gran coreografía cósmica, el himno universal que la liturgia proclama se respalda desde el libre albedrío de la acción humana que convierte la labor rutinaria e inconsciente en trabajo que santifica y enaltece, evoluciona y plenifica, hasta alcanzar el Punto Omega, que es el mismísimo Cristo en persona, tal como refería Teilhard de Chardin. Esto tiene una profunda implicación en una mística de trabajo cotidiano:
En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2, 15) no solo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38, 34). En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38, 4) (LS 124).
Recogiendo la sabia tradición de los monjes benedictinos, en su lema Ora et labora, el trabajo manual impregnado de sentido espiritual es revolucionario, nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregnando de sana sobriedad nuestra relación con el mundo (LS 126).
Por tanto, «el trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» (LS 128).
En esa misma lógica (eco-lógica), «la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común» (LS 129). Para ello, no hay que perder de vista, «el análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud física y mental de las personas» (LS 187).
En estos tiempos en que la pandemia no es solo por las crueles afectaciones en la salud, sino en los ingresos de las poblaciones más vulnerables y los regímenes del Estado y el mercado que privilegian el paradigma tecnoeconómico que idolatra el capital y atropella la dignidad de los pobres, entre los cuales se cuenta a la hermana Madre Tierra, es necesario reinventar la comprensión de la acción humana y redefinir los criterios, estrategias e instrumentos para promover la pastoral del mundo del trabajo. «Hoy en día, ser oprimido es un privilegio», decía hace años un líder brasileño en una asamblea de la Obra Kolping. Se trata de evangelizar («laudatosificar») las relaciones laborales, en un escenario en donde el desempleo y el subempleo se viralizan de manera exponencial, y quienes tienen (tenemos) la condición de empleados, se ven inmersos en una asimétrica exigencia de mayor producción con cada vez menos remuneración.
El trabajo es una necesidad,
parte del sentido de la vida en esta tierra,
camino de maduración y de realización personal
Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8, 27). No aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11, 19). Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6, 3). Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad» (LS 98).
4. Hoy Laudato si’ no es solo un libro, sino una mística de transformación
El famoso vídeo de Annie Leonard La Historia de las cosas ayuda a comprender la raíz de la crisis ecológica. Es un análisis que Greenpeace hace de la sociedad estadounidense en 2007, mucho antes de la publicación de la encíclica. Explica la esencia de qué es aquello que el Papa denomina la «cultura del descarte».
En el fondo, el fondo la ruptura de la comunión con Dios, la negación de su propuesta de amor misericordioso constituye la causa del problema. El pecado se manifiesta en la destrucción del entorno (LS 2, 9). El antropocentrismo irresponsable (LS 115-121) y el relativismo moral (LS 122) son indicadores que nos desviamos y perdimos la referencia. Todo ello se concentra en el paradigma tecnoeconómico y las decisiones que impone desde una postura tecnocrática (LS 53, 106-112, 122, 189, 203). Hay una alianza nefasta entre tecnología y economía que idolatra el capital y atropella los derechos humanos (y de la naturaleza) sin consideración de su dignidad como criaturas de Dios. San Juan Pablo II había invitado a la conversión ecológica global, argumentando que «el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo» (LS 5).
Así que, la crisis ecológica hunde sus raíces en la ética y la espiritualidad como lo ha expresado el patriarca ortodoxo Bartolomé (LS 9) pero se visibiliza en un paradigma tecnoeconómico. La conversión ecológica implica una conversión económica. Al final y al cabo, es una nueva versión dentro del oikos (el hogar común). De este modo, las soluciones a fondo, pasan por una reforma estructural del modelo económico y por supuesto, del imaginario que fundamenta las opciones y decisiones de quienes dirigen nuestras naciones, empresas, organizaciones.
Tal conversión debe verse reflejada tanto en el macro escenario todo el planeta azul pero también en los micro escenarios de la conciencia y el núcleo familiar. El capítulo 5 de la encíclica Laudato si’, acaso el menos promocionado pero el más clave para apalancar las transformaciones y transiciones que el mundo necesita, describe importes directrices para la acción a escala global, nacional, local y el diálogo de la fe con la economía y la política.
Desde el simple, pero precioso y necesario, detalle de orar en familia para agradecer los alimentos, se toma conciencia de «nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalecer nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación», reconocer a aquellos que «con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados» (LS 227).
El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas (LS 230).
Hay una alianza nefasta
entre tecnología y economía
que idolatra el capital y
atropella los derechos humanos
Pero también se requiere buscar el bien común a través de la incidencia ciudadana en el gobierno, el estado, el mercado, de manera que se formulen, por ejemplo, programas a largo plazo en aras de la sustentabilidad y el bien común (LS 178), mediante el control político por parte de los ciudadanos (LS 179), promoviendo iniciativas de cooperación económica comunitaria (LS 180) en orden a alcanzar un verdadero desarrollo integral, lo que implica salvaguardar el agua y cuestionar los emprendimientos con preguntas de sentido común, libres de intereses utilitaristas (LS 185).
«En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica» (LS 231).
Después de cinco años de Laudato si’, el panorama es amplio y fecundo, pero aun incipiente e insuficiente frente a la gravedad de la crisis plantearía:
a) Escala global: la encíclica se publica seis meses antes de la COP21 en París. En diciembre 2015 se logró un histórico Acuerdo de París y Laudato si’ hizo su aporte. En torno a la propuesta del Vaticano, cuyo núcleo fue la misma encíclica, se fortaleció un movimiento climático interreligioso, hasta hoy vigente. Los grandes aportes del Consejo Mundial de Iglesias referidos a la justicia climática y la ecojusticia, encontraron un aliado valioso en el mensaje del papa Francisco, quien, además, el año pasado, declaró la emergencia climática en una audiencia con los representantes del sector petrolero.
En esa misma línea, el Movimiento Católico Mundial por el Clima (GCCM, en inglés), que había nacido en Filipinas en enero de 2015, pensando en elaborar una propuesta para la COP21, se encontró en el camino con el regalo de la encíclica y adoptó con entusiasmo el lema «Vive Laudato si’».
La creación del Dicasterio al Servicio del Desarrollo Humano Integral (2017) ha facilitado la divulgación e implementación de la encíclica, desde los valores de la justicia, paz e integridad de la creación y la coordinación de esfuerzos para atender migrantes, pastoral de la salud y personas necesitadas de asistencia caritativa. Durante la celebración del tercer aniversario de Laudato si´ se trazaron directrices referidas a la conversión ecológica, la ambición climática (la meta de 1,5 Cº como límite de calentamiento global), desinversión y economía circular, protagonismo de jóvenes e indígenas, y la celebración de un Tiempo para la Creación entre el 1 de septiembre al 4 de octubre.
En este orden planetario, también es importante destacar la participación del Vaticano en la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI, en inglés) promovida por la ONU para proteger la selva húmeda del cinturón verde ecuatorial, tomando como base Colombia, Perú, Brasil, Congo e Indonesia.
Finalmente, no es posible entender el aporte de Laudato si’ sin referencia a la propuesta de tierra, techo y trabajo (las tres «T») que el Papa ha reiterado en varias ocasiones en diálogo con movimientos populares. Para destacar su célebre pedido a pocos días de haber publicado Laudato si‘: «Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la madre tierra» y ahora, en medio de la pandemia, la solicitud de un salario básico para «los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado… trabajadores informales, independientes o de la economía popular (que), no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables». El Papa afirma que «tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos».
Esta mirada de la ecología integral apunta a reformas estructurales que explican los diálogos (poco publicitados) con los líderes mundiales del sector financiero, petrolero, minero, tecnológico y cuyo núcleo se puede auscultar en la conexión entre Laudato si’ y la Agenda 2030 de la ONU con sus objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y la esperanza en los resultados del gran discernimiento sobre el nuevo modelo para superar el paradigma tecnoeconómico (Encuentro Economía de Francisco con jóvenes economistas de todos los continentes previsto para noviembre 2020 en Asís) y el gran Pacto Educativo Global que se reprogramó para octubre 2020 en Roma pero con réplicas en todo el mundo. Vale la pena anotar que en el capítulo 5 de Laudato si’ el Papa insiste que la educación ecológica comienza por apostarle a un estilo de vida alterno al consumismo compulsivo y obsesivo (LS 203) y tiene su horizonte en un «salto hacia el misterio, desde donde una ética ecológica adquiere un sentido más hondo» (LS 210).
b) Escala territorial: Además de los esfuerzos de las conferencias episcopales y de comunidades religiosas a nivel continental que han implementado o actualizado de alguna forma, programas de ecología integral para incentivar el cuidado de la creación según Laudato si’, tal vez lo más significativo del hoy de la Iglesia católica es el trabajo en redes sustentadas en la gestión socio ambiental en territorios caracterizados por el agua. Así, existe la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), la Red Eclesial del Río Congo (REBAC), la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM), la de Red Ecología Integral del Cono Sur (REICOSUR) y se conocen iniciativas que despuntan en las selvas asiáticas y en escenario más pequeños como por ejemplo la cuenca del Río Bogotá en Colombia que alberga siete diócesis y desarrollan un trabajo coordinado para cuidar el agua.
El referente de la acción eclesial es la Amazonía. Allí se está realizando un rico y complejo proceso sinodal que, por el momento, arroja dos documentos que son «hijos» de Laudato si’ y Evangelii gaudium (y «nietos» del Concilio Vaticano II, según comentan con alegría varios de los principales animadores de la REPAM). El Documento Conclusivo del Sínodo de la Panamazonia (cuya asamblea especial culminó el octubre de 2019) y la exhortación Querida Amazonia (dada a conocer en febrero 2020).
Todas las directrices globales convergen en esta porción de la casa común en la que se presenta un diálogo intercultural, interinstitucional, interreligioso, transfronterizo con una clara dimensión regional en cuanto al planteamiento evangelizador de la Iglesia y su contribución al logro de una ecología integral, pero con hondas implicaciones globales tanto en el plano eclesial como en el socio ambiental. La polémica sobre posibles reformas en el clero (acceso al sacramento de orden para las mujeres y a diáconos casados) distrajo a la opinión pública del foco principal de ese «caminar juntos» entre los agentes de pastoral, las comunidades indígenas, científicos expertos en los bosques y el clima y otras organizaciones que prestan ayuda humanitaria en la gran cuenca amazónica, un auténtico corazón verde del planeta, que con cada palpitación ofrenda agua, oxígeno, biodiversidad de fauna y flora, sabiduría ancestral para aprender a custodiar la creación. El Sínodo no ha terminado. Está en una fase de recepción de los dos citados documentos. Pero ha sido la pandemia por la COVID-19 sumada a la del dengue y agravada por la deforestación y la destrucción de ecosistemas por proyectos extractivistas, la que está validando las denuncias expresadas en el diagnóstico de la Amazonia y los capítulos 1 y 3 de Laudato si’. Más de 15.000 casos confirmados y más de 800 muertos en abril, en una población vulnerable, distante de centros de atención y con una muy baja calidad en el servicio de salud, nos recuerda que todo está conectado, que estamos interligados, que lo que pasa en China alcanza la Amazonia, que el dolor en Italia y España es nuestro dolor en América Latina y el Caribe, que Estados Unidos no es una burbuja aislada de la realidad. Nadie es una isla. «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo estoy ligado a la humanidad y, por consiguiente, no preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti» (John Donne, citado por Ernest Hemingway, al comienzo de Por quién doblan las campanas).
c) Escala comunitaria. Un tercer circulo concéntrico en donde ser verifica el aporte de Laudato si’ y en el cual también aparecen grandes retos de conversión, transición, transformación tiene que ver con los ámbitos de convivencia cotidiana.
El coronavirus ha obligado a muchos a quedarse en casa como medida de protección. Los que tienen casa. La inequidad es un doloroso dato de constatación. Por eso están de moda, todas las iniciativas que apuntan a las prácticas domésticas de una cultura ecológica.
Una de ellas es el programa Bandera Azul en Costa Rica, que, a raíz, de Laudato si’, creó la categoría eclesial ecológica y además tiene una categoría especial para motivar el compromiso de los Hogares Sostenibles.
En esta perspectiva, que desde los años noventa del siglo pasado, ha venido posicionando los Sistemas de Gestión Ambiental, inspirados en el Ciclo Deming sobre calidad, las instituciones de Iglesia, poco a poco, han incursionado en la implementación de prácticas orgánicas y permanentes que reflejen una coherencia cotidiana, en este caso, en correlación con el mensaje fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia, expresado en Laudato si’. El galardón Bandera Azul Ecológica Eclesial se entiende en esa dimensión. En Colombia, Domus Omnia, propone Sistemas de Ecología Integral.
El Movimiento Católico Mundial por el Clima (MCMC) publicó en 2006, una Guía de Ecoparroquias (y está preparando una segunda versión). La Conferencia Episcopal de Francia, con ocasión de la COP21, estableció una certificación basada en Laudato si’. En España ya se han dado varios pasos también de discusión e implementación. El Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral prepara una plataforma para que las parroquias del mundo puedan seguir una pauta, por etapas, de puesta en práctica de los lineamientos para evidenciar el nuevo estilo de vida que el papa Francisco está liderando.
Este mismo enfoque se está aplicando en establecimientos educativos. Desde el CELAM y Cáritas de América Latina y el Caribe, saldrá una cartilla inspirada en la carta pastoral Discípulos Misioneros Custodios de la Casa Común: discernimiento a la luz de Laudato si’, en la que sean plantean tres dinamismos: la infraestructura (gestión ambiental templos, casas curales, salones parroquiales y en general, edificaciones), la cultura (reflejada en procesos de educación ambiental y catequesis ecológica (nuevo estilo de vida) y el territorio (ecobarrio, cuenca hidrográfica, ciudad sustentable). La centralidad es un compromiso de cuidado de la casa común desde una coherencia cotidiana de la comunidad que se convierte y consolida una cultura de conciencia de cara al cambio climático (palabras con «c» siguiendo la nemotécnica propuesta por el cardenal Peter Turkson para recordar las características e implicaciones del mensaje de Laudato si’).
d) Escala personal: la transformación desde la interioridad, la conversión de la conciencia, íntima y profunda, es un escenario primordial para verificar el cambio sistémico que requiere el mundo. Benedicto XVI escribe al comienzo de Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». San Pablo VI había escrito en Evangelli nuntiandi que se trata de «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad…» (EN 19).
De una u otra forma, las acciones a escala global, territorial, comunitario dependen de la conversión de personas con rostro concreto. Pero, sería iluso caer en el dualismo de esperar cambios individuales para después observar cambios estructurales, o viceversa. En una realidad compleja, dinámica, cambiante que requiere una estrategia glocal (global y local a la vez). En esta perspectiva, «obras son amores y no buenas razones». Un ejemplo de medición de comportamientos, lo propone el movimiento interreligioso a partir de las tres áreas de hábitos personales que causan mayor impacto en el clima: alimentación, consumo de energía y sistema de transporte.
Cincuenta y cinco años después del Concilio, ciento veinte años después de la Rerum novarum, setenta y dos años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un intento por sistematizar una percepción respecto a los efectos de Laudato si’ en el cuerpo de la Iglesia y la sociedad, al cabo de cinco años, señala que apenas está germinando su mensaje. Con la paciencia histórica y la esperanza de quien riega sus flores o vegetales cultivados en casa, abrimos ventanas y balcones para aplaudir cada noche a quienes se juegan la vida para que el planeta sea el hogar de todos, la casa sagrada. Nos aplaudimos nosotros por las noticias obreras, por ser operarios de un mundo mejor. Sea en la fábrica o en la calle, en el ciberespacio o detrás de un mostrador, sea ahora en casa, la premisa no cambia, el planeta azul es nuestro hogar común. Cuidarnos los unos a los otros como en Buen Pastor nos cuida. Otra razón para quedarse en casa. En Nuestra casa común. ••
Diácono. Ingeniero químico ecoambientalista y teólogo. Referente de ecología integral de Cáritas de América Latina y el Caribe. Directivo del Movimiento Católico Mundial por el Clima.
Bogotá. Colombia